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Todo arte refleja las condiciones determinadas por su época. Así que, mutatis mutandis, puede aplicarse al arte aquello que G. W. F. Hegel decía de la filosofía: que si ésta es tiempo traducido en pensamiento, el arte es el reflejo de la realidad que vive el artista, que nutre su sensibilidad y lo mueve a crear su obra.
El problema radica en saber qué parte de la realidad es la que el arte refleja. A veces no es tan claro lo que el artista pretende mostrar con su obra y se requiere cierta preparación estética para entenderla y disfrutarla cabalmente. En ocasiones el artista refleja condiciones que se leen entre líneas, contradicciones internas que no son explícitas, pero que pueden distinguirse estudiando su realidad económico-social.
Por lo anterior, siempre es interesante estudiar las obras que han sobrevivido al difícil dictamen del tiempo; pues conjugan, dentro de sí, una de las contradicciones que a la filosofía le ha tomado milenios analizar: la contradicción en la unión de lo particular con lo universal.
Según la dialéctica, lo universal no puede sino aparecer y manifestarse en lo particular, pero a su vez lo particular es lo contrario de lo universal, por lo que se niegan uno al otro. Tal contradicción está condenada a estar unida y a habitar en la obra de arte para sobrevivir. Esto es así porque, para sobrevivir en el tiempo, la obra de arte necesita representar cosas que son de interés universal; pero para eso utiliza las representaciones, las formas de su tiempo.
Antón Chéjov, el gran escritor ruso, es una muestra de la idea anterior. Pongamos por ejemplo su obra de teatro La gaviota. ¿De qué trata? A simple vista de las relaciones mundanas de una familia aristócrata que tiene problemas en su casa de campo ubicada en la orilla de un lago. Pero todo esto no es sino el escenario sobre el cual se representan las más variadas opiniones sobre la belleza y el arte.
El tema de fondo de La gaviota es el arte. En esta obra, Chéjov discierne sobre una cuestión que llegó a atormentarlo: “¿Para qué escribo?, ¿para quién?”. El sentido del arte es una de las cuestiones que el artista intenta resolver y sobre lo que sustenta su propuesta artística.
Pero en el fondo de esta obra hay otra cuestión igualmente interesante: la lucha, la contradicción entre el arte viejo y el nuevo. El joven artista que lucha porque las nuevas formas sean reconocidas y el viejo arte que se conforma con lo logrado hasta ese momento. Uno y otro se tratan como contrarios irreconciliables ignorando que, en realidad, uno vive en el otro.
La maestría de Chéjov era precisamente ésa: tratar temas profundos en los que se mezcla la filosofía, en el más puro sentido de la palabra, con una imagen cotidiana, con una escena empírica de la vida. Esto no podría ser de otra forma, pues lo más profundo, lo más elevado, solo puede acontecer en las formas particulares de la vida que se manifiestan a través de las relaciones sociales ordinarias. De esta manera, ni la filosofía ni el arte están en un “más allá”, sino que representan lo que realmente sucede; lo representan probablemente en formas que sí procuran una imagen estética; figuras que no pueden encontrarse tan fácilmente en la realidad, pero que permanecen como una necesidad de la vida misma.
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Escrito por Alan Luna
Maestro en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).