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Para mi comentario del día de hoy, parto de una nota publicada en la edición electrónica del diario El País del sábado 11 de agosto del 2018: “Erdogan planta cara a Trump y le advierte de que Turquía puede buscar nuevos aliados”, tituló el diario mencionado. La nota hace referencia a la nueva crisis en las relaciones de Estados Unidos (EE. UU.) –ahora con Turquía– y a las duras respuestas que ha dado su presidente Recep Tayyip Erdogan, más lo que se acumule y los contagios que ocasione.
Para la mejor comprensión del diferendo, recuerdo que Turquía ha sido un aliado estratégico de EE. UU. desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, es socio fundador de la Organización del Atlántico Norte (OTAN) y durante toda la época de la Guerra Fría o, más bien, de la “Guerra Sucia” contra la Unión Soviética y los países socialistas, fue un sólido apoyo de la política de EE. UU. La posición geoestratégica de Turquía es una de las más importantes del mundo, se encuentra entre Europa y Asia; la caída de Constantinopla, hoy Estambul, en manos de los musulmanes a mediados del siglo XV, habría de conducir, a la postre, al descubrimiento de América, cuando el paso a las caravanas que traían mercaderías del extremo oriente y Oceanía quedó cerrado y hubo que continuar el flujo comercial con los grandes navegantes que, finalmente, buscaron, con Cristóbal Colón a la cabeza, financiado por la Corona española, una nueva ruta por el oeste.
Pero Turquía controla –hasta donde en esta época se puede controlar– el paso, no solo entre Asia y Europa, sino entre el Mar Negro y el Mar Mediterráneo. Los puertos de Rusia se hielan en el invierno y una alternativa para la flota son sus bases navales en el Mar Negro, de ahí la gran importancia de Crimea, cuya población mayoritaria, por lo demás, siempre se ha sentido rusa y habla ruso (la reunión decisiva de la Segunda Guerra Mundial, entre el vencedor Stalin, Churchill y Roosevelt, tuvo lugar precisamente en un lugar de la costa de Crimea, en Yalta, que entonces era territorio de la Unión Soviética). Así que ahora, desde que terminó la Segunda Guerra Mundial, primero las naves soviéticas, luego las rusas, para llegar al Mar Mediterráneo, tienen que cruzar dos estrechos bajo control turco: el estrecho del Bósforo y el estrecho de Dardanelos.
Turquía no es ni un país pequeño ni un país pobre. Situado en la entrada al Medio Oriente, tiene un producto interno bruto (PIB) que, medido por su capacidad de poder de compra (Purchasing power parity), lo coloca en el lugar número 14 del mundo, solo un poco atrás de Italia y, en cuanto a su PIB per cápita, presenta mejores resultados que México. Por si no fuera suficiente, en Turquía se encuentra localizada una importantísima base aérea de EE. UU., en la localidad de Incirlik, en la que hay misiles con cabezas nucleares que apuntan a diferentes puntos de Rusia, ya desde 1962, durante la Crisis de los Misiles en Cuba, Nikita Kruschov, líder de la Unión Soviética, negoció con John F. Kennedy, sin tomar en cuenta a los cubanos, el retiro de los misiles soviéticos de Cuba a cambio del retiro de los misiles que ya tenía EE. UU. en Turquía; trato que, por lo visto, no sirvió de nada, pues los misiles norteamericanos están ahí otra vez.
El propósito de refrescar la memoria sobre la importancia de Turquía consiste en que el lector tenga claridad de que el enfrentamiento que ahora provoca EE. UU. con Turquía, no es un conflicto cualquiera, es de la mayor importancia. No se trata de ningún exabrupto de Donald Trump ni mucho menos de alguna locura; aclaración necesaria, ya que se sabe que los grandes medios de comunicación, propiedad de sus enemigos internos en EE. UU., le han construido una fama que lo dibuja con muchas características negativas, entre las que se cuenta presentarlo como un individuo impulsivo y caprichoso que, solo porque amaneció de mal humor, hace declaraciones agresivas, impone sanciones y busca pleitos. Nada más alejado de la verdad.
La política de Donald Trump está calculada y decidida, válidamente puede afirmarse, incluso, que personalmente no la decide por su cuenta y riesgo, que es el cálculo político del grupo que gobierna actualmente en EE. UU. En tal virtud, a Donald Trump y a su grupo en el poder no les queda otro remedio que tomar las medidas necesarias para someter a su influencia, a su dominación completa a Turquía y a otros que, como Turquía, se quieran salir de su control. El imperialismo es, por definición, único, exclusivo; de ahí viene el excepcionalismo que pregona e inculca a su gente, no tolera la competencia porque se muere. Necesita fuentes de recursos naturales y materias primas en abundancia, baratas y siempre a su disposición; y necesita compradores exclusivos; pero resulta que, en los últimos años, al mismo tiempo que se debilita internamente, le aparecen poderosos competidores como China, Rusia, La India y, entre otros, la Unión Europea, difícilmente se podría decir cuál fenómeno es la causa y cuál el efecto, pero ésa es la realidad.
EE. UU. impone aranceles al acero de Turquía por un 50 por ciento y a su aluminio por un 20 por ciento porque sus acereras no compiten con las acereras turcas ni con las de otros países; y amplias zonas productoras de acero, cuyos habitantes votaron por Trump, están en la ruina. Pero no es lo único ni mucho menos –en alguna otra ocasión haremos un repaso más pormenorizado de la crisis social que azota ya a EE. UU. – baste por ahora señalar que en el vecino del norte se encuentra una cantidad enorme de presos, dos millones 217 mil personas que, además, constituyen la mayor proporción del mundo con respecto a su población total desde hace ya varias décadas, lo cual significa una cantidad inmensa de personas que, por angas o por mangas, transgreden la ley, violan el status quo, no se pueden o no se quieren adaptar; un país así no puede negar que cabalga en una crisis muy grave y peligrosa.
La situación no puede seguir así. La clase gobernante de EE. UU. que, ahora, precisamente por diferencias en la vía hacia la solución de sus problemas, se encuentra muy dividida, tiene que tomar medidas o el invento se le desmoronará. Por eso toma riesgos tan grandes como perder a un aliado tan importante como Turquía. La situación de EE. UU. y su gravedad fue muy bien descrita por Vladimir Putin en su intervención en Munich en 2007: “Pero ¿qué es un mundo unipolar? Por mucho que se intente adornar ese término, en la práctica ello tiene una única significación: la existencia de un solo centro de poder, de un solo centro de fuerza y un solo centro de toma de decisiones. Es un mundo en el que hay un solo dueño, un solo soberano. Al fin y al cabo, ello resulta pernicioso no solo para aquellos que se encuentran dentro de los marcos de tal sistema, sino también para el propio soberano, pues ese sistema lo destruye desde dentro”.
EE. UU. promovió en su momento el libre mercado mundial porque no tenía competidores, ahora promueve el proteccionismo, desata una guerra económica con varios países, porque no le queda otro remedio. ¿Y será, en efecto, remedio? ¿Una política proteccionista será la solución a los problemas de EE. UU. y lo colocará nuevamente como amo del mundo? Con el perdón de la concurrencia, yo creo que no. Termino. Hago estas reflexiones porque me interesa la situación actual del mundo, pero no como una curiosidad, sino porque en ese mundo vivimos y actuamos y me pregunto ¿tendrá el nuevo gobierno de nuestro país plena conciencia –mejor que la pobre mía, porque eso es lo que se requiere– de esta situación? ¿Tendrá presente que, si Turquía es la economía número 14 del mundo, México es la número 12 y tiene más del doble del territorio turco? ¿Sabrá bien que muchas, quizá la mayoría, de las promesas que le hizo durante el proceso electoral a los mexicanos, va a contracorriente de lo que impone nuestro poderoso vecino para su supervivencia? Si no lo sabe, vamos al abismo; si lo sabe, o nos está arriesgando o nos está engañando.
Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".