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Emma Godoy
La obra de Emma Godoy Lobato se caracteriza por la profunda religiosidad que manifiesta a través de la biografía, el cuento, la novela, la poesía, la crítica de arte y el ensayo filosófico.
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Nació en Guanajuato, Guanajuato, el 25 de marzo de 1918. Ensayista, narradora y poeta. Obtuvo la maestría en Lengua y Literaturas Españolas en la Escuela Normal Superior y el doctorado en Filosofía en la UNAM. Realizó estudios de Psicología y Pedagogía, asistió a cursos de Filosofía en La Sorbona y de Historia del Arte en la Escuela del Louvre. Fue profesora de la Escuela Normal Superior, de la Nacional de Maestros y de El Claustro de Sor Juana; participó en programas radiofónicos de la XEW; fundadora y presidenta de la asociación Dignificación de la Vejez; miembro del consejo directivo del Instituto Nacional de la Senectud; asesora de la Sociedad Mexicana de Filosofía y de la Facultad de Filosofía de la Universidad Autónoma de Guadalajara.

Recibió el premio de Ia Fundación William Faulkner por Érase un hambre pentafásico (1961). Autora de la biografía de Gabriela Mistral y Mahatma Gandhi, escribió un libro sobre Margarita López Portillo y diversas obras de poesía como Pausas y Arenas, en 1948. En teatro, Caín y el hombre, en 1950; en novela, los textos Doctrinas hindúes (1967), Sombras de magia (1968) y Que mis palabras te acompañen (1972), entre otros. Murió en la Ciudad de México, el 30 de julio de 1989.

La obra de Emma Godoy Lobato se caracteriza por la profunda religiosidad que manifiesta a través de la biografía, el cuento, la novela, la poesía, la crítica de arte y el ensayo filosófico, en el que aborda principalmente cuestiones éticas. Mediante referencias bíblicas, erotismo, soledad y angustia, expresa en sus poemas las distintas relaciones de Dios con el hombre y el universo. El drama alegórico, Caín, el hombre presenta el fin de la cultura, máxima creación humana para sustituir a Dios. En la novela Érase un hombre pentafásico, recrea el tema de la libertad a través del diálogo de la existencia con cinco  posibilidades de ser un hombre suicida, hastiado de tener que elegir; los tres epílogos dejan al lector la última decisión. Con excepción de El que encontró la Tebaida y El otro, los relatos de La mera verdad o ¿puros cuentos? tratan con humor situaciones que van de lo absurdo a lo trágico, como el caso del Héroe de Nacozari. Sombras de magia recopila ensayos sobre poesía, teoría estética y pintura, entre los que sobresalen la de Muerte sin fin, de José Gorostiza, y la interpretación de los murales del Hospicio Cabañas, de José Clemente Orozco. 

Señor, tú eres la guerra

Señor, tú eres la guerra.

Cuando llamas, mi Dios, es clarín bélico,

carros de Aminadab en avalancha,

tu boca de silencios.

 

Cuando llamas, Señor, ¿quién te resiste?

Flauta de Jericó suena en tu asedio,

y al hombre que miraste tomas a sangre y música,

en vilo de cantares y en tormento.

 

Mataste mis rebaños con solo tu caricia.

Asolaron la viña tus voces de salterio

quemando las cabañas de mi gozo

y estrangulando el pájaro bermejo.

Envenenaste el agua que bebía en los labios amados

y sembraste de púas aquel pecho

donde mi sien dormida te olvidaba

coronada de huertos.

 

¿Cómo osar olvidarte, cuando Tú no te olvidas…?

Y hoy demandas lo tuyo con un grito en silencio.

Cuando clamas, oh Altísimo,

vuelcas en la ciudad todo el infierno!

 

Ahora es la tiniebla, la ceguera de Saulo.

Para mirar la luz hay que estar ciego.

Para que alce la torre campanas y palomas,

cercenar a cuchillo muchedumbre de sueños,

acribillar las rosas,

comer el pan de despojo y desierto.

 

¡Ay, Amo incomprensible, tienes nombre de guerra!

Haces luchar al hombre cuerpo a cuerpo

con sus propias entrañas

y devorar sus dioses y sus huesos

hasta quedarse en sombra devastada.

 

Solo entonces lo pueblan tu Potestad de Fuego,

y el Trono de la Cítara,

y el Principado de Oro, y el Serafín de Incienso.

 

Pero a mí no han bajado esas Antorchas,

ni en el tacto del alma al Vencedor presiento.

Soy ya un herido campo de batalla,

¡no abandonen su presa las Milicias del Cielo!

 

Oigo gemir la ruina;

oigo a mis muertos

que me piden sudario y algún surco en la tierra.

Inútilmente claman los recuerdos:

insepulto ha de estar lo que no es tuyo,

atrás, a mis espaldas, en el yermo.

Mis manos que mañana transpasará la música,

no tocarán lo muerto.

 

¡Es el Señor que pasa!

El Sinaí y su pueblo

no pueden soportarlo

¡Quien soporta al Eterno!

 

¡Es el Señor que pasa

y en el hombre azorado

estalla el universo!

Para estar conmigo

Porque es de luna mi sangre

y mis manos son de estatua,

solo tengo enamorados

el mirar y las palabras.

 

No me busques por las noches

en la lumbre de tu fragua,

que estoy con los altos pinos

canta cantando alabanzas.

 

No des sortija a mis manos;

palmeras van, solitarias;

se endulzan al aire solo

y en tus dedos se hacen ásperas.

 

No quieras arder mis labios,

porque estos labios son nada;

existe, sí, la sonrisa

y palabras y palabras.

 

Labios tras la cifra justa

para entender las mañanas;

los enamoró el asombro

y así hallaron cifra exacta.

 

Que mis ojos tienen fiebre,

pero es fiebre de fantasmas.

Al mirarme en un espejo,

me aprendí qué era la nada.

 

Mis pupilas, clavos rojos

desde que vieron mortaja,

se prendaron de la muerte

y tienen vida, de amarla.

Déjame con altos pinos

bajo la luna alabada;

quédeme con mis asombros

de vida y de muerte exactas.

La ausencia presente

Me dije: “Las palabras de flor que voy pensándole

serían sin color ni tallo en su presencia;

pero en el aire negro que me veda su rostro

y en el tiempo en que olvida mi figura

hay un jardín de luces silenciosas”.

 

Y fui amando tu ausencia

como se aman los árboles perdidos en el sueño.

La noche es ya la rama

y los troncos son noche.

 

De nadie ya tu ausencia, sino mía;

me posee en secreto

y la tengo en los brazos y en los labios.

 

Sobre la primordial tiniebla flotan

espíritus de dioses.

No dan con la palabra que separe

tu ausencia, de la noche, de mí misma.

¡Si pudieran ser tres

como cuando yo amaba tu presencia!

 

Un paso más, y nada existe,

ni siquiera el amor que me condujo

 

al oscuro deleite de tu sitio perdido;

porque ahora anochece hasta la sílaba

—luciérnaga ya sombra con que quise quererte—

en lejanía tuya que es mi ausencia,

bajo los turbios dioses impotentes

que pueblan el silencio.


Escrito por Redacción


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