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La historia de la Revolución Mexicana se enseña en las escuelas tendenciosamente, mezclando personajes de clases sociales contrarias, ocultando contradicciones fundamentales. Resultan lo mismo Madero, Carranza y Obregón que Zapata, Villa y Ángeles, y al no diferenciar debidamente las clases sociales participantes, se confunde la conciencia histórica.
En 1910 prevalecía un régimen predominantemente feudal, basado en grandes haciendas: el poder de la aristocracia terrateniente. Según Adolfo Gilly, en 1910: “El censo registraba 834 hacendados. Éstos eran los dueños del territorio nacional: 167, 968, 814 hectáreas estaban en sus manos” (La Revolución interrumpida, pág. 49); un promedio de 200 mil hectáreas por hacendado, aunque, caso extremo, Luis Terrazas poseía dos millones de hectáreas. En las haciendas, los peones acasillados eran rehenes, sujetos por deudas, bárbaramente explotados, como describieron B. Traven en La rebelión de los colgados y John Kenneth Turner en México bárbaro. De ese régimen eran representantes conspicuos Porfirio Díaz, Ramón Corral y Enrique Creel.
El capitalismo se veía frenado. Encerrada en las haciendas, la fuerza de trabajo, necesaria para mover industrias, no podía desplazarse libremente a venderse donde el capital la requiriera; los campesinos, en posesión de parcelas de las que obtenían su sustento (pagando renta al hacendado), no se volvían asalariados; la relación salarial no se había generalizado, con lo que la población solo en medida limitada podía comprar mercancías: la producción era fundamentalmente de autoconsumo. La tierra, medio de producción fundamental, no podía fácilmente ser vendida y comprada; ello bloqueaba la inversión capitalista. Así, el régimen afectaba a los campesinos y también a la burguesía. En aquel capitalismo apenas emergente, salvo en algunos sectores, la clase obrera era débil, muy ligada todavía, política e ideológicamente, a sus raíces en el artesanado y el campesinado, y limitada en su madurez y combatividad independiente como clase.
Estalló la Revolución y a la cabeza se puso la clase capitalista, representada por Francisco I. Madero, miembro de una prominente familia de empresarios coahuilenses en minería, banca, industria vitivinícola, ganadería y agricultura. Madero “… heredó los cuantiosos bienes de su familia, una de las más acaudaladas del país…” (En torno a la democracia: el sufragio efectivo y la no reelección, 1890-1928, compilación, INEHRM 2004). Posteriormente tomaron la estafeta otros representantes de la misma clase: Venustiano Carranza, ranchero acomodado, gobernador de Coahuila, con el destacado apoyo de otro rico agricultor, Álvaro Obregón, y el grupo Sonora, con Plutarco Elías Calles, Adolfo De la Huerta, Abelardo L. Rodríguez y otros personajes de clase media que luego prosperarían económicamente.
Su carácter aún incipiente impedía a la clase capitalista tomar el poder sola, por lo que le fue necesario atraer a los campesinos con la promesa de devolver las tierras robadas a los pueblos, como Anenecuilco, el de Zapata, y repartir las haciendas. Los campesinos tuvieron como líderes a Emiliano Zapata y Francisco Villa; el ejército de este último incluía también, y muy importante, obreros (principalmente ferrocarrileros y mineros), artesanos y comerciantes. Ambos líderes forjaron una alianza de los pobres de la ciudad y del campo, de la que formó parte el general Felipe Ángeles, de manifiesta simpatía por el socialismo, al igual que algunos sectores zapatistas.
La clase capitalista accedió el poder con el triunfo electoral de Madero en 1911, impulsado por la toma de Ciudad Juárez, realizada por Villa. Pero Madero hizo un pacto –a espaldas de los campesinos: los Tratados de Ciudad Juárez, donde Díaz renunciaba, un Presidente interino convocaría a elecciones, los ejércitos campesinos se desintegraban y entregarían sus armas al Ejército federal, o sea, al de Díaz. Es decir, nada habría cambiado, solo la persona en el poder. Ya Presidente, y fiel a su clase, Madero se negó a entregar las tierras y desarmó a los ejércitos campesinos, gracias a cuya fuerza había triunfado. Villa fue encarcelado; luego escapó. Zapata lanzó su Plan de Ayala, desconociendo a Madero y mantuvo activa su revolución, ahora contra la burguesía triunfante.
Llegó febrero de 1913, la Decena Trágica, cuando el antiguo régimen buscó regresar por sus fueros. Victoriano Huerta, general porfirista, nombrado por Madero jefe del Ejército, dio un golpe de Estado y asesinó al Presidente. Participaron también en la asonada otros connotados porfiristas: Félix Díaz, sobrino de don Porfirio; Bernardo Reyes, exgobernador de Nuevo León y el general Manuel Mondragón. La conspiración fue organizada en la embajada de Estados Unidos, encabezada por Henry Lane Wilson; por eso se le conoce como “Pacto de la embajada”. Son los estertores del antiguo régimen.
Estos hechos detonaron la segunda etapa de la Revolución, con Carranza a la cabeza de la burguesía. Pero los ejércitos campesinos habían acrecentado considerablemente su fuerza: en abril de 1914, la División del Norte tomó Torreón y. en junio, Zacatecas, dando así el tiro de gracia a la dictadura huertista. Villa tomó Zacatecas contra los intentos de Carranza por contenerlo, para que no llegara primero a la capital del país, antes que Obregón. Fortalecidos los ejércitos populares vino la Convención de Aguascalientes (diciembre de 1914), donde se estrechó la alianza entre Villa y Zapata. Surgió de ahí un gobierno provisional, de clase media, encabezado por Eulalio Gutiérrez, apoyado por los ejércitos campesinos, pero que terminó entendiéndose con Carranza y Obregón.
El seis de diciembre de 1914, los ejércitos de Villa y Zapata entraron triunfalmente en la capital; ahí los generales se tomaron la famosa fotografía en la silla presidencial. Pero no lograrían convertir su triunfo militar en consolidación política, en control y transformación del aparato de Estado. Carecían de la visión necesaria y de un proyecto integral de país, debilidad histórica del campesinado como clase social aislada. No pudieron ofrecer un gobierno nacional viable y terminaron dejando el poder conquistado. “Este rancho está muy grande para nosotros”, diría el general Villa. La clase obrera, inmadura aún, confundida por el anarcosindicalismo, fue cooptada por la burguesía. La Casa del Obrero Mundial pactó con Carranza y se formaron con Obregón los Batallones Rojos, de obreros, para combatir a Villa. A la COM perteneció también Luis Napoleón Morones quien, con el patrocinio de los capitalistas triunfantes, fundó en 1918 la CROM. Más tarde, con Calles, llegó a ser secretario del Trabajo.
Consumado su triunfo, la clase capitalista procedió a deshacerse de los líderes campesinos: por órdenes de Carranza, Zapata fue asesinado en 1919, en abril; y Felipe Ángeles fusilado en noviembre; Villa fue asesinado en 1923, por órdenes de Obregón y Calles. Al final, la burguesía triunfó, hizo su Constitución, la de 1917 –con algunas concesiones políticamente convenientes a obreros y campesinos–, y luego de ajustes de cuentas entre fracciones, consolidó su poder desde 1924, con Plutarco Elías Calles.
Han pasado los años y hoy sigue gobernando la misma clase capitalista, más reaccionaria con el paso del tiempo y la decadencia de su régimen, pero astutamente disfrazada de izquierda en Morena, en una versión política rejuvenecida; son los mismos que han gobernado antes el país, como puede verse por sus prácticas y mañas y por el origen de sus principales cuadros. Mientras tanto, los obreros y campesinos, que hicieron la Revolución, aún esperan justicia; burlados y enganchados, siguen recibiendo limosnas. Continúa pendiente su tarea histórica de tomar el poder, que en su momento ganaron Villa y Zapata, verdaderos líderes del pueblo cuyo nombre usurpa la 4T. Aquella historia de traiciones y persecuciones de la clase rica a los pobres, a los que usa para encumbrarse y luego burla, sigue viva. Lo que ocurre en la actualidad no es pura coincidencia.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.