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(segunda de dos partes)
En 2008, la Editorial El perro y la rana, del Gobierno Bolivariano de Venezuela, publicó Poesia Precolombina, asombrosa recopilación de la épica, lírica y de la poesía sacra de las culturas azteca y maya, con la selección, introducción y notas que en 1960 hiciera el escritor y periodista guatemalteco Miguel Ángel Asturias.
“En este mundo de fábula que nos dejaron a quema estampa los cronistas –dice el prologuista– no fue la menos importante, entre las artes, la poesía; y si poco se habla y se conoce, cabe decir que fue la más combatida por los religiosos, que la encontraron pecaminosa, frutal, solar, embanderada de misterios y magia, diabólica, en una palabra, para su gusto ascético, sus dogmas y teologías”.
Pero toda la campaña de persecución del clero contra la poesía precolombina no impidió que algunas mentes preclaras realizaran una labor nunca lo suficientemente ponderada, algunas veces a riesgo de su propia seguridad y vida, por conservar monumentos literarios como el que a continuación transcribimos. La preservación del homenaje a Coatlícue, una de las deidades principales del panteón azteca, con toda su implicación pagana y “diabólica” para la nueva religión impuesta la debemos a Fray Bernardino de Sahagún; y la versión al español a otro de los grandes conservadores de nuestra historia, al erudito Ángel María Garibay Kintana. El carácter iterativo de la composición remite de inmediato a las rítmicas danzas rituales en las que pudo haberse interpretado en el culto a la “Madre de los Dioses”, a la “Mariposa de obsidiana”, señora de la fertilidad, la vida y la muerte, habitante del mítico Tamoanchan, lugar de procedencia de la raza humana y “casa de donde vienen al mundo los que nacen”.
CANTO A LA MADRE DE LOS DIOSES
Nuestra madre se ha abierto como flor,
vino de Tamoanchan.
La flor amarilla se ha abierto.
Ella, nuestra madre,
su cara pintada con la piel de muslo de la diosa,
vino de Tamoanchan.
La flor blanca se ha abierto
Ella, nuestra madre,
su cara pintada con la piel de muslo de la diosa,
vino de Tamoanchan.
La flor blanca se ha abierto,
ella, nuestra madre,
pintada la cara con la piel de muslo de la diosa,
vino de Tamoanchan.
La flor blanca se ha abierto.
Ella, nuestra madre,
pintada la cara con la piel de muslo de la diosa,
vino de Tamoanchan.
¡Oh!, se ha convertido en dios,
al pie de la planta espinosa, nuestra madre,
Mariposa de Obsidiana.
¡Oh!, tú viste los nueve páramos,
con corazones de ciervo se nutre
nuestra madre, la diosa de la tierra.
¡Oh!, recientemente se le untó creta,
hacia los cuatro puntos cardinales quebró la flecha.
Blanca tiza y nuevas plumas,
hacia los cuatro puntos cardinales voló la flecha.
Convertida en ciervo te vieron en el páramo
aquel Xiuhnel y aquel Mimich.
No estamos ante una falsificación de algún religioso, tal vez avergonzado por la destrucción de tanto arte antiguo que nuestros ojos ya no admiraron. Asturias refuta apasionadamente esa posibilidad en la citada introducción a Poesía precolombina:
“La sola lectura de estos poemas demuestra que religiosos sometidos al ayuno, al cilicio, a la evangelización, de mentes secas para el injerto de las dádivas de la vida, venidos de tierras pobres de España, ásperas y acedadas, jamás, ni con mucha imaginación, ni por muy versados que fueran, habrían podido trasladar a sus pergaminos en forma de versos un universo tan rico en cosas de este mundo, una paleta de colores sin igual, una suma de fragancias, un despliegue de música verbal extraña, de extraños ritmos de cantos, compuestos para acompañar danzas con tambores gigantes, flautas de caña y caracolas marinas, con tunes, anticipación de las marimbas; y menos podemos imaginar a esos monjes fundiendo toda esa creación poética en la más voluptuosa de las ebriedades, en el marco de un paraíso de pájaros, mariposas, plumas ricas, verdes, rojas, amarillas, humos y hongos alucinantes, todo deleite, todo gozo, gozo carnal, gozo del hijo, gozo de la siembra, gozo de la carne, gozo del cielo interior…”.
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.