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El pueblo insurgente
López Obrador juega con fuego al tratar al pueblo de México como a un infante; cree que el pueblo acogerá ciegamente todos sus embustes y disparates.
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El 15 de septiembre representa, sin duda, una de las fechas más emblemáticas para el pueblo mexicano; porque en ese día, un pueblo profundamente agraviado por las injusticias al por mayor y la explotación sin piedad contra indios y negros a manos de los españoles durante 300 años de colonización, se levantó en armas en busca de su libertad al llamado del Párroco de Dolores, Miguel Hidalgo y Costilla.

Cien años después, su suerte no cambió mucho porque peores padecimientos se produjeron durante la dictadura de Porfirio Díaz. Es curioso cómo la clase opresora justifica su permanencia, el orden de las cosas; y aun en los momentos más críticos se aferra al poder. A propósito de la ceremonia del grito de Independencia, el escritor estadounidense John Kenneth Turner retrata jocosamente a un octogenario Díaz celebrando las Fiestas del Centenario en el palco de Palacio Nacional, llorando emocionado y gritando a todo pulmón loas a los padres de la patria. Un mes más tarde estalló la Revolución Mexicana.

Los presidentes de la República se han acostumbrado a encabezar la ceremonia del Grito entre sus funciones, adicionándole una verbena popular donde las masas se entretienen. Los medios de comunicación siguen cada expresión y al mensaje del jefe de Estado en cuestión, como si con ello se cambiara la vida de las atribuladas masas. Entretenimiento puro, adoctrinamiento con un nacionalismo burgués lleno de superficialidades y mentiras.

Y en eso estábamos cuando llegó “el rey de las mentiras”. La prensa estará atenta al discurso del Presidente y los analistas prevén que Andrés Manuel López Obrador (AMLO) aproveche las ceremonias patrias para fijar su postura con respecto a la consulta en materia energética que están solicitando sus socios de América del Norte. Pero no hay nada qué temer, porque hasta el más temible bravucón mide las posibilidades de su oponente; y solo se muestra altanero y prepotente cuando lo considera débil, pero se vuelve sumiso y servicial ante un adversario de mayor tamaño.

No habrá ruptura con Estados Unidos (EE. UU.), pero continuará la vergonzosa dependencia económica y política hacia el poderoso vecino del norte, sin que importe que el Presidente grite a los cuatro vientos: ¡Viva México! Pero AMLO no solo hará eso y, como una caricatura del dictador Díaz, en cada repique de campana dirá loas a los héroes nacionales ignorando u olvidando que ha traicionado a la patria porque la ha llevado al colapso; y en los hechos ha consumado la militarización de México al subordinar la Guardia Nacional al Ejército con el propósito futuro de reprimir cualquier forma de organización social o política del pueblo mexicano.

El Presidente juega con fuego al tratar al pueblo de México como a un infante; cree que el pueblo acogerá ciegamente todos sus embustes y disparates. Al igual que Díaz, se considera el apóstol, el trasformador, el padre y piensa que únicamente él sabe lo que le conviene a los pobres. Pero la historia enseña que, cuando las mentiras chocan con la realidad, la verdad surge frente a la luz. Sin embargo, este problema no puede superarse con un acto de magia o la solución simplista de un dilema como el que plantean los medios de prensa y los sesudos analistas; ya que unos exaltan las cualidades “populistas” del Presidente mientras otros lo describen como un gran embaucador que en este periodo está causando todos los males del país.

Ambos se equivocan de extremo a extremo, ya que menospreciar a las masas es un grave error de los intelectuales, de la oposición y del mismo Presidente porque, como destaca Marta Harnecker, “las revoluciones sociales no las hacen los individuos, las personalidades, por muy brillantes o heroicas que sean. Las revoluciones sociales las hacen las masas populares”. Y para muchos mexicanos se evidencia que, si de algo carece el Presidente, es de brillantez.

La pobreza del pueblo, los altos niveles de violencia, la corrupción, la inflación, el desempleo, el partido Movimiento Regeneración Nacional (Morena) y la actual “oposición” son pestes que se nutren de la desigualdad imperante que nos agobia. La clase social de los privilegiados está de plácemes porque, mientras la responsabilidad caiga sobre un solo hombre, puede estar tranquila creando héroes y villanos para el entretenimiento de las masas. Pero, ¡cuidado!, porque cuando la vida se torna insoportable y el pueblo no tiene nada qué perder, solo se necesita una chispa.


Escrito por Capitán Nemo

COLUMNISTA


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