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Heinrich Heine
Estudió literatura, derecho y filosofía en Bonn y Berlín; entre sus profesores y amistades se contaron Hegel y August Schlegel. De 1822 datan sus primeras composiciones líricas.
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Nació en Düsseldorf, Alemania, el 13 de diciembre de 1797. Estudió literatura, derecho y filosofía en Bonn y Berlín; entre sus profesores y amistades se contaron Hegel y August Schlegel. De 1822 datan sus primeras composiciones líricas, claramente influidas por Lord Byron y Friedrich de la Motte Fouqué. En 1823 publicó Intermezzo lírico, obra unida a dos tragedias (Almanzor y Ratcliff) en la que destca cierta vena melódica; en 1826 sacó la primera parte de los Cuadros de viaje, cuya edición en cuatro volúmenes completó hasta 1831. Estos primeros textos en prosa conjugaron un ferviente lirismo juvenil con una mordaz sátira contra personas e instituciones varias, su prosa fue irónica y ágil e influyó en los autores alemanes posteriores y sentó las bases de un estilo que fusionaba en un mismo texto géneros como la poesía, el relato, el ensayo político, la crónica periodística y la autobiografía. Más tarde publicó su Libro de canciones, fuente de inspiración de compositores como Schumann, Schubert y Brahms. Su radicalismo y sus cínicos ataques a la Academia alemana le indujeron a trasladarse a París (1831), donde conoció a Victor Hugo, Alfred de Musset y George Sand. En 1835 publicó un ensayo sobre la cultura alemana, La escuela romántica y estudios sobre William Shakespeare y Miguel de Cervantes. Ese mismo año fueron prohibidas todas sus obras en Alemania por los versos satíricos que incluyó en Un cuento de invierno (1844). Pasó sus últimos ocho años medio ciego y paralítico durante los que compuso el ciclo poético Romancero (1851) y póstumamente, en 1869, aparecieron sus Últimos poemas. Murió en París, el 17 de febrero de 1856.

 

Los tejedores de Silesia

sin lágrima en el ceño duro

están junto al telar y aprietan los dientes:

Alemania, tejemos tu sudario,

y en él la triple maldición.

Tejemos, tejemos.

 

Maldito el ídolo al que impetramos

en fríos de invierno y angustias de hambre,

en vano creímos y le miramos,

nos ha vendido, nos ha engañado.

Tejemos, tejemos.

 

Maldito el rey, el rey de los ricos,

que no ablandó nuestra miseria,

que nos arranca lo que sudamos,

que como perros nos manda matar.

Tejemos, tejemos.

 

Maldita sea la patria falsa,

para nosotros humillación,

siega temprana de toda flor,

festín podrido de los gusanos.

Tejemos, tejemos

 

Cruje el telar, la lanzadera vuela,

siempre tejemos, de día y de noche,

vieja Alemania, es tu sudario,

y en él la triple maldición.

Tejemos, tejemos.

 

La barca

¡Carcajadas y canciones!

Los rayos del claro sol

sobre las aguas derraman

su sonriente fulgor:

alegre barca las ondas

mecen con su oscilación;

con mis amigos mejores

sentado en ella voy yo.

 

Choca la barca, deshecha

en mil trozos por el mar.

 

Eran malos nadadores

mis amigos, por su mal,

y en las rocas de la patria

se vinieron a estrellar.

 

A mí a los bordes del Sena

me llevó la tempestad.

Otra vez los mares cruzo

sobre nueva embarcación,

nuevos amigos contemplo

girar a mi alrededor,

de extraños mares me arrulla

la melancólica voz.

 

¡Qué lejos está mi patria!

¡Qué triste mi corazón!

¡Canción nueva, y nuevas risas!

Silba el viento con afán:

cruje herido el maderamen,

que bate iracundo el mar.

Ya el postrer astro en el cielo

extinguió su claridad.

 

¡Qué triste que está mi pecho!

¡Qué lejos mi patria está!

 

Las ratas errantes

Hay dos clases de ratas:

las hambrientas y las hartas.

Las hartas se quedan a gusto,

pero las hambrientas van por el mundo.

 

Recorren miles y miles de millas,

sin pausa, sin descansar.

No tuercen el rumbo en su marcha,

ni vientos ni lluvias las pueden parar.

 

Escalan las alturas,

los lagos a nado cruzan.

Muchas se ahogan o quedan desnucadas.

Las vivas dejan muertas a las abandonadas.

 

Tienen estos bichos

terroríficos hocicos.

Llevan cabezas rapadas, iguales,

bien radicales, bien raticales.

 

Las jaurías radicales

no saben nada de Dios.

Su prole no llevan a bautizar,

las hembras son propiedad comunal.

 

No quieren más que comer y beber

la muchedumbre ratil y carnal.

Mientras están comiendo y bebiendo, no piensan

que nuestra alma es inmortal.

 

Esta raza salvaje

no teme a los gatos, no teme al infierno.

Nada suyo tiene, no tiene dinero

y el mundo quisiera repartirlo de nuevo.

 

¡Dios santo! Las ratas errantes

se acercan a nuestra región.

Avanzan. Las oigo chillar.

Su número es legión.

 

Estamos perdidos, ¡ay!,

ante las puertas ya están.

Menean la cabeza alcalde y senado,

a nadie se le ocurre un recurso adecuado.

 

Los burgueses empuñan las armas,

los curas tocan las campanas.

Peligra el santuario

del Estado decente que es la propiedad.

 

Ni las oraciones, ni las campanadas,

ni los ampulosos decretos del senado

ni los numerosos cañones pesados,

buenos muchachitos, les valdrán de nada.

 

Las mallas verbales tampoco ayudarán

de las oratorias sin actualidad.

No se atrapan las ratas con trampas silogísticas,

ellas saltan sobre las más sutiles sofísticas.

 

El estómago hambriento admite solamente

sopa de lógica con albóndigas concluyentes,

solo razones de vacas asadas

con citas de embutidos acompañadas.

 

Un mudo bacalao, con bastante manteca,

a los rojos radicales contenta

mucho mejor que un Mirabeau

y todos los tribunos después de Cicerón.


Escrito por Redacción


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