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Emilio Prados
Simpatizante socialista, altruista, introvertido, y miembro de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, tras la victoria franquista en la Guerra Civil, dejó España para exiliarse en México, en donde escribió varias poesías.
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Poeta español de la Generación del 27. Nació el cuatro de marzo del año 1899 en Málaga (España) hijo de un empresario de muebles. Influenciado por su abuelo, Miguel Such y Such, comenzó a aficionarse a la literatura desde su niñez. A los 15 años se trasladó con su familia a Madrid y vivió en la Residencia de Estudiantes, en donde cultivó la amistad de Federico García Lorca; ambos eran admiradores de Juan Ramón Jiménez. Conoció y fue amigo de Luis Buñuel, Salvador Dalí, Rafael Alberti y Pedro Sota de Rojas.

A comienzos de los años 20 se marchó a Suiza para residir en el sanatorio de Davosplatz, en donde intentó mitigar una seria enfermedad pulmonar. Poco después entró en las universidades alemanas de Friburgo y Berlín, en donde tomó cursos de Filosofía. Tras este periodo, regresó a Málaga y debutó como escritor poético con Tiempo (1925). El mismo año impulsó la editorial Imprenta Sur y un año después dirigió Litoral, revista que fundó con Manuel Altolaguirre y publicó Canciones Del Farero (1926). Posteriormente aparecieron libros como Vuelta (1927), Andando, andando por el mundo (1932), El llanto subterráneo (1936), Llanto en la sangre (1937) o Cancionero menor para los combatientes (1938). Con su recopilatorio de poética bélica Destino Fiel logró el Premio Nacional de Literatura.

Simpatizante socialista, altruista, introvertido, y miembro de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, tras la victoria franquista en la Guerra Civil, dejó España para exiliarse en México, en donde escribió Memoria del olvido (1940), Mínima Muerte, Jardín Cerrado (1946), Dormido en la yerba (1953), Río natural (1957), Circuncisión del sueño (1957), La piedra escrita (1961), Signos del ser (1962) y Transparencias (1962). Murió en la Ciudad de México el 24 de abril de 1962.

 

Meditación bajo un misterio

¿Qué pupila interior

detrás del sueño erige

el hondo nacimiento de esta imagen?

¡Brotó, emergió, se clavó al cielo,

–sangre, cristal, espejo de su carne–

como flecha del tiempo

que de un arco invisible

escapara hacia el aire!

–¿Pero qué estrella busca?,

¿qué pájaro?, ¿qué flor?,

¿qué lejano enemigo

o qué fruta madura

donde dejar el triunfo

de su tino?...

–¡No lo sabe!

Vuela, vuela tan solo,

emerge limpia de su espalda,

–flecha en recreación

de eterno en marcha–.

Su punta es fuego, y pluma

de sombra su timón

que en la luz raya

y en la noche funde.

Luego es sombra su punta

y con la pluma en llamas

vuela y vuela la flecha

ya en órbita, enlazada.

¡Es redonda! –¿Redonda?...  Es infinita.

Se sumerge y emerge

a la vez que resbala,

busca, hiere,

y se deja quebrar

para nacer más clara

del fondo de su espejo

–sangre, cristal y cielo de su carne–,

como imagen al sueño

que sin sueño soñara.

–¿No es todo pensamiento? ....

 Bajo el pensar sus alas

viven presas…

Y es libertad

lo que a la flecha arrastra.

 

Cantar triste

Yo no quería,

no quería haber nacido.

Me senté junto a la fuente

mirando la tarde nueva…

El agua brotaba, lenta.

No quería haber nacido.

Me fui bajo la alameda

a ocultarme en su tristeza.

El viento lloraba en ella.

No quería haber nacido.

Me recliné en una piedra,

por ver la primera estrella…

¡Bella lágrima de estío!

No quería haber nacido.

Me dormí bajo la luna.

¡Qué fina luz de cuchillo!

Me levanté de mi pena…

(Ya estaba en el sueño hundido).

Yo no quería,

no quería haber nacido.

 

Agosto en el mar

Arde el sol sobre las playas.

Como una navaja abierta,

su verde cuchilla el mar

tiende brillante en la arena.

Tiembla la siesta en el agua.

Como un ascua cada piedra,

encendida por agosto,

su boca de fuego enseña.

Medio desnudos, descalzos,

hambre tan solo en su espera,

dolor solo en sus caras,

solo en sus sueños tristezas;

cuerpos, o sombras de cuerpos,

que del cuerpo ni aun les deja

la figura de su nombre

la carga de sus miserias,

silenciosos y encorvados

bajo las tirantes cuerdas que,

clavándose en el mar,

las amplias redes sujetan,

los pescadores repasan

las horas de su pobreza.

Sangrando, sus pies se apoyan

sobre la candente arena,

que, al cubrirlos con su fuego,

llagas abiertas les deja.

Ciñe el silencio la jábega.

La sirga prosigue lenta

y el trabajo y la esperanza

en sed y rencor se truecan.

Sujeta al pecho la tralla,

la sangre en sus venas seca,

el dolor en sus miradas

y en sus odios la conciencia:

sirgan,  sirgan sirgadores,

una miserable pesca

que ya prendida en las redes

temblando aún viva les muestra

mayor hambre a su descanso,

menor justicia a su fuerza.

Ciñe el silencio la jábega.

Hierve en el aire la siesta.

Arde el sol sobre las playas...

Como una navaja abierta,

su verde cuchilla, el mar

clava brillando en la arena.

 

Hay voces libres

Hay voces libres

y hay voces con cadenas

y hay piedra y leño y despejada llama que consume;

hombres que sangran contra el sueño

y témpanos que se derrumban sobre las calles sin gemido.

Hay límites en lo que no se mueve entre las manos

y en lo que corre corre y huye como una herida,

en la arena intangible cuando el sol adormece

y en esa inconfundible precisión de los astros...

Hay límites en la conversación tranquila que no pretende

y en el vientre estancado que se levanta y gira como una peonza.

Hay límites en ese líquido que se derrama

intermitentemente mientras los ojos de los niños

preguntan y preguntan a una voz que no llaman...

En la amistad hay límites

y en esas flores enamoradas que nada escuchan.

Hay límites

y hay cuerpos.

Hay voces libres

y hay voces con cadenas.

Hay barcos que cruzan lentos sobre los lentos mares

y barcos que se hunden medio podridos en el cieno profundo.

Hay manteles tendidos a la luz de la luna

y cuerpos que tiritan sin sombra bajo la oscuridad de la miseria...

Hay sangre:

sangre que duerme y que descansa

y sangre que baila y grita al compás de la muerte;

sangre que se escapa de las manos cantando

y sangre que se pudre estancada en sus cuencos.

Hay sangre que inútilmente empaña los cristales

y sangre que enloquecida se dispara

y sangre que se ordena gota a gota para nunca entregarse.

Hay sangre que no se dice y sí se dice y sangre que no se calla y se calla...

Hay sangre que rezuma medio seca bajo las telas sucias

y sangre floja bajo las venas que se para y no sale.

Hay voces libres

y hay voces con cadenas

y hay palabras que se funden al chocar contra el aire

y corazones que golpean en la pared como una llama.

Hay límites

y hay cuerpos.


Escrito por Redacción


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