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Cultura e instituciones públicas
La prueba más palpable de esto se observa en los museos públicos: muchos se hallan en condiciones deplorables, la ausencia de visitantes es notoria y algunos incluso están cerrados debido a los recortes presupuestales. 
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 Uno de los indicadores más importantes, aunque muy relegado, para medir el bienestar y desarrollo de una sociedad es el grado de cultura de sus habitantes. Esta medición no se hace solo con el conocimiento que éstos tienen de compositores, pintores, escultores y demás artistas, sino también con saber qué tan familiarizados están en la práctica de algún arte, con qué frecuencia acuden a eventos culturales y, entre otros, qué oferta de servicios de esta naturaleza tienen más cerca.

Una de las fórmulas más conocidas para aumentar el grado de cultura de una sociedad es la implementación de políticas públicas de parte del Estado a fin de ampliar la oferta de educación, exhibición o muestra de objetos y espectáculos artísticos, toda vez que la cultura de una nación no es un problema únicamente de individuos sino una cuestión social. La otra forma posible de elevar el nivel cultural de las personas se halla en la responsabilidad que cada individuo debe asumir para conocer, disfrutar o practicar las diversas expresiones artísticas y culturales que están a su alcance.

Debemos aceptar que el grado de conocimiento sobre cualquier tema obedece al interés personal, ya que solo existiendo éste hay disposición para brindarle tiempo a su aprendizaje o práctica. Sin embargo, no todo el problema ni la solución se reduce a esto, menos aun cuando se trata de algo como la cultura, cuyo origen y nutrición permanente está en el conjunto social. La cultura de una sociedad en particular, y de la humanidad en general, es un producto social que se construye gracias a los esfuerzos de muchos individuos a lo largo de distintas generaciones. Además, es tan extenso y está en constante transformación, que es poco probable que un individuo promedio pueda decir que tiene un alto nivel cultural, porque lo mucho que puede asimilar siempre será poco frente a la inmensidad del conocimiento nacional o universal.

Por ello es indispensable que las instituciones públicas ayuden a las personas a ampliar y desarrollar su cultura mediante la definición de una agenda bien estructurada. Esta labor, sin embargo, no se limita a estimular el conocimiento individual, sino que contribuye a despertar la curiosidad de muchas otras personas por conocer sus raíces culturales, su contexto artístico y los logros de la humanidad. Así puede establecerse una relación orgánica entre instituciones e individuos para elevar el nivel cultural de una sociedad en su conjunto. Para que las instituciones públicas puedan emprender esta tarea se necesitan recursos económicos destinados a la difusión, divulgación, conservación y creación de la cultura.

Es lamentable que todo lo anterior no pueda aplicarse al contexto actual mexicano porque, a pesar de la presunción del discurso presidencial de que dichos rubros son prioritarios, los esfuerzos que se hacen para elevar la educación artística y cultural son insuficientes. La prueba más palpable de esto se observa en los museos públicos: muchos se hallan en condiciones deplorables, la ausencia de visitantes es notoria y algunos incluso están cerrados debido a los recortes presupuestales. 


Escrito por Alan Luna

Columnista de cultura


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