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La crisis socioeconómica provocada por la pandemia del SARS-COV2 redefinió la geopolítica mundial, especialmente las violentas e impunes expresiones de racismo, olas migratorias, deterioro ambiental, conflictos armados permanentes, liderazgos políticos indiferentes y el silencio de la prensa corporativa ante el expolio sin freno. Con lógica de limpieza étnica, Occidente aísla a las víctimas de ese éxodo y las llama terroristas, mientras oculta los ataques selectivos que fuerzas imperiales perpetran contra los que protestan ante esta situación.
Hace días, desconocidos efectuaron un ataque en Amuay contra la principal refinería de Venezuela, donde se supone que fue usado un misil. En 2012, esa misma planta sufrió un ataque que dejó 55 muertos y 120 heridos. En febrero pasado, el ejército de Estados Unidos (EE. UU.) lanzó 30 cohetes contra una “milicia pro-iraní” en Kerbala, Irak, que causó al menos 19 muertos. Ningún Estado aliado de Washington condenó el terrorismo de ambos hechos.
Sin embargo, cuatro ataques contra civiles en Europa, cometidos en septiembre, desataron la fobia antiislámica. Esos actos violentos provocaron roces entre el presidente francés, Emmanuel Macron y su homólogo de Turquía, Recep Tayyip Erdogan.
A la par, hubo amenazas de boicot y manifestaciones masivas antioccidentales de Indonesia a Palestina, luego de que Macron afirmara que defenderá la libertad de expresión y las medidas de su gobierno para enfrentar el “radicalismo islámico”.
Al afirmar que “los terroristas no pasarán encima de los valores de Francia”, Macron se refirió a la revista Charlie Hebdo, que se sostiene económicamente con la publicación de imágenes ofensivas contra Mahoma.
Este enfoque profundiza la percepción europea de que Francia, Austria o Bélgica son el objetivo de los terroristas y de que perpetran sus ataques “siempre al azar”. Esta creciente sensación de miedo justifica la exclusión “del otro”.
La noción de terrorismo se dispersó tras los ataques del 11-S en EE. UU., que fueron condenados en todo el mundo. No ocurrió así con la explosión de un auto-bomba frente al edificio de Radio Caracol, en Colombia, o del gasoducto ruso, en Ucrania.
Para EE. UU. y Europa, la estrategia de frenar el terrorismo ha sido la vía militar. El despliegue de la más colosal fuerza armamentista en la historia de la humanidad causó, hasta septiembre de este año, más de medio millón de personas muertas en Irak, Afganistán y Pakistán y el desplazamiento de 37 millones de personas, según estudio del Instituto Watson de Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad de Brown.
Terrorismo o disfraz
Es real el peligro de los ataques recientes (en conciertos, contra medios o personas) que cometen individuos aislados contra civiles, como también es real que solo en 2019 fueran asesinados cientos de ciudadanos defensores de la tierra ante la avanzada de las mineras trasnacionales en el planeta. Estos actos no se consideran terroristas y hasta hoy están impunes los perpetradores.
Este fenómeno no puede combatirse con éxito sin caracterizarlo debidamente. Una aproximación afirma que es el uso directo o la amenaza de acciones violentas sobre civiles para alcanzar ciertos objetivos de corte político. Para el experto ugandés M. Mamdani, el 11-S tuvo una motivación política, más que religiosa.
Por sí mismo, el acto terrorista es un mensaje que un grupo quiere transmitir; sin embargo, desde la percepción occidental, los “actos terroristas” se efectúan contra gente inocente.
Ese desencuentro conceptual e ideológico polariza toda comprensión en los países del bloque imperial dominante, que condena a los que realizan grupos terroristas provenientes, según afirma, del mundo musulmán o de los “resentidos” tercermundistas.
Entonces fluye una retórica política mediática cada vez más violenta e irrespetuosa que criminaliza a ciertas comunidades y legitima la violencia contra ellas. Es una estrategia imperialista de control político de naciones con mayor poderío económico o militar y que pretenden ampliar sus intereses.
Desigualdad y marginación
Las medidas “antiterrorˮ son cada vez más represivas, xenófobas y fallidas. En su análisis sobre la desigualdad y el impacto del terrorismo en España y Reino Unido, Daniel Cófreces, del Instituto de Seguridad Pública de Cataluña, recordó la estrategia de las llamadas Fichas S, usadas por Francia para controlar a quienes viajaban a Medio Oriente, supuestamente para radicalizarse y que solo excluyeron a ciudadanos inocentes.
Al estudiar el terrorismo como amenaza global, se debe reconocer cuáles son los espacios de colaboración mínimos e imprescindibles con actores y terceros países, aun cuando no se compartan sus estándares sociopolíticos, aceptó la eurodiputada Maite Pagazaurtundúa, de Unión Progreso y Democracia.
Para los analistas Asael Mercado y Rafael Cedillo, al buscar aumentar su influencia económica, cultural o territorial el imperialismo domina a las naciones menos poderosas mediante la presión financiera, comercial o militar.
Hay un matiz: las genocidas medidas del imperialismo para controlar los recursos mundiales se hacen en el terreno abierto y frontal, mientras que el terrorismo, desde la clandestinidad e informalidad, coacciona e intimida a quienes detentan el dominio político mundial, agregan esos académicos.
Además, el imperialismo es una práctica violenta, de opresión y explotación de los países con intereses hegemónicos contra los menos favorecidos. En tanto que el terrorismo implica violencia de grupos o individuos que “aseguran” representar a un sector de los “oprimidos” contra los intereses de los poderosos. Ambos usan la violencia, aunque la primera se considera legítima y se condena a la segunda.
Odio concentrado
Para el Centro Global de Datos del Terrorismo, los ataques en Occidente son una pequeña minoría frente a otros en Oriente Medio y América Latina. El 75 por ciento de los ataques se concentra en 10 países: Irak, Afganistán, India, Pakistán, Filipinas, Somalia, Turquía, Nigeria, Yemen y Siria, indica el Consorcio Nacional para el Estudio del Terrorismo y Respuestas del Departamento de Seguridad Interior de EE. UU.
Irak concentra el 40 por ciento de las muertes en el mundo por terrorismo, alerta el Open Source Center, que colabora con la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Solo en 2016, el ataque en Karrada, Bagdad, dejó 282 muertos en pleno Ramadán y duplicó las bajas (134) en los ataques de Bruselas, Niza y Berlín, incluidos los autores de 2020.
De ahí el rol clave de los gobiernos y la prensa, que bien contribuyen a transmitir el mensaje tal como desean los perpetradores o bajo distintas interpretaciones, explica el investigador del Centro de Asuntos Internacionales de Barcelona, Moussa Bourekba.
La descripción de la prensa occidental en torno a los ataques recientes abunda en eufemismos que poco informan y mucho incitan. “Autor de la matanza”, “masacre”, “lobo solitario”, “inadaptado”, son vocablos que sustituyen la visión científica de un fenómeno tan complejo como el uso de la violencia de un individuo hacia otros.
Paulatinamente, la banalización y generalización de esos conceptos, así como de los discursos de odio, de rechazo al otro, tienden a legitimar la violencia por quienes intentan detener tal amenaza, en este caso, grupos de extrema derecha islamofóbicos.
Para algunos expertos, el impacto de polarización en algunos bloques políticos –de extrema derecha en general– se evidencia más en países europeos que motivan el clima de violencia. Ante esa fobia creciente, los gobiernos y sus instituciones de seguridad, así como universidades y centros de investigación deben aportar análisis científicos al fenómeno.
Al mismo tiempo, un discurso sin fundamento, pero claramente clasista, atribuye el terrorismo a la pobreza. Esa falacia se desmontó cuando el entonces presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, advirtió: “no es por medios militares como detendremos el terrorismo, ni el tráfico de drogas. Los derrotaremos al enfrentar el problema esencial que es la pobreza”. Declaró esto en la Conferencia sobre Financiación al Desarrollo en Monterrey, México, en 2002.
Violencia-efecto
En septiembre se inició en París el juicio contra 14 acusados de ayudar a dos presuntos atacantes islámicos radicales que, en 2015, atentaron contra trabajadores de la revista satírica Charlie Hebdo. Y en esos días, Francia y Austria fueron escenario de nuevos ataques por individuos contra algunos ciudadanos europeos que las autoridades atribuyeron a personas afines al Islam.
El 17 de ese mes murió decapitado Samuel Paty, de 47 años, profesor del College du Bois-D’Aulne, en Conflans-Sainte-Honorine (a 24 kilómetros del centro parisino). Recibió amenazas tras mostrar, en su clase de educación moral y cívica, polémicas caricaturas del profeta Mahoma, donde se debatía sobre la libertad de expresión. Consciente de que sus alumnos musulmanes podrían sentirse ofendidos, los invitó a no verlas o salir del aula.
Días después, Paty recibió, por video, amenazas del padre de un alumno (fatwa). Ambos fueron detenidos y se les investiga por “asesinato en conexión con una empresa terrorista”. El viernes salió de la escuela y caminó a casa, donde lo siguió un hombre que la policía identificó como Abdoulakh A, quien pidió a unos estudiantes que le señalaran quién era el profesor.
Abdoulakh atacó con cuchillo a Paty hasta decapitarlo. Subió a Twitter fotos y reivindicó el mensaje, aseguró el fiscal antiterrorista Jean-François Ricard. El plan del ataque quedó en su celular así como un arma de fuego y un puñal cerca de él, tras ser abatido por la policía.
TERRORISMO EN AMÉRICA LATINA
Comúnmente se difunde que en nuestra región no hay terrorismo. El analista Víctor Pavón explica que con excepción de Perú y Colombia, no se observa un patrón generalizado de terrorismo. Y cita a Brock Blomberg, Gregory D. Hess y Akila Weerapana, quienes “aportan evidenciaˮ de que entre 1968 y 1991, los países pobres enfrentaron menos índices de actividad terrorista que los ricos.
Sin embargo, en el escenario del postconflicto en Colombia, Olmer Muñoz y Julie Pontvianne señalaron que el terrorismo no es una amenaza nueva a la seguridad nacional, pues se ha vinculado al problema armado y a la evolución en la acción de sus actores principales o periféricos (guerrilla, narcotráfico y paramilitares).
En todo el mundo, los defensores de la tierra y el medio ambiente son el objetivo de ataques terroristas. Solo en 2018, se registró el asesinato de 164 de esas personas y Filipinas es el país con más víctimas. Le siguen República Democrática del Congo, Brasil e India con el asesinato de 13 personas que protestaban por el impacto de una mina de cobre en Tamil Nadú, indica la señal “Todos quedaron impunesˮ, de Global Witness.
De inmediato se difundió la versión de que el atacante era de origen checheno, aunque nacido en Moscú; tenía 18 años y estatus de refugiado en Evreux, Normandía. Cuatro miembros de su familia fueron detenidos y se inició una ola de arrestos y redadas en decenas de viviendas de la zona y aledañas, sospechosas de “promover el radicalismo islámico”.
El 29 de octubre, un atacante asesinó a tres personas en la Basílica de Notre Dame de la Asunción en Niza, en la capital de la Costa Azul francesa. El agresor fue herido y detenido por la policía, aunque el presidente Macron ordenó ampliar el despliegue de tres mil a cuatro mil tropas en ciudades francesas y se detuvo a seis personas, entre ellos un tunecino sospechoso de haber estado en contacto con el perpetrador.
El dos de noviembre, a las ocho de la noche, ocurría en Austria el primer ataque terrorista en 35 años. Kurtin Fejzulai, de 20 años, nacido en ese país e hijo de albaneses de Macedonia, lideró un tiroteo en el centro de Sank Pölten, a 60 kilómetros de Viena, que dejó tres muertos. El cuerpo de Fejzulai tenía un cinturón explosivo falso, un rifle automático, una pistola y un machete, según las autoridades.
Para acentuar la gravedad del hecho, la prensa subrayó que el ataque se perpetró en la céntrica calle donde está la sinagoga principal. Sorprende que Fejzulai fuera conocido de los servicios de inteligencia, fichado y preso, en abril de 2019, por viajar a Siria con “90 islamistas” austríacos.
Otro presunto responsable había huido y lo buscan los Jagdkommando, Fuerzas Especiales del Ejército. Ese mismo día, otros cinco ataques dejaron dos muertos más y 20 heridos, por lo que el canciller Sebastian Kurz calificó como “espantoso ataque terrorista” los tiroteos, y anunció el despliegue del ejército en edificios públicos.
El temor social se atizó. Kurz no escatimó calificativos y autoponderación: “Fue un ataque de odio a nuestros valores fundamentales, a nuestra forma de vida, a nuestra democracia, en la que todos los seres son iguales en derecho y dignidad”. Mientras el ministro del Interior declaraba: “Experimentamos un ataque de al menos un terrorista islámico” y las autoridades pidieron a la población no salir de casa.
Los días siguientes fueron de cacería sobre “terroristas” con detenciones de supuestos seguidores del Estado islámico, en viviendas de Viena y la Baja Austria. Horas después trascendió que el gobierno recibió un comunicado, supuestamente del Estado Islámico, reivindicando el ataque.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.