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Una vez más en la historia reciente de la humanidad se ensombrece el panorama de toda la sociedad global. Podríamos señalar que la crisis actual entre Estados Unidos (EE. UU.) –cabeza de la Organización de Tratado del Atlántico Norte (OTAN)– y Rusia por la supuesta invasión de Ucrania por parte del ejercito ruso (que está planeada, según Joseph Biden y sus halcones guerreristas, para mediados de febrero de 2002), es la más grave después de la Crisis de los Misiles (1962) para invadir a Cuba.
Como ya ha sido señalado por especialistas en el tema, hay una campaña “rusofóbica” orquestada por el gobierno norteamericano con el propósito de conseguir sus propios intereses económicos y geopolíticos que le ayuden a “resolver” sus problemas internos (la división social interna: entre los supremacistas raciales y los que pertenecen a las razas no caucásicas; la división entre los que viven en la miseria que representa la mayoría de la población y las élites del dinero, que han multiplicado sus inmensas fortunas durante los años de la pandemia), y a mantenerse como la máxima potencia económica y político-militar del planeta. La campaña, pues, está dirigida para “unir” en torno a una causa nacionalista a un pueblo que puede enrolarse en una guerra civil.
Y en lo económico, el primer golpe es evitar que Europa siga consumiendo el gas que le llega de Rusia (40 por ciento del gas que se consume en Europa llega de la Federación Rusa); EE. UU. quiere que se cancele el gasoducto NordStream, que llevaría el gas ruso a Europa. Pero el objetivo principal de EE. UU. es derrotar en el escenario de la economía, la ciencia y al tecnología a Rusia y China; es, por tanto, lograr que los países europeos y de otras partes del mundo no consuman los productos fabricados en el país euroasiático y en la gran potencia productiva –la fábrica del mundo–; EE. UU. quiere evitar su caída como principal economía del mundo, como la nación que dicta las políticas económicas, que acapara los principales recursos energéticos del planeta y que es el “gendarme del mundo”.
Hace unos días, Vladimir Putin, presidente de la Federación Rusa, declaró a propósito de la campaña de hostilización de EE. UU. y la OTAN, que esta agrupación de 30 naciones europeas (más 21 que colaboran con la misma) tiene una mayor capacidad militar que la Federación Rusa y sus países aliados, pero Putin dijo muy enfático: “no se les debe olvidar a EE. UU. y a los países que integran la OTAN que Rusia es una potencia nuclear”.
¿Estamos en una crisis geopolítico-militar que puede desembocar en la Tercera Guerra mundial? Las posibilidades existen y de nada nos sirve pecar de optimistas. Le comento esta semana, amigo lector, sobre el documental La Bomba (70 años después) realizada en 2015 por el documentalista Rushmore Denooyer; documental que resulta aleccionador en estos momentos de tensión mundial por la política agresiva y abusiva del imperialismo norteamericano y de sus aliados de la OTAN. Este documental tiene la virtud de mostrarnos la evolución no solo de la creación, la producción de las bombas atómicas y las bombas termonucleares, sino también nos muestra la evolución de la carrera armamentista y las terribles consecuencias de una guerra con este tipo de infernales artefactos.
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Escrito por Cousteau
COLUMNISTA