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El realizador sirio Mustapha Akkad pudo filmar una cinta histórica que muestra las atrocidades del colonialismo italiano en Libia, que además era fascista; rasgo que, por cierto, permitió a Akkad recrear con realismo y visión progresista la lucha armada del pueblo libio contra los invasores europeos en plena era del expresidente Reagan, de Estados Unidos, cuyos gobiernos no están en contra de los filmes que critican a otras naciones imperialistas y fascistas mientras no se critique al imperialismo estadounidense con sus invasiones y atropellos igualmente fascistas. Recordemos que Libia fue parte del imperio cartaginés, luego colonia griega, fenicia y romana –primero del Imperio Romano de Occidente y más tarde del de Oriente– hasta que éste desapareció y fue sustituido en Asia Menor y el sudeste del Mediterráneo por el Imperio Otomano. En 1911, Libia fue invadida por Italia, que la mantuvo como colonia hasta la caída del gobierno fascista de Benito Mussolini. Durante el periodo colonial italiano se registró un movimiento de resistencia que encabezó el Shaykh al shuhada (León del desierto, en árabe), cuyo nombre era Omar Al-Mukhtar.
En la historia fílmica de Akkad, el personaje central es interpretado por el célebre actor mexicano Anthony Quinn, quien encarna a un verdadero león del desierto, que combate bravíamente al ejército italiano con una inteligencia militar extraordinaria, que es incluso motivo de envidia para los oficiales fascistas, pues a pesar de que nunca asistió a ninguna academia militar, en muchas ocasiones cortó las líneas enemigas, desgastó al ejército europeo con emboscadas bien planeadas y ejecutadas y, al frente de un ejército de apenas tres mil guerrilleros, puso contra la pared a batallones enteros, mucho mejor pertrechados y provistos con tanques de guerra expresamente fabricados para rodar en el desierto. El costo de esta resistencia fue tan alto para los invasores que el dictador Mussolini instruyó al general carnicero Rodolfo Graziani para que acabase con los guerrilleros libios a como diera lugar. Obedeciendo esta orden, Graziani aniquiló pueblos y ciudades enteras, quemó cosechas, tapó con cemento pozos de agua potable y, entre otras atrocidades, roció químicos para diezmar a la población masculina y asesinar masivamente al pueblo libio. Pese a estas terribles condiciones, El león del desierto siguió infligiendo derrotas a Graziani. En una visita que hizo a Roma él y su jefe Mussolini acordaron cortar a los guerrilleros todas sus rutas de abastecimiento de comida, armas y pertrechos militares.
Aislado completamente, comienza el declive de Mukhtar como líder de la resistencia libia al colonialismo. Después de 20 años de combatir a los italianos, cae herido durante un ataque de la aviación de fascista; atrapado, lo presentan ante su odiado enemigo. A pesar de que había sido su peor pesadilla, Graziani instruye a uno de sus oficiales: “Es un militar excepcional al cual hay que respetar”. Incluso trata de sobornarlo ofreciendo perdonarlo y mandarlo a vivir a Egipto, donde disfrutaría de una jugosa pensión. Pero Mukhtar no es de los que una vez atrapado y vencido traicione a su pueblo y a sus ideales antiimperialistas, vendiendo su conciencia. Graziani ordena un juicio sumarísimo que se efectúa en Bengasi el 15 de septiembre de 1931; al día siguiente, El león del desierto es ahorcado ante miles de libios que, atónitos e indignados, ven caer a su líder y héroe. El león del desierto es una producción hollywoodense un tanto atípica. Y yo, amigo lector, no dejo de pensar que la muerte del realizador Mustapha Akkad haya sido un castigo ejemplar para los artistas cinematográficos que, aun con limitaciones o a medias, se atreven a denunciar la rapacidad del colonialismo y el imperialismo. Si asesinaron a Muamar Gadafi, el líder que unió a Libia y estaba construyendo una sociedad que distribuía mejor la riqueza e intentaba llevar bienestar a su pueblo, ¿por qué no habrían de eliminar a un creador fílmico como Akkad? Juzgue usted, amigo lector.
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Escrito por Cousteau
COLUMNISTA