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En su poema épico Nuevo mundo y conquista, Francisco de Terrazas da voz a la inconformidad de los criollos, descendientes de los conquistadores de la Nueva España, como él mismo fuera. Los dos primeros fragmentos conservados de esta epopeya dan cuenta, como hemos visto, de su admiración frente a las hazañas y el valor de los soldados de Hernán Cortés, que derrotaran a “tantos rendidos reyes”, agregaran un nuevo territorio al viejo mundo, vencieran a ejércitos formados por millones de hombres y postraran a sus “falsos dioses”, que exigían “sacrificio de humanos corazones”. La invasión, la masacre, la destrucción del milenario mundo mesoamericano y el coloniaje desde los ojos de los vencedores.
En el tercer fragmento (de los 21 que han llegado hasta nosotros), el cronista prosigue su enumeración de los hechos relevantes de la época posterior a la conquista; aborda el tema de la extracción de metales preciosos del subsuelo americano para enviarlos a la metrópoli; y la esclavitud de los pueblos conquistados que sobrevino “tras el ‘felice’ fin de aquella guerra”; pero el poeta se cuida de condenar la explotación hasta la muerte de pueblos enteros, pues no es “éste el lugar de decidirse” si es buena o mala esta esclavitud, permitida en otros tiempos, y que terminó por prohibirse en el nuevo mundo; Terrazas sugiere que el Capitán Cortés pudo no saber lo que estaba ocurriendo.
Tras el felice fin de aquella guerra
a Cuba fue con escogida gente;
en breve tiempo vio toda la tierra
pacífica servir seguramente,
más como el fundamento que se yerra
hace salir errado lo siguiente,
para las minas de oro que hallaron
esclavos a hacerse comenzaron.
La causa de esto no es a mí juzgarla
ni aun éste es el lugar de decidirse
si pudo la razon justificarla
y en otra ha sido justo el impedirse;
sé que después de bien examinarla
vino con gran rigor a prohibirse;
aunque el remedio a tiempo se enviase
que a reparar las islas no bastase.
Prosigue Francisco de Terrazas su narración de lo acaecido a las majestuosas sociedades prehispánicas después de la conquista; el despoblamiento de las ciudades por el hambre y las epidemias llegadas del viejo mundo; el trasiego de esclavos para continuar la explotación en minas y plantaciones; las incursiones de los valientes soldados españoles (de quienes da nombres y apellidos), cuyo empleo había cambiado al de vulgares traficantes de esclavos, capturado entre las poblaciones inermes del continente.
Antes fue decayendo de tal suerte
en breve tiempo aquel dichoso estado,
que de los indios con estrago y muerte
un número infinito fue acabado,
y como nadie de oro se convierte
al rústico provecho del ganado,
para labrar las minas fue la traza
hacer de ciertos hombres simple Gaza.
Junto a Honduras una mansa gente
las islas de Guanajos habitaba,
humilde y simple, que muy fácilmente
por fuerza o por engaños se tomaba,
y como empresa que era conveniente
a la labor del oro que aflojaba
tres vecinos de Cuba la emprendieron
y con Diego Velázquez se avinieron.
Sin embargo, la “fácil” empresa de trasegar “mansos” hombres para obligarlos a producir riquezas, en más de una ocasión se complicó; y el poeta no puede menos que mencionar las rebeliones de esclavos a bordo de las embarcaciones de los traficantes.
Nadie a decir ahora me compela
los trances de fortuna que pasaron,
la presa de Naucol, la carabela
con que los indios presos se le alzaron,
que en fin por donde nadie dio la vela
al viento y del forzados arribaron
a tierra nunca vista ni sabida,
que fue para su daño conocida.
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.