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Hacia una economía moral, el libro más reciente del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) no ofrece ninguna novedad, pero exhibe sus inconsecuencias. Vuelve sobre su letanía: “el principal problema de México es la corrupción”. El neoliberalismo –escribe– se dedicó a exacerbar ese mal, y los políticos corruptos operaron en favor de una oligarquía que se enriqueció con la privatización de empresas estatales. En consecuencia, ese modo de gobernar y operar hacia el lado de los ricos produjo pobreza, desigualdad y marginación de cara a los estratos más pobres de mexicanos.
A pesar de que el libro presenta de forma inconexa los datos socioeconómicos, éstos prueban el fracaso neoliberal: la abundancia no permeó hacia abajo –como sostiene la “teoría del goteo”– y generó una concentración desmedida de la riqueza en unas cuantas manos; es decir, más desigualdad y pobreza. En eso tiene razón, pero se equivoca al sostener que la corrupción (para él piedra angular del neoliberalismo) y la inmoralidad son las causantes de la pobreza y desigualdad en el país, no la concentración de la riqueza en los hombres de negocios y los políticos.
El neoliberalismo proviene de la necesidad del capitalismo por maximizar sus ganancias y no es un problema moral. En los años 70, la economía mundial entró en un periodo de descenso: las tasas de ganancia cayeron en los países capitalistas. Al respecto, Milton Friedman y otros economistas teorizaron sobre el fracaso intrínseco del capitalismo, y de ello nació el neoliberalismo; es decir, la teoría económica basada en que el mercado es ideal para producir y distribuir la riqueza del Estado, y que éste representa un obstáculo para el desarrollo económico. Así se sentaron las bases para privatizar las propiedades estatales; ya en manos privadas, al perseguir el lucro (fin del capital), se recuperaron las tasas de ganancia y alentaron más al sistema capitalista moribundo. La necesidad de supervivencia del capitalismo implantó el modelo neoliberal. En México y el mundo, la corrupción es un mal inherente al objetivo de la máxima ganancia; pero no es, ni de lejos, el causante de la pobreza y desigualdad que hoy asfixia a los más pobres. Un modelo económico es el resultado de determinadas docisiones económicas y políticas. El Presidente ignora la ciencia económica y la ciencia histórica.
Volvamos al libro. Apenas convertido en el primer mandatario del país declaró la muerte del neoliberalismo. Afirmación arrogante, atrevida y falaz. Ningún modelo económico aparece como un capricho ni puede morir mágicamente con una sentencia. “Decreto el fin de la era neoliberal”, declaró el presidente. Pero no solo eso, propone que para eliminar la pobreza y la desigualdad es preciso una economía moral: 1) elevar a rango supremo la honestidad y moralizar al país y 2) distribuir la riqueza con equidad. O sea, que la honestidad de los funcionarios públicos se traduzca en distribuir la riqueza del país con equidad, priorizando siempre a los más pobres. Solución parcialmente correcta, pero que en los hechos no aplica.
Moralizar al país no puede ser la solución porque no existe una moral universal y un problema económico no se resuelve por el simple hecho de ser honesto. Distribuir la riqueza equitativamente es una idea correcta; pero a un año en el poder, los cambios implementados no solo no se dirigen hacia un reparto equitativo entre todos los mexicanos, sino todo lo contrario; la política distributiva es la mismísima de sexenios pasados: poca inversión en infraestructura, transferencias monetarias directas, reducción de la burocracia, poca inversión en el campo, deficiente política industrial y recaudación de impuestos desigual. Es decir, las políticas monetaria, fiscal y tributaria, por mencionar las más importantes, desde el punto de vista económico, permanecen.
Amigo lector, cuando un médico receta un remedio que no es efectiva, el enfermo recurre a otro doctor. El médico nuevo le asegura que su colega anterior es un galeno mediocre, pero que no se preocupe, que él sí es efectivo y bueno, lo trata con amabilidad. Pero ─¡oh sorpresa!─ le receta el mismo tratamiento. ¿Mejorará el enfermo? No. Es necesario cambiar de medicina. Lo mismo exige la economía mexicana: nuevas políticas. Una política tributaria progresiva, una política fiscal que priorice a los sectores más vulnerables una economía vigorosa que se traduzca en la creación de empleos y mejore sustancialmente los salarios.
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Escrito por Rogelio García Macedonio
Licenciado en Economía por la UNAM.