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Imagen: Estudiante nihilista. El retrato de un nihilista, corriente de moda entre los jóvenes rusos de la época. Ilya Repin, 1883.
El nihilismo, como postura filosófica, es viejo. Desde la antigua Grecia (qué no pensaron los griegos) se ha rechazado la posibilidad del conocimiento de la realidad; y hubo filósofos que se burlaron de otros y que, al contrario, intentaron descubrir las formas en que se puede conocer la realidad a cabalidad.
Son características del pensamiento nihilista, sin distinguir sus variaciones, el pesimismo en la sociedad y ver, en este desarrollo, más que una ayuda, una carga que está oscureciendo la mente de los seres humanos y que, como consecuencia de lo anterior, conduce a la pérdida de la esperanza en este mundo, las cosas mismas y las relaciones sociales.
Cuando Federico Nietzsche declara la muerte de Dios no es por júbilo y porque en la humanidad inicie una época nueva, con la que por fin el género humano comenzará a actuar libre de todo miedo hacia lo desconocido y contra un ser todopoderoso caprichoso, con una impune forma de vida correcta, que implica el no desarrollo cabal en todos los ámbitos de las personas capaces. No, el grito de Nietzsche era más bien de tristeza y temor porque el desapego de la idea de Dios debería hacernos reflexionar sobre la manera de invertir los valores modernos para crear otros que den sentido a la vida.
A pesar de la aclaración en los defensores de Nietzsche, en torno a que no era nihilista, podemos ver, a través de sus preocupaciones, lo que para muchos pensadores implicó el desarrollo de la sociedad. Toda la modernización, con la tecnificación que involucra, muestra más la decadencia de la humanidad que su avance. Martín Heidegger, continuador de Nietzsche en este aspecto, pensaba que el mundo se había hecho demasiado complejo, que ya no valía la pena intentar explicar la realidad porque nadie era capaz de entenderla; y si alguien pudiera, sería igualmente imposible advertir a los demás el funcionamiento y la manera de conocer el mundo; tan mal estaba que en una entrevista reconoció: “solamente un Dios puede salvarnos”.
Lo anterior es la justificación filosófica, resumida y reducida, por supuesto, de la renuncia al conocimiento del mundo y sus conflictos, con toda la complejidad que éste encierra. El pensamiento pesimista es utilizado para infundir desconcierto a las multitudes en formatos menos elaborados que el de las reflexiones filosóficas. Los políticos con alma de dictadores encuentran “sustento”, para sus aspiraciones, en esta clase de pensamiento; no hay que olvidar que toda filosofía, así como el arte, representa, en algún sentido, el reflejo de su tiempo; de tal manera que el nihilismo muestra, en esa medida, el sentimiento de una época en la que parece que todo se ha roto y las masas se cuestionan cómo llegar a un mejor futuro.
Ahora bien, la salida fácil es esperar que un ser supremo mande la salvación, puesto que resulta inútil que nosotros, simples mortales, podamos transformar el caos reinante. El uso ideológico de este pensamiento ayuda a ocultar la verdadera salida: la que implica un compromiso y una acción de los que anhelan una vida mejor. Ya decía Marx que solo el pueblo puede salvar al pueblo, esto contradice a la famosa expresión de Heidegger. Una muestra que solo a través del trabajo del pueblo puede crearse un mundo mejor, mientras que la otra propuesta difunde la idea de que nadie puede hacer nada mientras no esté iluminado por un mesías. Dos posturas contradictorias que luchan por quedarse en la conciencia de la masa para convertirse de simple idea sin importancia en fuerza viva.
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Escrito por Alan Luna
Maestro en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).