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Me he pronunciado anteriormente contra el arte de discurso posmoderno por considerar que su individualismo radical mutila al arte de su función comunicadora, con lo cual se mina la premisa fundamental de toda la práctica artística: la interrelación artista-sociedad. Solo que, en terrenos como éste, ninguna valoración puede tener un alcance absoluto. El discurso posmoderno en el arte de nuestros días tiene también, tanto en sus aspectos teóricos como en su práctica, aspectos positivos. Sobre esta tesis quisiera brindar dos ejemplos puntuales, aunque sea solo con carácter enunciativo y sin el afán de desarrollar las exposiciones.
Uno. Al viejo debate sobre la masificación del arte, sistemáticamente ignorado por los movimientos romántico y moderno, los artistas posmodernos responden con el radicalismo más temerario: la vieja distinción entre alta cultura y cultura de masas ha colapsado; cualquiera puede ser artista y cualquier cosa puede ser arte.
Como consigna puede parecer superficial y simple, pero hace falta un cierto contexto cultural para comprender la dimensión histórica de ese planteamiento. El último movimiento cultural que se preocupó explícitamente por la llamada masificación del arte fue el neoclasicismo asociado con las ideas de la Ilustración del Siglo XVIII, cuando la burguesía revolucionaria y sus representantes en el arte dirigían su llamado a todas las clases oprimidas de su tiempo. Ya el Romanticismo, como movimiento cultural, puede considerarse la primera reacción de protesta al ideal estético burgués, protesta que madura también una crítica a la idea neoclásica de la masificación del arte. Conceptos centrales del arte de la modernidad, como el acento radical en la subjetividad individual, la introspección como fuente primigenia del proceso creativo o la hiperintelectualización de los procedimientos técnicos, sustentos de la tesis de que el arte es por su propia naturaleza impopular, se sistematizaron ya con toda consistencia en el ideario estético romántico. El arte de discurso posmoderno responde acercándose impúdicamente a la cultura de masas, a lo pop, a lo cotidiano, a lo mainstream.
Y dos. El ideario posmoderno dinamita el supuesto carácter sublime del arte. Sobre qué significa exactamente que el arte sea sublime han disertado las plumas más célebres de las escuelas idealistas, desde Platón hasta Kant. Lo cierto es que tales discursos reproducen, consciente o inconscientemente, la idea elitista de que el arte solo puede ser practicado y apreciado por un puñado de privilegiados. Los artistas de discurso posmoderno se alzan contra esta vieja escuela y empuñan contra ella un estandarte particularmente polémico: la banalidad. Pero no en un sentido corriente, sino la banalidad como concepto artístico. Quien peyorativamente califica de banal una obra de arte contemporáneo, ignora que, muy probablemente, tal apreciación satisfaría en algún grado las aspiraciones del autor. Las y los artistas de discurso posmoderno adoptan una actitud general de pesimismo ante nuestra época de banalidades y conceden orgullosamente que cuando un espectador desconcertado musita “eso lo pude haber hecho yo” tiene, en realidad, toda la razón. En su ideario, el arte ya no es sublime ni excelso, sino un producto terreno, ordinario, común y corriente.
Me parece pertinente aclarar, no obstante, que mi intento por sistematizar con cierta elocuencia las dos ideas anteriores no significa que comulgue con ellas. El objetivo es mostrar que, si bien la influencia del discurso filosófico posmoderno en la creación artística contemporánea es, en general, negativa, no lo es en términos absolutos.
En su célebre disertación El arte y la vida social, Plejánov, a quien algunos han considerado el padre de la estética marxista, se pregunta en qué reside el supuesto valor intrínseco de la obra de arte. Entre otras ideas dignas de atención, postula que “cuando una idea falsa sirve de base a la obra artística aporta contradicciones intrínsecas, de las cuales sufre inevitablemente su mérito estético”.
La historia de los siglos posteriores dirá con toda contundencia su juicio final sobre el papel y el carácter del arte que aquí abordamos. Por el momento, siguiendo la perspectiva de Plejánov, podemos indicar que el posmodernismo filosófico, con su relativismo radical que proclama la imposibilidad de conocer al mundo y a la sociedad –y por tanto de transformarlos–, con su ataque sistemático a la razón y a la lógica, y pese a las formas particulares que adopte en las formas de creación artística, es una idea falsa.
Escrito por Aquiles Lázaro
Licenciado en Composición Musical por la UNAM. Estudiante de la maestría en composición musical en la Universidad de Música de Viena, Australia.