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El divino fracaso, de Rafael Cansinos Assens
En este libro de ensayos del autor español, hay un texto dedicado a los escritores que no han tenido éxito comercial o que no alcanzaron fama, premios, puestos burocráticos o becas; y que, por lo mismo, viven casi en el anonimato.
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En este libro de ensayos del autor español (Sevilla, 1882-Madrid, 1964) hay un texto específicamente dedicado a los escritores que no han tenido éxito comercial o que no alcanzaron fama, premios, puestos burocráticos o becas; y que, por lo mismo, viven casi en el anonimato o el ostracismo involuntario. Las líneas están forjadas no precisamente para consolar a los autores sobre esa situación, sino para persuadirlos de que el arte representa una vocación, una atribución u “obligación natural”, y no una elección u opción voluntaria. Cansinos así lo explica:

“El arte debe ser un arte de vida. Nuestro estilo debe ser tan práctico y exacto como las tijeras de nuestros sastres. Y nuestras líricas lágrimas deben ser preciosas como los cálculos gástricos de las ostras. Delante de nuestra obra de belleza debemos estar atentos y vigilantes como los mercaderes detrás de sus pilas de frutas, cuya dulce fragancia no llega a trastornarles. ¿Queréis belleza, amigos? ¿Queréis la manzana del amor y de la discordia o la roja granada del triunfo? ¿Queréis la mandrágora o la rosa de té? Pues danos esas monedas que guardáis tan avaramente y que nuestras manos cantarán como sistros…”.

En otra parte del ensayo sobre el mismo tema del arte, la vida y el estilo, que a su juicio son uno mismo e integran un nudo indisoluble, Cansinos escribe: “nos hemos afligido y atormentado hasta el aneurisma, creyéndonos siempre demasiado lejos del límite anhelado, aguijoneándonos con la belleza ajena para avivar la pereza reacia, desvelándonos de avaricia en la noche; hemos dejado que el arte sustituya a la vida en nosotros, que su boca voraz nos muerda en las ropas y en las carnes; hemos trabajado tanto, tanto, sin otra alegría que nuestro triunfo solo de nosotros sabido; hemos borrado, hemos roto, hemos hecho al fin de nuestra pluma una cosa tan nuestra como nuestro índice, para que una vez se nos diga: escribe usted demasiado bien. Es decir, debe oscurecerse, embastecerse, confundirse con todos, romper su arte colmado, si no quiere ir eternamente cargado de perfección inútil… en una terrible soledad…”.

Estas palabras del escritor español parecen conformar una queja por injusticia; pero únicamente constituyen una apelación sincera, quizás dramática, al rigor artístico que todo autor requiere para sentirse completo u honesto con respecto a su objetivo de expresar plenamente lo que trae dentro, y no con obediencia a las modas del momento, al comercialismo o a los espurios intereses económicos, políticos e ideológicos prevalecientes en su entorno.


Escrito por Ángel Trejo Raygadas

Periodista cultural


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