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En estos fatídicos días, el mundo se convulsiona con una crisis sistémica y el Covid-19 pone en evidencia, mejor que nunca, los diferentes roles que desempeñan los integrantes de la sociedad, como es el caso de quienes conforman las clases privilegiadas, que son conocidos como superricos y gracias a la pandemia se han hecho más ricos. La BBC News revela que el 60 por ciento de los millonarios vieron crecer sus fortunas con la pandemia. En este sector no hay víctimas de la enfermedad porque para evitar el contagio se aislaron en sus lujosas residencias con todas las comodidades que nuestra pobre imaginación no puede concebir. Y si al principio se difundió que el Covid-19 era “una enfermedad de ricos”, la realidad demostró que esta calamidad, igual que otras, siempre hace enormes estragos en los parias del planeta; por lo que, en todo el mundo, los gobiernos buscaron el remedio con la “inmunidad de rebaño” que, en buen cristiano, significa: “que se mueran los que deban morir y sobrevivan los más fuertes y adaptados”. Por estas razones, el mayor número de víctimas se han dado entre las clases trabajadoras.
Mientras en el mundo la enfermedad ha cobrado oficialmente alrededor de cinco millones de defunciones –cifra poco creíble porque, solo en México, las muertes se acercan al millón de personas, considerando los fallecimientos no contabilizados por el gobierno–, las acciones más efectivas para salvar a la humanidad (aunque los medios lo quieran ocultar o negar) se generan en las economías que no se rigen por los principios del mercado; es decir, en las naciones donde el hombre no es una mercancía y los Estados se guían por los principios de igualdad y fraternidad entre los hombres, como son los casos de Rusia y China. Por ello y contra estas actitudes, en el convulso panorama donde prevalece el capitalismo, a los privilegiados no les queda más remedio que recurrir a sus teóricos y mercachifles para que, a través de sus aparatos de propaganda, repitan sin cesar que hoy, más que nunca, ha quedado demostrada la responsabilidad social y ambiental de las empresas; y en cualquier lugar escuchemos que los empresarios han antepuesto sus valores de solidaridad y amor a la humanidad sobre sus ganancias, recordando la famosa frase de las vulgares telenovelas mexicanas de que “los ricos también lloran”.
Pero revisemos brevemente la sinceridad de las lágrimas de los cocodrilos que, por cierto, lloran mientras devoran a sus presas. Lo que se denomina “responsabilidad social de las empresas” son las acciones que realizan para mejorar a las comunidades o a la sociedad en general, las cuales pueden consistir en la creación de empleos para personas vulnerables como ancianos y personas con capacidades diferentes. Esto siempre ha sido una farsa, pues las empresas contratan solo el personal estrictamente necesario y a la mano de obra que es útil para extraerle la mayor productividad posible. Lo demás solo sirve para que sus propietarios se tomen la foto y difundan sus “buenas obras” en campañas publicitarias. Esto puede confirmarse, aunque solo sea por curiosidad, a través de la red donde hay infinidad de abusos y atropellos, distribuidos en las comunidades donde se ubican tales empresas. En el caso de la responsabilidad ambiental, hay que decir que nadie da lo que no tiene; y que el colapso ecológico actual tiene como responsables directos a las grandes compañías. En los foros es frecuente escuchar que la sociedad en general es la responsable de los daños ambientales; es decir, se culpa sobre todo a los consumidores. De ahí que monopolios del tamaño de Femsa, Amazon, Carso, por mencionar algunos, se publiciten como empresas que cumplen con los indicadores de sustentabilidad exigidos por la normatividad vigente.
Pero no nos engañemos, estas marcas no dan paso sin huarache; con sus acciones publicitarias desvían la culpa del deterioro ambiental para fincarlo en los consumidores. Pero, además, estas campañas van dirigidas a los consumidores que realmente se preocupan en salvar a tal o cual especie en extinción, en sumarse a la lucha por limpiar el planeta y, sin pensarlo, a consumir cada vez más sus productos. Es por ello que, a más de 50 años de la organización de las cumbres mundiales sobre medio ambiente, la tierra se encuentra más contaminada y al borde del colapso irreversible. Es decir, nos encontramos en el mejor momento para despertar a las clases trabajadoras para que, juntas y organizadas, hagan lo que debe hacerse ahora, porque tal vez no haya un mañana.
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Escrito por Capitán Nemo
COLUMNISTA