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Jules Laforgue
En sus poemas practicó un simbolismo irónico de gran originalidad. Su impacto fue grande entre los surrealistas y entre los poetas ingleses del Siglo XX, con T. S. Eliot a la cabeza.
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Nació el 16 de agosto de 1860 en Montevideo, Uruguay, donde su padre trabajaba como empleado de banco. Se trasladó a Francia, el país de sus padres, en 1866 y se instalaron en Tarbespor. Hasta 1876 estudió en el liceo de esa ciudad para concluir sus estudios en el actual Liceo Condorcet de París; al finalizar sus estudios, ingresó en la Escuela de Bellas Artes. En 1881 trabajó en la Gazette des Beaux-Arts de Charles Ephrussi y meses después ejerció como lector de francés de la emperatriz Augusta de Alemania. Se instaló en Coblenza y luego en Berlín, ahí conoció a Leah Lee con la que se casó en Londres, el 31 de diciembre de 1886.

Entre sus obras destacan Las lamentaciones (1885), La imitación de Nuestra Señora La Luna (1886) y El concilio feérico (1886). Sus amigos publicaron tras su muerte, Flores de buena voluntad (1890) y sus Poesías completas (1894).

En sus poemas practicó un simbolismo irónico de gran originalidad y fue el introductor, junto a Rimbaud, del verso libre en Francia. Su impacto fue grande entre los surrealistas y entre los poetas ingleses del Siglo XX, con T. S. Eliot a la cabeza. Su obsesión por la muerte y el aburrimiento (el spleen de Baudelaire) le condujo a experimentos lingüísticos en los que mezcla la ironía con la frase corriente y coloquial, incluso el balbuceo, la pausa discontinua. Falleció en París el 20 de agosto de 1887 de una tuberculosis hereditaria, unos meses antes de su esposa, quien padecía la misma enfermedad.

 

Resignación

Como necio parásito de un planeta oscuro,

en la infinidad sonora de clamores eternos,

aquí, lugar cualquiera, he nacido y vivo,

y solo es mi deseo que se sepa y se detenga todo.

 

Que por un grito perdido en la tormenta

los océanos callen de pronto el aullido de sus olas,

que por traer flores a mi tumba

los soles en masa dejen su verbena.

 

¡Pobre corazón ingenuo! Rómpete, no eres nada.

Muchos otros murieron con ansias iguales

y la tierra siguió en su silencio.

 

Todo es duro, descorazonado, superior a ti.

Sufre, ama, espera siempre y baila

sin nunca exigir ese por qué universal.

 

Cisterna seca

Cobarde vi cómo el arte partía, mi último dios;

ya no me estrecha lo bello con su inmortal delirio,

siento que he perdido, pues con Él echó a volar

el éxtasis que aplaca a veces los viejos deseos.

 

Treinta siglos de hastío pesan en mi espalda

y concentran sobre mí su llanto y su culpa.

Nuestras manos olvidaron el trabajo que consuela.

No hay día en que no piense, miedoso, en la muerte.

 

Sordo a la ilusión de las multitudes,

me arrastro abatido hacia parajes lejanos,

todo acabó para mí, nada más espero.

 

¡Pero lates aún, deshecho corazón pobre!

¡Ah, si como antaño al menos lograra

el llorar que tanto bien hace a los niños!

 

Lamento de mi sagrado corazón

Prometeo y el buitre, blasfemia y castigo.

Mi corazón, cáncer sin corazón, se devora a sí mismo.

 

Mi corazón, donde enterré ciertos difuntos, es una tumba.

Y los perfumes… ¡oh, susurrantes canciones de cuna!

 

Mi corazón es un léxico donde cien literaturas

se mezclan sin descanso entre divinas tachaduras.

 

Mi corazón, aunque repleto, es un desierto alterado,

por su asco universal, de este vino vomitado.

 

Mi corazón es un Nerón, niño mimado de Asia,

que del imperio de los vanos sueños se harta.

 

Vacío de alma y vuelo, mi corazón es un ahogado,

a quien, con doradas ventosas, el pulpo del tedio ha estrechado.

 

Es un fuego artificial que antes de lanzarse

ahogó la lluvia y se aburre, sin festejarse.

 

Es un terrenal coche fúnebre, mi corazón,

que lleva deambulando el instinto y la ocasión.

 

Mi corazón es un reloj en reposo y olvidado

que, sabiéndome difunto, en dar la hora se ha obstinado.

 

Mi amada está allá, dispuesta a consolar,

la hice sufrir demasiado, esto no puede continuar.

 

Mi corazón, desprovisto y sumergido en una artística laguna,

se presenta a los besos como una armadura vacía.

 

Y siempre, mi corazón, habiéndome declamado,

vuelve a su lamento: ¡Amar y ser amado!

 

Otra endecha de Lord Pierrot

¡La que debe ponerme al tanto de la Mujer!

Primero le diremos, con mi aire menos frío:

“La suma de los ángulos de un triángulo, alma mía,

es igual a dos rectos”.

 

Y si le sale el grito: “¡Dios de Dios! ¡Cómo te amo!

Dios va a reconocer a los suyos”. O picada en lo más vivo:

“mis teclas tienen corazón, serás mi único tema”.

Yo: “Todo es relativo”.

 

Y con sus ojos todos, ¡vamos! sintiéndose de más banal:

“¡Ah! Tú no me amas; tantos otros tienen celos”.

Yo, con una mirada que se embala al Inconsciente:

“Gracias, no está mal; ¿y usted?”.

 

“¡Juguemos al más fiel!” –“¡Para qué, Naturaleza!”

–“¡A que el que pierde, gana!”. Vamos, otra canción:

—“¡Ah! tú vas a cansarte primero, estoy segura...”

—“Después de usted, por favor”.

 

Si, en fin, por una noche, ella muere en mis libros,

dulce; fingiendo no creerles ya a mis ojos,

tendré un: “ah bien, pero, teníamos de qué vivir!”

–“¿Entonces era en serio?”.

 

La esfinge

En las estepas del desierto, a la hora en que el apagado cielo

al jaguar adormecido incita a buscar el frescor,

con los ojos en el horizonte mudo, vasto, sin fin,

hundidos hasta los senos en la arena, una esfinge en cuclillas sueña.

 

A sus pies, sin embargo, muriendo como el oleaje,

un pueblo de hormigas negro y atareado se agita.

vive, ama, va, y luego lentamente pasa

bajo esa mirada sin cesar en el horizonte clavada.

 

Y ese pueblo ya no existe. El sol escarlata

allá abajo tranquilo se oculta, en un resplandor dorado,

luego, el aliento de la tarde, tibio y delicado,

dispersa esos despojos. La gran esfinge sigue soñando.

 

Relámpago de abismo

Me hallaba en una torre en medio de los astros.

 

Un vértigo, de pronto. ¡En un rayo, sin velos,

escrutaba, temblando de pánico, de espanto,

el enigma del Cosmos en todo su estupor!

¿Todo está solo? ¿Dónde estoy? ¿A dónde rueda

el bloque que me arrastra? ¡Puedo morir, partir,

sin saber nada! ¡Hablad! ¡Oh rabia, el tiempo vuela

sin vuelta atrás! ¡Parad, parad! ¿Y disfrutar?

¡Pues que todo lo ignoro! Llegó mi hora tal vez:

no sé. Yo me encontraba en la noche, y nací.

¿Por qué? ¿Y el universo? ¿A dónde va? Que el cura

Es solo un hombre. Nada sabemos. ¡Dios, asómate,

testigo eterno, muéstrate! Habla, ¿por qué la vida?

Todo calla. El espacio no tiene alma. ¡Esperad!

¡No quiero morir, astros! ¡Soy una inteligencia!

¡Ah, volver a ser nada irremediablemente!


Escrito por Redacción


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