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Se encoge el tamaño del Producto Interno Bruto de nuestro país. Ya no se alcanzó el modesto y tradicional 2.4 por ciento de crecimiento, o sea, estancamiento con seudónimo, que se había venido registrando en los últimos años ahora, ya de plano, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) nos entera de que en el segundo trimestre del año, abril, mayo y junio, el volumen de los bienes y servicios producidos, comparado con el generado el mismo trimestre del año pasado, se redujo en un 0.2 por ciento. Pese a que se sostiene que los mercados se corrigen solos, en los primeros cinco meses del año, el Gobierno Federal asignó al impulso del desarrollo económico, un monto 14.2 por ciento menor en términos reales a la cantidad asignada en el mismo periodo del año pasado y los resultados no se hicieron esperar.
Ahora bien, aunque hubiera un crecimiento importante, ello no significaría una mejoría real para la calidad de vida de la población trabajadora, ya que no existe ninguna medida para la distribución de la riqueza producida, es decir, en las actuales condiciones, crecimiento vigoroso solo implica mayores privilegios para las élites. La realidad confirma la relación que existe entre la falta de crecimiento, la ausencia de medidas distributivas y la pobreza de la población. “Prospera”, el programa insignia del sexenio anterior para reducir el abismo social, no sirvió para nada. Según Julio Boltvinik, prestigiado investigador de El Colegio de México, el número de personas en pobreza aumentó en los últimos años, se rompió la marca de los 100 millones de pobres y la clase media disminuyó drásticamente pasando de 8.14 a 6.78 por ciento de los mexicanos; además, el fracasado programa reducirá su gasto en este año mil millones de pesos.
Nada mejor sucede con los niños y jóvenes. Según estudios de la Unicef y el Coneval, uno de cada dos niños y adolescentes es pobre, es decir, hay 21.4 millones de niños y jóvenes en pobreza y, 4.6 millones de ellos, viven en pobreza extrema. Esta tendencia al empobrecimiento juvenil se mantiene desde 2008 e Isabel Crowley, representante de Unicef en México, considera que “se puede volver permanente y existe la posibilidad que se reproduzca en la siguiente generación”. Dramático. Según Mexicanos Primero, de cada 100 niños que empiezan la primaria, solo 76 pasan a la secundaria, 48 ingresan al bachillerato, 21 inician una licenciatura, solo 13 se titulan y, de entre los 13 titulados menores de 30 años, 41 por ciento están desempleados o están en la informalidad.
Y ya para qué seguimos buscando datos, si la realidad circundante lo grita a cada momento: hay una tragedia social y más para los jóvenes que, de acuerdo a la esperanza de vida, vivirán muchos años y sufren una auténtica cadena perpetua. Así como está, es un mundo sin esperanza. Pero se puede transformar, claro que se puede cambiar. Esta realidad terrible no es producto ni de la voluntad divina, ni de la naturaleza, ni de condiciones económicas y sociales definitivas e inamovibles, es consecuencia de decisiones humanas de quienes mandan y se imponen conforme a sus muy particulares intereses, se trata de los integrantes de las minorías que ejercen el poder como si se tratara de un monopolio intocable.
Está a faltar una fuerza social que equilibre, que haga sentir su peso y su voz para cambiar la realidad, para modificar el modelo económico vigente que, como queda dicho, está destruyendo a los mexicanos, en particular, a los jóvenes hijos de los trabajadores que padecerán esa situación mucho más tiempo que quienes ya son mayores o ancianos; y hasta “existe la posibilidad de que se reproduzca en la siguiente generación”. Los hijos de los trabajadores, por tanto, deberían ser protagonistas de la crítica del sistema y de la construcción de una vida nueva, deberían de ser participantes activos en la política, que no es otra cosa que la ciencia que se ocupa del estudio de la leyes inherentes a la toma del poder y a su conservación. Pero los jóvenes, en su gran mayoría, no se interesan en la política; con motivo del Día Internacional de la Juventud, el periódico El Universal aplicó una encuesta a mil jóvenes de entre 12 y 29 años de todo el país a quienes se les preguntó qué tan importante en su vida es la familia, la escuela, el trabajo, la pareja, los amigos, el dinero, la religión y la política; y resultó que el 52 por ciento respondió que la política le importa poco o nada y el 96 por ciento dijo que le otorga el mayor valor a la familia y el 91 por ciento a la escuela.
¿Así es la juventud? ¿Es congénito el repudio por la política? Nada de eso. No olvidemos por ningún momento lo que ha enseñado la historia de la humanidad y los grandes genios han puesto en palabras: “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante”. ¿Qué más van a pensar pues los jóvenes que lo que mediante sus poderosísimos medios de comunicación les ordena la clase dominante? O, a nivel más modesto pero igualmente sugestionadora, la labor insidiosa de los educadores que los tienen en sus manos y a los que he tenido que escuchar: “la juventud es para gozar”, “los mejores besos son los de la juventud” y, más sutil pero más majadero, “los gallos cantan mientras los pollos crecen”, pero nada de reflexión sobre los grandes problemas y menos sobre las grandes soluciones a los grandes problemas nacionales, porque la política solo es propiedad exclusiva de las élites.
Si alguien duda del poder dictatorial de las ideas de la clase dominante, me conseguí otra declaración relacionada. En la economía de la máxima ganancia, en la que la ganancia no se hace realidad si la mercancía que la lleva adherida no se vende, empujar, obligar al pobre ciudadano a consumir hasta la locura o el suicidio es de vida o muerte para el capital. Y la poderosa propaganda lo logra a la perfección. Michelle Charlier, jefa de la Unidad de Salud Mental del Hospital Juárez, declaró hace años al periódico La Jornada que se detecta un incremento importante de los tratornos alimentarios en niños y jóvenes, incluida la obesidad. ¿Qué comen los niños y jóvenes? Lo que produce y le interesa vender al capital, hasta llegar a “los trastornos alimentarios”, claro está.
Hay, pues, una intensa y, hasta ahora efectiva, campaña para mantener a los jóvenes alejados de la actividad política seria y constructiva, ajenos a la idea completamente cierta y demostrada de que es necesario y posible construir un mundo mejor; en contrapartida, se les ha confinado de manera terrible al hedonismo y sus variaciones: al sexo exacerbado, al alcoholismo, a la drogadicción y a todos sus refinamientos asesinos. Reitero, por tanto, el llamado fraterno y amable del Movimiento Antorchista: es necesario organizarse para transformar al país. Más ahora que colapsa el neoliberalismo. Empleo para todos, salario digno, salud para la población conforme a los máximos avances de la ciencia, educación crítica y científica de la más alta calidad, en una palabra, un México nuevo. Con los jóvenes vigorosos, entusiastas, críticos, libres de las sogas de la manipulación, es perfectamente posible.
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".