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La Bolsa de Valores de Estados Unidos (EE. UU.) acumuló pérdidas del 20 por ciento en el último trimestre de 2018; y en los primeros días del año la inmensa empresa Apple sufrió una caída del 10 por ciento en el valor de sus acciones y arrastró a la baja a toda Wall Street. Se dice, y yo lo creo, que el detonante de este último suceso financiero y la caída posterior de numerosas acciones, se debe a la revisión a la baja de los gastos de las compras navideñas en EE. UU. que en lugar de los esperados 91 mil 500 millones de dólares (mdd) solo quedaron 84 mil mdd, un 12 por ciento menos. Los negocios andan mal. La gente no tiene para comprar.
Las ganancias, es decir, la parte de la riqueza social producida que va a parar a unas cuantas manos poderosas en el mundo, en EE. UU. y en México, crece todos los días de forma escandalosa, mientras que la parte de la riqueza social que se queda para pagar la fuerza de trabajo utilizada (y la ociosa y no utilizada), la parte salarial, es cada vez menor. Solo como ejemplo, cito la parte de las ganancias que se llevan los banqueros: de enero a noviembre de 2018, los bancos que operan en México obtuvieron ganancias por 139 mil 812 millones de pesos, monto en un 7.1 por ciento mayor registrado en 2017 ¿De dónde habrían de sacar las clases trabajadoras para retirar de las tiendas cada vez más mercancías? Por ello no es ninguna sorpresa que las compras, pese a la abrumadora propaganda que se hace para celebrar, regalar, consumir, vayan a la baja.
Eso explica la caída de las acciones. Una acción es un papel, un recibo mediante el cual una empresa poderosa hace constar que otra persona o grupo de personas (regularmente también muy poderosas), le ha prestado dinero para sus inversiones; digamos un millón de dólares. Ese recibo, esa acción, le da derecho al comprador, durante un determinado tiempo, digamos 10 años, a recibir un interés (que puede ser fijo o variable) de acuerdo con las utilidades que la empresa haya tenido en el transcurso de esa década; el poseedor del recibo o acción puede decidir deshacerse de él para echar mano de su millón de dólares y ahí es donde se evalúa el rendimiento (sin descartar manipulaciones perversas) de la empresa que emitió la acción: si sus negocios van bien, si se espera que sigan arrojando buenas utilidades, la acción podrá venderse al millón de dólares que costó o a un precio más alto del millón 100 mil o el millón 200 mil dólares, las acciones están a la alza. Pero si la empresa que emitió la acción no anda bien, si tiene dificultades o se espera que las tenga en el futuro cercano, un posible comprador de la acción ofrecerá por ella menos de su costo original, digamos 900 mil u 800 mil dólares, las acciones están a la baja.
Pues ahora en EE. UU., que es el paradigma y la locomotora del capitalismo mundial, más aún de México, lo que indican los datos duros es que las acciones están a la baja. Incluso se espera que la Reserva Federal, que ha venido aumentando los intereses por el uso del dinero, detenga esta tendencia o, incluso, decida hacer correcciones a la baja, para adecuarse a la mala tendencia de los negocios. Desde mi muy modesto punto de vista, esa baja en la capacidad de compra en EE. UU., que seguramente arrastrará a nuestro país, es la explicación de los intentos, muy pálidos, de dar un poco de más capacidad de compra a la población mediante el aumento a los salarios mínimos (precisamente por ello fue una iniciativa de la clase patronal) y mediante las transferencias monetarias a grupos de población como los llamados ninis, las personas de la tercera edad y ciertos grupos de estudiantes.
Los beneficiados con el salario mínimo serán aproximadamente dos millones 76 mil trabajadores, cifra que representa solamente el 3.8 por ciento del total de la población ocupada. Ése es el impacto positivo del cacareado aumento al salario mínimo, nada más, pues no se espera ningún efecto dominó posterior en otros bloques de sueldos, y hay que añadir que el 57.8 por ciento de los asalariados de tiempo completo que ganan un salario mínimo trabajan en micronegocios, es decir, en aquellos que emplean entre uno y cinco trabajadores, lo que implica, en pocas y resumidas palabras, que los grandes empresarios ganan la demanda de aumentar el salario mínimo para mejorar sus ventas, pero lo tienen que pagar, en su mayoría, lo empresarios diminutos, los que están sometidos. Hace muchos años, Lenin analizó una situación parecida en su natal Rusia, cuando una reducción drástica en el consumo personal obligó a los trabajadores a laborar jornadas extenuantes para sobrevivir de milagro.
El mercado interno se debilita minuto a minuto. En varios estados de la República, entre ellos Michoacán, está cayendo drásticamente el empleo formal. Según la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS), cuyos datos cita, atinada y oportunamente Heliodoro Gil Corona, Coordinador de Proyectos Estratégicos del Colegio de Economistas en el estado de Michoacán, durante los primeros 11 meses de 2018, la entidad registró una caída en la generación de empleo formal, nada más y nada menos que del 44.2 por ciento, ya que en el mismo periodo de 2017 generó 32 mil 670; mientras que en el de 2018 solo creó 18 mil 221 empleos formales. De estos 18 mil 221, solo el 53.6 por ciento son empleos permanentes, mientras que el resto son temporales (urbanos y rurales) y algunos pudieron haberse perdido en el transcurso de diciembre (falta revisar las estadísticas). Y no debe olvidarse que en Michoacán ya el 70 por ciento de la Población Económicamente Activa (PEA) labora en la informalidad y el 50 por ciento de los michoacanos percibe remuneraciones de entre uno y dos salarios mínimos ¿Con qué, entonces, van a realizarse compras masivas?
Hay, pues, crisis de ventas. Aún no devastadora como la de 2008, que en sus orígenes fue también, como muchas otras, una crisis de sobreproducción, padecimiento crónico que no le permite al capital desarrollarse como lo necesita. El capital extrae, con mucho, la mayor parte de la riqueza que produce el hombre y le deja para sobrevivir una parte mísera en forma de salario a los que contrata “formalmente”, porque al resto lo arroja a la desocupación o a la desocupación disfrazada, que se conoce con el eufemismo de “empleo informal”, a fin de que sobreviva como pueda. Consecuentemente, la cantidad de dinero dedicada a la producción de mercancías es mucho muy superior a la que se puede dedicar a comprar éstas y a hacer realidad la ganancia contenida en ellas. De ahí la urgencia de que los Estados de la burguesía dediquen parte de los recursos que administran a emitir, por ejemplo, estampillas para la compra de víveres que en EE. UU. llegan a casi el 47 por ciento de la población; a aumentar poco los salarios mínimos y aún a verse obligados a regalar dinero a ciertos sectores mediante programas específicos para aumentar la capacidad de compra, con el objetivo de fortalecer el mercado interno. Estamos, pues, ante medidas de sobrevivencia del capital y no ante una nueva era de justicia social. No nos confundamos.
Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".