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2023 será el año que marcará la nueva geopolítica del gas y del petróleo. Con implacables juegos de poder, Estados Unidos (EE. UU.) alienta discrepancias energéticas entre países proveedores y consumidores. Para “doblegar” a Moscú, condena al desabasto a Europa, que embarga al crudo ruso y limita su precio en una guerra que definirá el orden global post-Ucrania. Ahí, México –gran productor– deberá definir a quién se alía.
Ávida de energía, la superpotencia militar global es también gran productor de combustible; de modo que, para mantener su hegemonía, acentúa un feroz juego de poder global. Su agresiva geoestrategia energética ha encontrado en los europeos a clientes desesperados por acceder a fuentes seguras.
La solución fue el conflicto en Ucrania, que precipitó el giro en la geopolítica de la energía. Con su gas natural licuado (GNL) de esquisto –fracking–, EE. UU. pretende desplazar al gas natural (GN) ruso, que por décadas calmó la sed energética del continente europeo.
Esa discordia explica el trasfondo de la crisis en la exrepública soviética, pues al capitalismo corporativo estadounidense poco le interesa la pronta solución. Cuanto más se complique el conflicto, la Europa comunitaria estará más urgida de gas y crudo que las trasnacionales estadounidenses le venderán al precio más alto.
Antes de que Occidente sancionara a funcionarios, empresas e instituciones de la Federación de Rusia, la Unión Europea (UE) importaba de ahí 40 por ciento de gas natural y 27 por ciento de petróleo, a un costo estimado de 423 mil millones de dólares, según el Instituto de Estudios Energéticos de Oxford.
De ahí la repetitiva campaña mediática del “anhelo” europeo por “reducir su dependencia del gas ruso”. En realidad, el cambio del paradigma energético de Europa implica enormes desafíos que van de la logística a una transición energética de largo plazo.
Por otra parte, el gas natural fluye de los países productores hacia los países europeos a través de redes de gasoductos y oleoductos que vinculan a Europa desde el norte de África y el centro de Rusia. El reciente “embargo” ordenado por el Consejo Europeo que impide comprar crudo por vía marítima aspira a cerrar esa fuente para comprarlo a EE. UU.
De modo que al iniciar 2023, y a 11 meses de respaldar el régimen neonazi de Kiev, Washington acentúa su sádico juego de poder al alentar a sus “socios” a endurecer medidas contra Moscú para mantener su hegemonía.
Diplomacia o Energía
En mayo, ante la Europa pasmada por el conflicto en Ucrania, estalló la Guerra del Gas entre Marruecos y Argelia. El país norafricano es el mayor proveedor de gas de España, pero le cortó el suministro cuando Madrid decidió apoyar a Marruecos, que niega la soberanía de la República Árabe Saharauí Democrática, a la que respalda Argelia. El diferendo político tuvo así su guerra energética, cuya solución se antoja muy lejana.
Aunque EE. UU. y Venezuela rompieron relaciones en 2019, este año el país sudamericano cobró nuevo interés en Washington y la razón es que es el país más rico en petróleo del mundo. Es decir, tiene lo que las economías industrializadas necesitan urgentemente de fuentes no rusas.
Para cubrir su déficit petrolero, la Casa Blanca envió en marzo una delegación a dialogar con el presidente Maduro. Días antes, el mandatario había declarado que su país “está a la vanguardia de las iniciativas para estabilizar los mercados del gas y la energía”.
Pero no todos celebraron esa posibiidad. La opositora Delsa Solórzano expresó: “espero que entiendan que hacer negocios con Maduro significa mancharse las manos”. No obstante, el cinco de mayo, las petroleras europeas Repsol y ENI enviaban crudo venezolano a Europa, para compensar el veto al crudo ruso.
La paradoja es que en este conflicto el gobierno venezolano saldrá fortalecido y se beneficiará tanto económica como políticamente, estima el politólogo Jacques d’Adesky.
Sin embargo, esos juegos estadounidenses también trastocan el mercado de crudo y gas al que contribuyen en gran medida gigantes como Arabia Saudita, monarquías del Golfo Pérsico, Irán, Venezuela, Libia y Argelia, además de Rusia. Todos proyectan ahí sus poderosas geopolíticas.
La Casa Blanca alentó a los 27 miembros de la UE a abandonar la seguridad del suministro ruso; y así, expuso a sus 447.3 millones de ciudadanos a la escasez y encarecimiento de la energía para calefacción, iluminación, producción fabril, transporte y otros usos.
Rusia o EE. UU.
La actual crisis energética de Europa se remonta a la desintegración de la Unión Soviética –su proveedor histórico– y a la presión de EE. UU. sobre las exrepúblicas para que obstaculizaran el transporte de esos combustibles por sus territorios.
Hace unos tres lustros, EE. UU. aún importaba gas y construía terminales para recibirlo. Hacia 2007, la potencia alcanzó su auge al producir gas y crudo por fractura hidráulica; y en 2016 ya exportaba desde los centros que había creado para importar.
En 2021, los principales exportadores de gas eran Rusia, Qatar y EE. UU. con 70 por ciento de las importaciones mundiales. Ese año, por primera vez en la historia, EE. UU. lideró ese trío, según la Asociación Internacional de Información de Gas Natural.
Con esa supremacía ganó clientes solventes en Asia y así se mantuvo hasta que sus servicios de inteligencia alertaron a la Casa Blanca acerca de la inestabilidad geopolítica entre Ucrania y Rusia. Entonces dio un vuelco a su ruta asiática y se dirigió a caminos europeos.
Entre noviembre de 2021 y enero de 2022, cuando sus medios alertaban de la “invasión” rusa, EE. UU. triplicaba sus exportaciones de gas licuado a la UE y Reino Unido, y se convertía en el mayor exportador mundial, según The New York Times.
En ese juego de poder, Rusia desplegó su geopolítica energética. En marzo, en pleno fragor de la guerra económico-financiera-mediática de Occidente, Rusia advirtió a sus clientes “no amigos” que, a partir de abril, debían pagar el gas en rublos o se les suspendería el suministro.
Consciente de que no todos los europeos tienen igual dependencia energética, en mayo suspendió el suministro a Polonia y Bulgaria –muy hostiles a Moscú– por negarse a esa disposición.
Desde 1970 se mantiene la relación gasística entre los gobiernos de Alemania y la Unión Soviética –después con Rusia–. Esa energía fue la piedra angular de la Ostpolitik (política de Alemania occidental con acuerdos hacia el bloque socialista que sentó las bases de la reunificación alemana).
En la post-Guerra Fría, Berlín compró gas ruso procedente de Siberia Occidental a través del Mar Báltico y del Nord Stream 2 que entraría en vigor este año, pero Biden presionó al canciller Olaf Scholz para impedirlo.
A la par, EE. UU. prohibió la importación a su país de crudo, gas natural y carbón rusos. Secundaron la medida la UE y Reino Unido, que postergó hasta fin de este año mientras Polonia y Lituania reducían su consumo ruso. Esas acciones se daban cuando, apenas meses atrás, los europeos habían visto escalar los precios del gas natural hasta cinco veces.
En julio, Gazprom anunció que reduciría a la mitad el flujo del gasoducto Nord Stream 1 hacia Alemania, por mantenimiento. La medida se interpretó como represalia a las sanciones, señala el organismo Bruegel.
Otros gobiernos europeos veían dificultarse su acceso a más combustible y energéticas privadas (europeas y estadounidenses) ya evaluaban su cierre o quiebra, explica Jonah Fisher. Y ahora, los ciudadanos del continente que desde 1945 se ostentó como el de mayor población en estado de bienestar, enfrentan pobreza energética y una crisis geopolítica.
Potencia a oscuras
Si para algunos expertos en el mercado energético, EE. UU. será el gran vencedor en esa crisis, olvidan que ese país enfrenta apagones y roces entre el gobierno y las corporaciones. Sus grandes reservas de gas en Texas, Pennsylvania, Virginia occidental y Oklahoma le permiten exportar a precios de 8.90 dólares/Bcf contra su coste, que es de tres dólares/Bcf, señala la gestoría Global Resource Equities.
A ese sobreprecio, la UE compra a su socio y aliado la energía que necesita. Esa insensata estrategia echa por tierra la seguridad energética que el bloque gozó por años en sus contratos de suministro con la Federación de Rusia, refiere Álvaro Estévez, de Bolsamania.
En su interior, EE. UU. escenifica cortes de energía por la deficiente operación de firmas privadas. Por eso, el siete de junio, Joseph Biden decretó el estado de emergencia para acelerar las “energías limpias”, pero la situación empeora.
OTAN y el nudo gordiano
Creo que la energía es en gran medida el punto álgido en lo que respecta a Ucrania, señala la politóloga, Helen Thompson. La fragilidad geopolítica de la UE la hizo muy dependiente de la OTAN para garantizar su seguridad; de ahí que países del antiguo bloque socialista (Polonia, Hungría, República Checa, Eslovaquia y los bálticos) primero se incorporaron a esa alianza tiempo antes de ingresar en la UE.
En contraste, la UE atrajo a Ucrania con un acuerdo de asociación sin invitarla a ser parte de la alianza militar. Alemania y Francia la vetaron en 2008 por la aguda crisis financiera de Kiev. Entre 2002 y 2021 la energía pasó a ser la cuestión estratégica por excelencia y no volverá al segundo plano en décadas. Es el nudo gordiano del sistema internacional, por el que pasan todos los retos estratégicos, describe Paul Isbell.
Aunque Texas es un gran productor de energía solar, ha sufrido cortes porque su electricidad es generada por firmas privadas que amenazan con apagones como el del invierno de 2021. Influye la cultura separatista del estado, cuyo plan energético es independiente de la Unión.
En mayo, los expertos alertaron acerca de la vulnerabilidad de la red eléctrica de EE. UU. Es muy antigua, pues se construyó antes de que pensáramos en el cambio climático, apunta el Centro Sabin de Derecho del Cambio Climático.
Así, el 14 de septiembre, Texas, Michigan y California se sumaban a otros estados que registran aumentos en cortes de energía. Para algunos, una causa es la vieja y vulnerable estructura energética de la superpotencia militar mundial, insuficiente ante la excesiva demanda de electricidad.
Para otros, esa deficiencia se relaciona con eventos climáticos: incendios forestales por sequías, tormentas eléctricas, nevadas, calor extremo, tornados y huracanes. Se ha reportado que, entre 2020 y 2021 –en momentos difíciles de la pandemia por Covid-19, el 83 por ciento de los apagones tuvo ese origen.
Desde el año 2000 se han registrado más de mil 500 cortes de energía relacionados con el clima; y en 2010 esos fenómenos se reportaron en 64 por ciento. El grupo de investigación, Climate Central advierte que esos sucesos se intensificarán por el proceso de calentamiento global.
Embargo, tope y precios
El silencio mediático y de centros de anáisis sobre los problemas del servicio eléctrico en EE. UU. favorece la percepción de que ese país es el único que garantizará el suministro de Europa. Y así se observa cómo, en pleno invierno los precios del gas se han disparado empeorando la escena socioeconómica.
Optimista, la UE anunció en noviembre que tenía tanto gas “que no sabe qué hacer con él, al punto que los precios al contado se desplomaron abajo de cero”, repetían Euronews y CNN. Sin embargo, la agencia Bloomberg estima que las reservas bajan en Europa.
Esas empresas soslayan otro efecto negativo de la guerra contra el combustible ruso: la drástica caída en la producción del cemento y acero, actividades que dependen del gas, cuyo consumo se redujo, señala la consultora Kayros.
El dos de diciembre, la UE y el G7 (Alemania, Canadá, EE. UU., Francia, Italia, Japón y Reino Unido) adoptaron dos decisiones que –paradójicamente– aumentaron su riesgo de inseguridad energética: dejar de comprar petróleo ruso por vía marítima; su objetivo es ocasionar pérdidas de hasta el 90 por ciento a las exportaciones de Rusia.
El cinco de diciembre impuso un límite máximo de 60 dólares al barril de crudo ruso. El impacto es incierto, pues equívocamente, los “estrategas” occidentales aseguran que Rusia financia su operación militar especial en Ucrania con esos recursos.
Además, existen discrepancias internas. Alemania y Holanda preveían un alza de precios; Italia, Polonia, Grecia y Bélgica dudan de su efectividad; mientras la vicepresidenta española, Teresa Ribera, la consideró “inaplicable, ineficaz y fuera de propósito”.
Otro efecto colateral se registró en septiembre, cuando el Sistema Satelital de Identificación Automática detectó a decenas de buques-tanque estacionados frente a costas españolas, británicas, portuguesas y otros estados europeos.
Esperan dejar su valiosa carga de gas natural –congelado a -160°C para facilitar su transporte– pero no llega a su destino porque las plantas para licuarlo son insuficientes ¡por falta de energía!, describe Chris Baraniuk. De ahí que, con urgencia, hoy, esas plantas se construyan en muelles alemanes y holandeses.
A ese problema se suma un fenómeno que en el argot del sector se denomina contango y alude al retraso deliberado en la entrega de un bien, a sabiendas de que su precio subirá en el corto plazo. Por eso, hay gaseras que han estacionado sus barcos hasta fin de año, para entregar el gas hasta enero a mayor precio.
Ése es el balance de los últimos meses en una región del mundo que, pese a ser rica per cápita e industrializada, hoy depende de la energía fósil que le proveyó su vecino eslavo. Sin embargo, decidió someterse al chantaje de una potencia extraeuropea para evitar represalias políticas.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.