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La delincuencia espoleada por la impunidad; el ajuste de cuentas entre cárteles de drogas que arrebatan la vida y la tranquilidad a miles de personas; la violencia intrafamiliar a la mujer, los crímenes de odio, el racismo… todo esto, lejos de abolirse, se incrementa. Este terror tiene una correspondencia necesaria con la violencia de la injusticia social: la miseria de la mayoría genera el despilfarro de las élites; la ignorancia y el embrutecimiento de los muchos explica el goce y el gusto refinado de los pocos. No es una exageración decir que esta violencia y autodestrucción son parte inexorable del aparato económico mundial; los oligopolios devoran naciones mediante el saqueo y la ocupación militar. En pocas palabras: la humanidad tiene razones suficientes para sentir miedo y desesperanza y cada vez más un ser humano es enemigo mortal de otro ser humano.
Lu Hsun presenta esa autoaniquilación como un acto de canibalismo en Diario de un loco. Pero esta práctica es solo revelada al protagonista del cuento, los demás la ignoran, aunque la viven y éste no es más que un loco. Escrito en forma de diario, el cuento da salida a los sentimientos de marginación y desesperación que aprisionan al personaje que, como Cassandra en la mitología griega, con un sollozo y un grito ahogado protesta contra la indiferencia plena o, peor aún, el rechazo de la gente que lo rodea. También podemos admitir que el loco es tal, pero difícil es creerlo porque, como ocurre con El Quijote, sus razonamientos son agudos y contundentes.
“Acabo de darme cuenta de que he estado viviendo todos esto años en un lugar en el que desde hace cuatro milenios vienen comiendo carne humana”. Dicen los expertos que este clásico de la literatura oriental es un ataque mordaz contra el sistema de valores de la China premoderna, en el que primaban el orden, la jerarquía y los códigos morales estrictos; una sociedad moralizante que pugna por el autoperfeccionamiento. Lu Hsun se irrita contra esta ideología hipócrita y esta moralización; para el autor, ésta es el disfraz de una terrible dicotomía: matar o morir, ser opresor u oprimido; en otras palabras, nos alimentamos de la destrucción del otro o nos engullen completos.
La narración es aforística por momentos; la brevedad construye el clima de asombro y de suspenso que asfixia a El loco, recreación de un lienzo desbaratado. Con ello, Hsun gana en naturalidad y nos hace pensar en el relato desesperado de un náufrago. Desoladora bitácora; paso a paso nos hundimos con el personaje en un abismo que parece no tener salida: todo lo que creíamos bueno y sano resulta ser un caníbal al acecho, la propia familia del loco es su enemigo: “Mi hermano mayor es un devorador de hombres! ¡Yo mismo seré devorado por los demás, pero no quita que sea el hermano menor de un devorador de hombres!”. Más adelante dice: “La gente cambia a sus hijos para comérselos”. La familia, aquel joyel incorruptible de valores es, bajo esta visión, una solapadora de la antropofagia. No hay refugio y por ello padece una manía persecutoria en sumo grado.
Hoy el afán de enriquecimiento es aceptado como una filosofía loable; el éxito es sinónimo de empoderamiento y el consumismo desmedido el equivalente de la felicidad. Nadie lo pone en duda. Por eso la moral es elástica, ya que el fin es gozar de los placeres materiales de la vida. Muy en segundo plano está la colaboración entre los oprimidos. Y aquí entendemos que la locura es, en realidad, una crítica a la visión ordinaria del mundo; para el resto quizás sea estrambótico minusvalorar el consumismo y el derroche dinerario y anteponer una filosofía de vida volcada hacia el bien colectivo. Lo común es escalar el éxito aplastando al otro. Este individualismo es asimilado de forma inconsciente y cuando nos percatamos del punto al que ha llegado nuestro egoísmo, nos espantamos. Dice El Loco de Hsun: “Tal vez sin quererlo he comido muchos bocados del cuerpo de mi hermana”.
Ante lo hegemónico de esta visión, este personaje pierde la esperanza: “¿Cómo voy a poder, después de cuatro mil años de canibalismo (antes de verdad no lo advertía), encontrar a un hombre de verdad?”. Y, como nosotros, el loco cifra sus esperanzas en los niños. “Tal vez sea posible encontrar aún niños que no hayan probado la carne humana ¡Salvad a los niños!”. ¿Bajo qué ideales estamos educando a las próximas generaciones? Mejor aún: ¿hemos razonado con profundidad los ideales éticos que tiene nuestra sociedad?
Escrito por Marco Antonio Aquiáhuatl
Columnista