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Atención. Quienes marcan la pauta en la economía mundial, no con sus conocimientos ni con sus resultados, sino con el poder económico que los patrocina, están quemando los ídolos que antes adoraban. La solución de soluciones, el fin de la historia y otras zarandajas que según ellos nos llevarían directo y sin contratiempos a la felicidad sin atenuantes bajo la égida del capital, están siendo desmontadas y cambiadas por otras aparentemente novedosas pero que, en realidad, son una nueva edición de la batería de medidas ya usadas para proteger los beneficios inmediatos y tratar de asegurar la vida eterna del sistema de la máxima ganancia.
“Los que vivimos en sociedades de mercado libre creemos que el crecimiento, la prosperidad y, en última instancia, la plena satisfacción de las necesidades humanas se crean de abajo hacia arriba, no desde el gobierno hacia abajo. Solo cuando al espíritu humano se le permite inventar y crear, solo cuando los individuos tienen una base para decidir las políticas económicas y beneficiarse de su éxito personal, solo entonces, las sociedades pueden mantenerse económicamente vivas, dinámicas, prósperas, progresistas y libres. Confiar en la gente. Es ésta una lección irrefutable de todo el periodo de la posguerra que contradice a la idea de que son los rígidos controles gubernamentales los que garantizan el desarrollo económico. Las sociedades que han alcanzado el progreso económico más amplio y sustentado en un periodo más corto, no son las más rígidamente controladas, no son las más grandes en tamaño o las más ricas en recursos naturales; no, lo que las unifica y explica es su confianza en la magia del mercado”.
Cita larga pero muy ilustrativa (de cuyos defectos de traducción me hago responsable). Son las palabras del presidente Ronald Reagan, uno de los más importantes impulsores del modelo económico neoliberal en el mundo y son parte fundamental de su discurso pronunciado en la Reunión anual del Consejo de Gobernadores del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional el 29 de septiembre de 1981. Ahí están las ideas básicas de la ideología que se ponía de moda para relanzar el desarrollo del capital cuando ya se veía el debilitamiento del experimento de la economía socialista en la Unión Soviética. El rechazo a “los rígidos controles gubernamentales”, la confianza en “las sociedades de mercado libre” y el éxito general del que éstas son supuestamente causantes.
Qué lejos parecen ahora estas ideas de un presidente de Estados Unidos (EE. UU.) ante las actuales, muy recientes, de otro presidente de EE. UU., del señor Donald Trump que dice que “EE. UU. tiene un déficit comercial anual de 800 mil millones de dólares debido a nuestros acuerdos y políticas comerciales “muy estúpidos” y que –añade– “nuestros trabajos y nuestra riqueza se las están llevando otros países que se han aprovechado de nosotros durante años. Se ríen de lo tontos que han sido nuestros líderes. ¡No más!”. Y, en abierta y violenta contradicción con las ideas casi sagradas que defendía su antecesor, anuncia que impondrá un impuesto a la importación de acero por un 25 por ciento y a la de aluminio por un 10 por ciento. No se contiene, además, en afirmar que está consciente de que desata una guerra comercial y que ésta “es fácil de ganar”. ¿Qué pasó con el horror a los “rígidos controles gubernamentales” y con la reverencia a su majestad “el mercado libre”? Ante los ojos de todo el mundo se están tirando a la basura.
No es fácil predecir qué es lo que va a pasar en EE. UU. con la nueva política proteccionista que está impulsando la facción que actualmente detenta el poder. No son novatos; y, menos aún, suicidas. No obstante, hay sectores importantes del propio partido de Donald Trump que condenan la medida y señalan que traerá más perjuicios que beneficios; habrá que esperar para saber si obtienen los resultados que esperan. Lo que sí es evidente es que estas viejas-nuevas medidas proteccionistas se toman al calor de la crisis generalizada del modelo económico neoliberal. La iniciativa libre de las grandes empresas, la falta de controles gubernamentales sobre su actuar, el hecho de que fueran ellas las que –por sí y ante sí– decidieran qué, cómo ç y para quién producir, ha llevado a EE. UU., como país, a dejar de ser un vendedor neto para convertirse en un comprador neto, su déficit comercial es inmenso. Y eso es una tragedia. El capital produce para arrancar tiempo de trabajo no pagado que queda incorporado a la mercancía producida y, ésta a su vez, tiene que ser vendida para hacer realidad ese valor nuevo que el trabajo le ha incorporado; la venta de lo producido es, pues, el oxígeno del capital. Ahora, EE. UU. se ha convertido en comprador neto, aunque sea de las propias empresas norteamericanas que se han instalado en otros países y, lo que es peor, de empresas de otros países como China. Por esa razón, Donald Trump reniega del libre mercado y pasa a defender el viejo proteccionismo.
¿Hemos estado equivocados quienes señalamos las consecuencias nefastas del modelo económico neoliberal? No. Ahora existen nuevos argumentos para cuestionarlo: las declaraciones y las medidas de Donald Trump. La economía mexicana se ha trazado para ese modelo moribundo, para volcarla a la exportación y no a la satisfacción de las necesidades internas: el petróleo, el acero, la agricultura, los bajos salarios y el propio diseño del Estado, ése que reduce su intervención y su gasto porque, como dijo Ronald Reagan: “la plena satisfacción de las necesidades humanas se crea de abajo hacia arriba, no desde el gobierno hacia abajo”. Como vemos, ya ni en la metrópoli, ya ni los herederos de sus creadores y defensores más conspicuos, creen en el neoliberalismo, ahora lo tachan de acuerdos “estúpidos”. ¿No ha llegado la hora de que se mejoren los salarios, se fortalezca la intervención del Estado en la política social y diversifiquemos nuestras exportaciones? Urge cambiar nuestro modelo económico. No vaya a ser que, cuando ya no quede nadie, seamos los mexicanos los encargados de cerrar la puerta y apagar la luz del salón de fiestas del neoliberalismo.
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".