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Hidalgo, el lamento mudo de un pueblo olvidado
La Revolución no hizo justicia por igual. Aunque el desarrollo económico industrial llegó a las grandes urbes, no acabó con la pobreza y la marginación de las mayorías.
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Han pasado más de 100 años desde que terminó la Revolución de 1910. La desaparición del peonaje, el cacicazgo y la tienda de raya, modos de producción de una época fenecida son, frente a la historia, un hecho fehaciente. La rebelión de los colgados, de B. Traven, el México bárbaro descrito magistralmente por John Kenneth Turner; Tomóchic, de Heriberto Frías y Los de abajo, de Mariano Azuela, conservan testimonios de una época más dura y difícil en los que la vida “no vale nada” y en los que, por un mendrugo de pan y unos centavos, era preciso abandonar la familia para ir a trabajar las tierras del cacique, arriesgando la vida y el porvenir de una generación que, con las deudas acumuladas en la “tienda del patrón”, condenaba a sus herederos al sufrimiento perpetuo.

La Revolución no hizo justicia por igual. Aunque el desarrollo económico industrial llegó a las grandes urbes, no acabó con la pobreza y la marginación de las mayorías, sino que sustituyó una forma de miseria por otra; hoy existen regiones, estados y comunidades que siguen sumidas en la miseria, como en los tiempos viejos, sufriendo los dolores que creíamos curados, las mismas carencias que vemos en la literatura y la historia y los mismos pueblos que, conscientemente olvidados por el poder actual, sobreviven bajo el yugo de cacicazgos más fuertes y depurados que los de la época de “Don Porfirio”.

Ejemplo vivo de este atraso histórico y de este olvido premeditado se ofrece ahora en el estado de Hidalgo, en el centro del país. Más del 40 por ciento de su población, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), se halla en la pobreza, mientras que el 38.9 por ciento es “vulnerable por carencias sociales”, forma amable de decir que no cuenta con los servicios básicos y que lo que gana la gente apenas le alcanza para mal comer. Esto significa que el 82.7 por ciento de los hidalguenses llevan una vida de privaciones y que sus ingresos se destinan a conseguir alimentos.

Pero en este oscuro panorama hay abismos aun más profundos que las cifras no alcanzan a sondear. El 75 por ciento de la población indígena –la cuarta parte del total del estado– vive en condiciones sociales muy precarias, es decir, ni siquiera cuentan con los recursos para figurar en el eufemístico rubro de los “vulnerables por carencias sociales”. En estos pueblos, la mayoría ubicados en la Huasteca, el progreso jamás llegó. Su situación se asemeja a la de hace 100 años. No tienen calles pavimentadas, el agua solo puede ser traída de pozos a kilómetros de distancia y, en muchos casos, la luz eléctrica es un privilegio de las cabeceras municipales, donde radican los caciques del pueblo. De los cinco municipios más pobres de Hidalgo, además de la sierra Otomí-Tepehua (también con un porcentaje en pobreza superior al 80 por ciento), cuatro están en la Huasteca: Xochiatipan, Yahualica, Huazalingo y Tlanchinol. El primero de ellos tiene al 91 por ciento de su población en pobreza; Yahualica, segundo municipio más pobre del estado, alcanza el 87.5 por ciento en pobreza y el 39 por ciento en miseria; mientras que Tlanchinol, con el 84 por ciento, es el quinto municipio más pobre de la entidad.

Las cifras normalmente no dejan percibir con claridad su contenido en dolor humano, pero la riqueza y el exuberante verdor de la flora de la región se hace aún más notoria con los rostros y las miradas de los indígenas huastecos en cuyos empañados reflejos, la miseria y el dolor de muchas generaciones habla por sí misma. En la Huasteca, los niños no van a la escuela sencillamente porque no saben de su existencia y los servicios de salud representan un privilegio que ninguno de sus habitantes puede pagar, y que suplen resignadamente con remedios caseros. En una palabra: en este modus vivendi de sufrimiento y olvido sobreviven más de 300 mil hidalguenses.

Este tétrico panorama contrasta con la imagen que, desde hace décadas, los gobernadores de Hidalgo pretenden dar del estado. En las cifras de sus informes solo existe la capital (Pachuca) y algunos “Pueblos Mágicos” que dan la impresión de desarrollo y progreso para dejar atrás de este telón a los hambrientos y famélicos campesinos que deben ocultarse para no deslucir la imagen pública del cacique estatal en turno. Hoy, cuando la pandemia ha empeorado la situación de los pobres en el estado, resulta grosero e insultante que el gobernador Omar Fayad centre todos los recursos del presupuesto estatal en una campaña mediática para ocupar los escaparates públicos y privados.

Hoy, cuando las elecciones municipales están a la vuelta de la esquina, el pueblo hidalguense debe sacudirse los cacicazgos que tanto el Movimiento Regeneración Nacional como los herederos del partido de Fayad pretenden retener, a toda costa, mediante una alianza político-electoral. Esta dupla, sin embargo, no representa los intereses del pueblo y éste, consciente de que hasta ahora no se ha hecho justicia a los marginados de Hidalgo, debe unirse en un mismo frente de trabajadores del campo y la ciudad para conquistar el poder y lograr la igualdad social y económica que la historia le ha negado.


Escrito por Abentofail Pérez Orona

Licenciado en Historia y maestro en Filosofía por la UNAM. Doctorando en Filosofía Política por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).


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