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Todo apunta a la extinción de la raza humana por el eco-imperialismo. Evitar la devastación ambiental exige medidas políticas y geopolíticas que desarticulen las estructuras del modelo imperialista que explota la naturaleza y a los seres humanos. Es imposible reducir en 1.5 grados la temperatura media del planeta sin tocar al capitalismo corporativo. Por ello, en la cumbre climática COP26 de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), realizada en Glasgow, Escocia, prevaleció la hipocresía y el poder político elitista del uno por ciento de la población global sobre la salud y el futuro de siete mil 800 millones de personas.
Hace tiempo que se conoce el vínculo entre el deterioro ambiental y el capitalismo, pero este fenómeno aumenta cada vez y se ignora sistemáticamente en los centros de poder. Hoy, los ciudadanos están conscientes de que el cambio climático conlleva desigualdad y pobreza; y aun así el capital imperial persiste en su depredador modo de producción.
El cambio climático constituye el más profundo desafío que nunca antes confrontaron los sistemas humanos sociales, políticos y económicos. Su alcance es masivo, corre en todas direcciones y resulta devastador porque interactúa con otros asuntos mundiales.
Los riesgos son severos y crea incertidumbre ante una ciencia sitiada y una psicología que se desconcierta, en tanto que el descrédito amarga la política y la complica, afirma John S. Dryzek en su estudio Cambio Climático y Sociedad. Por tanto, y más allá de las incumplidas promesas de las sucesivas COP, el mundo está consciente de que cambiar el clima y sus efectos catastróficos requiere el fin del capitalismo.
Como acto de sobrevivencia, y con sumisos medios y think tanks, el capitalismo creó la percepción de que la crisis climática es culpa de los ciudadanos y sus hábitos personales. Así cargó sobre la clase media, y los trabajadores, el peso que no comparten las corporaciones lucrativas con la naturaleza de forma irresponsable.
Esa táctica distractora descalifica evidencias científicas como el informe Gigantes del carbón, que ilustra cómo solo mil empresas produjeron el 71 por ciento del total de emisiones industriales de gas invernadero entre 1988 y 2017.
También elude, como lo evidencia el estudio La Naturaleza Cambiante, de la organización Panda, que la deforestación del Amazonas provoca más del 18 por ciento de las emisiones, cifra igual al total del dioxido de carbono (CO2) que genera el transporte mundial.
Esta manipulación ambiental conforma el “capitaloceno”, bautizado así por el historiador ambientalista de la Universidad de Binghamton, Jason Moore, quien define la actual era geológica como el desplazamiento de la responsabilidad de las corporaciones y estructuras capitalistas hacia el consumidor promedio.
Hoy es evidente que para cambiar el clima hay que cambiar el capitalismo. Y hacerlo significa asegurar la transformación del sistema mediante la revaluación de nuestra relación con la propiedad, el capital y el trabajo y el desmantelamiento del mito del actual modelo centrado más en impedir que en transformar.
La reconfiguración de la economía industrial para avanzar hacia un estado de bienestar incluiría una estrategia de ingresos básicos y planes de empleos públicos a gran escala, que integren a los millones de pobladores del planeta que pasan hambre, y cuyos derechos han sido escatimados.
Crisis ineludible
La inercia de la clase gobernante hace más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Parece inalcanzable un modelo no depredador con visión más humana que suprima el desempleo, la pobreza y migración actuales, lamenta Phil McDuff en The Guardian.
Todos los diagnósticos advierten sobre una inminente crisis ambiental. Si no se controla la emisión de gases invernadero, el calentamiento global elevará el nivel del mar y, con ello, la estructura de la civilización desaparecerá tras sobrevenir el caos social, político y económico-financiero.
La expresión física será la inundación de naciones insulares como Vanuatu, las islas Marshall, Bangladesh y ciudades como Venecia y Miami. Emergerán enfermedades, virus y bacterias mutantes por el aire tan sucio que millones de personas apenas podrán respirar. Los daños en la agricultura provocarán escasez de alimentos y agua fresca.
Sundarbans, el mayor manglar del planeta, ubicado entre India y Bangladesh, es el escenario del mayor éxodo humano por el aumento en el nivel del mar que, al penetrar en la tierra, la hace inservible para la agricultura. Ese Patrimonio de la Humanidad ya es inhóspito para sus cuatro millones de habitantes debido al calentamiento global.
Hasta octubre pasado se habían registrado en Estados Unidos (EE. UU.) 18 “riesgosos eventos meteorológicos” que representaron un costo mayor a mil millones de dólares (mdd) cada uno, estimó la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de ese país.
Rusia se calienta. En 2020, varias regiones registraron las más altas temperaturas de su historia, con incendios forestales en superficies mayores que Grecia. Las inundaciones en Siberia destruyeron pueblos y desplazaron a miles de personas, refiere el Centro para Estudios Internacionales Estratégicos (CEIE).
Ocultar la verdad
2016. Donald J. Trump y su gabinete silenciaron, por tres años, el informe Indicadores Climáticos, de la Agencia del Medio Ambiente (AMA), que describe el impacto del modelo industrializador en el clima. “EE. UU. ha entrado a un territorio climático sin precedenteˮ, advertía el estudio, que se difundió apenas en mayo pasado.
2021. El Congreso de EE. UU. paraliza la agenda climática de Joseph Biden, con lo que no alcanzará las metas en Glasgow y su objetivo de liderar el combate al calentamiento global.
21 Octubre. El informe Estimado Nacional de Inteligencia. Cambio Climático y Respuestas Internacionales a los Crecientes Desafíos para la Seguridad Nacional de EE.UU. hacia el año 2040 presenta tres conclusiones: aumentarán tensiones internacionales por medidas de reducción de emisiones. Los efectos en zonas transfronterizas agravarán conflictos y los países en desarrollo sentirán con más gravedad las secuelas del cambio en el clima.
Encuesta del Pew Research Center en 17 economías de América, Europa, Asia y Pacífico: El 80 por ciento de los ciudadanos están dispuestos a cambiar su forma de vida para evitar desastres ambientales; pero no hay certidumbre en la efectividad de esos nuevos hábitos de las personas si los gobiernos no asumen ese compromiso.
La geopolítica de los Estados nacionales cercanos al Polo Norte evoluciona ante el veloz deshielo en el Ártico. Se avista un cambio radical frente a la relación de fuerzas en la competencia por bancos pesqueros, minerales y rutas entre países ribereños (EE. UU., Canadá, Rusia, Noruega, Dinamarca, Islandia, Suecia, Finlandia).
Los pronósticos van de mal a peor. En 2050, las afectaciones climáticas causarán crisis político-económicas en decenas de países del sur de Asia, África subsahariana y América Latina, que desplazarán al menos a 143 millones de personas, prevé el Departamento de Seguridad Interior (DSI) de EE. UU.
Ahora mismo, tal inestabilidad en el clima agudiza los conflictos en países de menor desarrollo y en los industrializados. Esa disrupción fomenta la incertidumbre e inestabilidad en regiones enteras y alienta tensiones militares. Desde ahora, cuanto más interés tienen los Estados por asegurarse un territorio como su esfera exclusiva, menos probable será la gobernanza, advierte Kristin Heske, de la Universitat de Barcelona.
Ecoimperialismo e izquierda
La urgencia ante esta crisis volvió la atención global a las propuestas de la izquierda, cuyo repudio a la histórica depredación capitalista se volvió permanente. El interés despertó con la crisis financiera de 2008, que desencadenó la austeridad asimétrica y amplió la brecha entre el uno por ciento más rico y el 99 por ciento de la sociedad.
En Occidente, el llamado Movimiento Verde surgió en 1960 y una década después, con propuestas más concisas de índole social y económica, fortaleció la corriente Gran Verde y estrategias anticapitalistas contra la pobreza y en favor del desarrollo con respeto ambiental.
Entre los años 90 y el 2000, la izquierda verde diseñó normas de protección ambiental y visibilizó riesgos en países afectados. Nunca antes la historia atestiguó debates, cruce de información y negociaciones entre ciudadanos, organizaciones y partidos verdes con gobiernos y empresas. Fue un periodo de riqueza cívico-diplomática.
Los siguientes 20 años tuvieron magros pero constantes avances en el control de emisiones y los no siempre efectivos bonos de carbón. Como saldo, la izquierda se posicionó pese al bloqueo de sus iniciativas por cuenta de la derecha, temerosa del poder sin precedente del anticapitalismo verde, afirmó Adam Tooze en Foreign Affairs en enero de 2020.
Centros de influencia ideológica como Stratfor cierran el paso a la izquierda y la califican como “radical”. Otras fuerzas llaman “secta millennial” a algunos demócratas en EE. UU., un puñado de laboristas en Reino Unido o a los verdes europeos, cuando sancionan la política consumista-energética capitalista.
El más importante partido ambiental del mundo son Los Verdes alemanes. Superaron conflictos internos de los años 80; y hoy los llamados pragmáticos-realistas proponen más inversión pública en energías limpias y mayor conciencia social. Es decir, una política de respeto social al medio ambiente y protección preventiva que garantice el derecho a la salud de todos.
Con su ejemplo, otras organizaciones piden a sus gobiernos iniciativas para limitar los autos de gasolina y compensarlos con mejor transporte público; diseñar viviendas verdes fáciles de calentar en invierno y estimular la agricultura sustentable.
Esa calurosa discusión advierte sobre los efectos no visibles del fenómeno. Como el consejo de Andrew Chambers desde 2011: “No es aceptable usar el cambio climático para limitar el desarrollo en países pobres, mientras ascienden las emisiones invernadero del occidente industrializado”.
Si el problema radica en que los hábitos de consumo de una pequeña fracción de las personas más acaudaladas del planeta nutren la gigantesca maquinaria del capitalismo expoliador, se requieren medidas drásticas más allá de la descarbonización y reorientar ese sector para alejarlo de los superricos.
Está probado: si el capitalismo impone su cultura de hábitos de consumo, nos llevará al desastre. La izquierda es la única tendencia política en Occidente que ha permanecido consistentemente solidaria con la clase trabajadora, los indígenas y los intereses de los Estados más amenazados por el cambio.
“Realmente el cambio climático no nos preocupa, porque es demasiado abrumador y ya estamos inmersos en otros asuntos complicados”, indicó Elaine Kamarck, del Instituto Brookings.
La inminente debacle ambiental y la inacción gubernamental alentaron movimientos ciudadanos como Extinción-Rebelión en Reino Unido, pero también provocaron la usurpación de esa causa por las élites.
De ahí la propuesta del Nuevo Pacto Verde (New Deal) o Nuevo Pacto Verde (NPV) de los demócratas en EE. UU., que no cambia la ecuación desigual, pues deja intacto el modelo depredador capitalista sin apuntar a la real reconstrucción social.
El NPV imita al Nuevo Pacto de Franklin Delano Roosevelt que, tras los efectos de la Gran Depresión, no se propuso terminar con el sistema sino reformarlo. Hoy, los defensores del NPV alegan que una revisión integral del proceso industrial y la reducción de las emisiones de CO2 terminarán con la pobreza, pues se crearán más empleos.
Hipocresía y villanos
A pesar del inédito freno económico mundial para detener la expansión de la pandemia de SARS-COV2, persisten las emisiones de gases de efecto invernadero. La emisión hacia la atmósfera de CO2 y otros gases que impiden la circulación del aire, crecerá hasta el 16 por ciento en 2030, lo que implicará un alza de 2.70 grados Celsius en la temperatura media superior del planeta.
La contaminación ambiental está relacionada con el modelo de industrialización capitalista. Foreign Affairs acusa a Exxon Mobil y sus socios de ensuciar el debate científico sobre el cambio climático.
La revista denuncia que, por largo tiempo, a los ciudadanos del mundo se les indujo a pensar que eran individualmente culpables por la crisis climática cuando, en realidad, es un puñado de corporaciones y élites económicas las que han contribuido al envenenamiento colectivo.
El grupo periodístico Cobertura Actual del Clima (CCNos) y la organización EULIXE concluyeron que los peores contaminadores en EE. UU “evadieron su responsabilidad y el escrutinio por décadas, mientras ayudaban a la industria de combustibles fósiles a destruir el planeta”.
A muy pocos interesa que el planeta esté dividido entre grandes emisores de gas invernadero: EE. UU., China e India. El Ministro del Ambiente indio, Bhupender Yadav, sostuvo que la política de cero emisiones netas de CO2 no soluciona el problema, y exhortó a los países ricos a “admitir su responsabilidad histórica” en el cambio climático y a ofrecer protección a las naciones en desarrollo.
Algo está claro: el clima es un asunto de interés global y personal. La fricción entre colosos globales complica el arribo a eventuales soluciones.
La hipocresía
La COP26 era una de las últimas oportunidades del planeta para evitar una catástrofe ambiental. Gobernantes, monarcas y ejecutivos de países megarricos llegaron en unos 400 aviones privados y limusinas devoradoras de gasolina. El derroche fue tal, que Jeff Bezos llegó en su Gulf Stream de 48 millones de libras, tras celebrar el cumpleaños de Bill Gates en un superyate de dos millones de libras por semana, denunció el Huffington Post.
Se “filtró” un documento que revela las negociaciones secretas de Arabia Saudita, Japón y Australia, que pidieron a la ONU cambiar el informe final de la cumbre para ocultar los efectos humanos sobre el clima, según Justin Rowlat, de la BBC.
Para la revista científica Nature, la cumbre de Glasgow falló por el incumplimiento de los gobiernos ricos en la inversión de 100 mil mdd anuales para que países menos desarrollados reduzcan el impacto climático.
Esa cifra se comprometió desde la Cumbre de 2009 en Copenhague. Diez años después, solo han liberado 79 mil 600 mdd y, por la pandemia, la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) ignora si hubo aportaciones en 2020.
En la COP26 de Glasgow, 197 países atestiguaron el reclamo de las naciones más vulnerables a ese incumplimiento financiero. Para el director del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (PICC), Sallemul Huq, 100 mil mdd “es una promesa minúscula”, pues se necesitarán cientos de miles de mdd.
Además, los científicos advierten que la COP26 discutió la neutralidad de carbono sobre bases erróneas, ya que no definieron qué actores deben ser pioneros en actuar. Los productores de energía fósil (Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Rusia y China) ofrecen reducir la temperatura en 1.50 C entre 2030 y 2070.
Pero el Grupo Intergubernamental de Expertos Sobre el Cambio Climático (GIEC) insiste en que esa neutralidad debe lograrse como máximo en 2050. Otros 49 países que representan a más de la mitad de las emisiones de gas invernadero, proponen adherirse a ese plan. Sin embargo, las corporaciones se limitaron a ofrecer dinero a organizaciones que promueven reducir emisiones, pero mantienen sus procesos que emiten carbono.
El gobierno de EE. UU. arrasó con su propuesta de expandir la energía solar y eólica, explicó Coralié Shaub. Fue así como la realidad se evidenció tras la Cumbre del Medio Ambiente de Glasgow: el clima ha cambiado, la hipocresía no.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.