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La guerra de Ucrania ha sacado a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) del estado de “muerte cerebral” que, en 2019, le diagnosticó Emanuel Macron, el presidente de Francia. Ahora esa organización militar encabeza los principales diarios del mundo porque se pronuncia sobre la situación en Ucrania. Aparentemente solo cumple la función de contener las ambiciones expansionistas de Rusia, o al menos así justifica su existencia; pero si analizamos los hechos de los últimos meses, las conclusiones son muy diferentes.
La OTAN se creó en 1949 durante un periodo bipolar. Fue fundada en el mundo capitalista con el liderazgo de Estados Unidos (EE. UU.) con la misión defensiva de enfrentar a su “enemigo”: el mundo socialista que entonces lideraba la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) que, a su vez, creó su propia organización militar: el Pacto de Varsovia. Mientras duró la llamada Guerra Fría, ambas organizaciones militares se justificaban. Pero cuando, en 1991, la URSS desapareció, y con ella el Pacto de Varsovia y la Guerra Fría, no ocurrió lo mismo con la OTAN, como era lógico que sucediera.
Por el contrario, desde entonces, esta organización se ha expandido en cinco ocasiones, cada una de ellas para integrar a sus filas a países que anteriormente conformaban la denominada Europa del Este. En 1999 sumó a Polonia, Hungría y República Checa; en 2004, a Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia; en 2019, a Albania y Croacia; en 2017, a Montenegro y en 2020, a Macedonia del Norte. Es decir, desde del fin de la Guerra Fría, otros países han engrosado a la OTAN. Esta ampliación hacia el este ha levantado preocupaciones legítimas entre los líderes de Rusia.
En los últimos 20 años, el presidente ruso Vladímir Putin ha insistido, hasta el cansancio, en la necesidad de construir un sistema común de seguridad europea que acoja las preocupaciones de los países involucrados; pero la OTAN y la Unión Europea (UE) se han limitado a responder con desplantes de prepotencia y superioridad. Hoy, colocado entre la espada y la pared, Putin debe hacer lo que trató de evitar en las dos décadas pasadas: lanzar una operación militar en Ucrania.
Una vez que inició el conflicto, el presidente ucraniano Vladimir Zelensky pidió a la OTAN que aceptara con carácter de urgencia la incorporación de Ucrania a sus filas; pero la respuesta fue negativa y, en lugar de ello, su jefe, el gobierno de EE. UU., se ha limitado a enviar armas a las fuerzas ucranianas para imponer sanciones económicas contra Rusia. Los países europeos han tenido que aplicar estas medidas, pese a que los intereses de varios de ellos se ven más lastimados que los de Rusia. Parece que las decisiones de EE. UU. están perjudicando más a sus “aliados” europeos que al enemigo ruso.
¿Cuál es el verdadero rol de la OTAN en este conflicto?
En el mundo multipolar como el que ha comenzado a consolidarse en la tercera década de este siglo, la OTAN cumple una doble función: la primera es mantener un dispositivo militar perfectamente “aceitado” para emplearlo en cualquier momento contra una amenaza potencial. Y la segunda función, quizás la más importante, es que Europa no establezca alianzas con Rusia y China, para que no emerja como un polo de poder en sí mismo y se mantenga obediente a los intereses estratégicos de EE. UU.
Hasta antes de que estallara el conflicto militar en Ucrania, las relaciones entre Rusia y Europa se habían estrechado gracias a la ampliación infraestructural necesaria para el suministro de energía. China sostiene, asimismo, un comercio importante prácticamente con toda Europa; y cuando la exprimera ministra de Alemania, Ángela Merkel, estuvo a la cabeza del bloque continental, las relaciones entre China y la UE se efectuaron amablemente. En esta coyuntura, la OTAN forzó el estallido del conflicto en Ucrania.
Ahora Europa ha cortado sus relaciones con Rusia en todo lo que ha sido posible y reclama con energía a China que no secunde ciegamente la posición de EE. UU. con respecto a Ucrania. Mientras tanto, EE. UU. se está beneficiando con la venta de gas y armas a Europa; al mismo tiempo aísla a los países europeos y garantiza su subordinación en el nuevo mundo multipolar del Siglo XXI. Éste es el verdadero papel de la OTAN.
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Escrito por Carlos Ehécatl
Maestro en Estudios de Asia y África, especialidad en China, por El Colegio de México.