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De una especie de neorrealismo al surrealismo se mueve la cinta Lazzaro felice (2018) de la realizadora italiana Alice Rohrwacher. También se puede señalar que la cinta expresa –mediante una parábola– la visión pesimista de la realizadora sobre la condición humana. La historia se ubica en dos tiempos distintos que también reflejan los cambios en las condiciones de los habitantes de una comarca italiana –pero que puede generalizarse, expresando el desarrollo histórico de la población trabajadora de Italia–, llamada Inviolata. En esa comarca, la dueña de los campesinos, como ocurría en el feudalismo, era una aristócrata llamada Alfonsina De Luna (Nicoletta Braschi). Los campesinos no son libres al modo que los son los obreros o peones en el capitalismo. Producen tabaco y son sobrexplotados y engañados, dada su ignorancia y su miseria ancestral, por la marquesa y su administrador. El hijo de Alfonsina, Tancredi (Tommaso Ragno) es un junior que en varias ocasiones ha intentado engañar a su madre con supuestos accidentes o situaciones difíciles que le sirven para obtener dinero.
En Inviolata vive un joven huérfano que es la encarnación de la bondad y la humildad. Este joven se llama Lazzaro (Adriano Tardolo), de quien, dadas sus características, casi todos los habitantes de aquel lugar tratan de sacar algún provecho, dándole más trabajo del que está obligado, asignándole las tareas más pesadas para evitar realizarlas; Lazzaro es, por así decirlo, la encarnación de la bondad y la inocencia.
Cuando Alfonsina llega a Inviolata, la acompaña Tancredi, quien entabla cierta amistad con Lazzaro. La docilidad y bonhomía de éste permite al aristócrata sacarle el máximo provecho. Incluso, llegado el momento propicio, Tancredi utiliza a Lazzaro para instrumentar el plan para obtener una suma cuantiosa de dinero de su madre fingiendo un secuestro. Sin embargo, la madre de Tancredi –que ya conoce bien a su hijo–, no cae en la estratagema.
En alguna ocasión Lazzaro deambula por los cerros y accidentalmente cae a un barranco profundo; mientras yace inmóvil llega un lobo, pero no se alimenta del cuerpo lastimado del joven, pues –según quien narra la historia–, el lobo olió algo raro en aquel cuerpo; lo que olió fue que Lazzaro era un hombre bueno.
Lazzaro se levanta sin tener ninguna herida, ninguna lesión que le impida caminar y realizar cualquier actividad. Se dirige a la hacienda de la marquesa De Luna y ahí se encuentra a dos hombres que se están llevando las cosas de más valor que se encuentran en las ruinas de la hacienda. Ellos están robando, pero aprovechándose de la buena fe de Lazzaro le dicen que están efectuando una mudanza. Lazzaro, les ayuda a subir los muebles, las vajillas, los cubiertos y todo lo de mayor valor. Él les pide a los ladrones lo lleven en su vehículo con ellos. Pero le dicen que no hay cupo. Solo le indican como llegar a la gran ciudad. Al llegar a esa ciudad Lazzaro se topa de nuevo con los que robaron la hacienda y ahí reconoce a Antonia (Alba Rohrwacher), una habitante de Inviolata. Pero ya no es la jovencita que él conoció, han pasado muchos años: Lazzaro no ha envejecido, es el mismo que conocieron todos los paisanos suyos que ahora viven en la gran ciudad. Aquellos campesinos esclavizados ahora viven de robar, de recoger desperdicios y de cualquier otra cosa que les permita sobrevivir en la sociedad capitalista. Lazzaro se reencuentra con Tancredi; viejo y con 30 kilos de más.
Tancredi, no ha cambiado moralmente, sigue siendo el oportunista y estafador de siempre. Tancredi invita a Lazzaro y la familia de Antonia a una comida en su departamento. Les pide que vayan lo mejor vestidos que puedan. La familia de Antonia hace caso y se ponen sus mejores ropas. Compran pastelillos y golosinas. Pero se encuentran con la desagradable sorpresa de que no habrá tal banquete. La esposa de Tancredi, cínicamente les pide que le regalen las golosinas.
Lazzaro va al banco a reclamar la propiedad que pertenecía a Tancredi para ayudar a su viejo amigo, ahí los clientes del banco creen que es un asaltante y linchan a Lazzaro; de forma onírica se aparece el lobo: la reflexión es clara: ¿son los hombres peores que las bestias salvajes? Sin embargo, la realizadora no elucida la cuestión fundamental que muchos filósofos y sociólogos se han planteado: ¿es el hombre bueno por naturaleza? ¿La maldad de los hombres es un reflejo de las relaciones sociales?, y ¿qué deben hacer los seres humanos para acabar con las taras, los atavismos, las profundas deformaciones que producen las sociedades donde existe una gran división en clases sociales?
Escrito por Cousteau
COLUMNISTA