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Una de las formas más claras que tenemos de comprender la particularidad teórica del enfoque marxista de la realidad es a partir de la estética. En las famosas Tesis sobre Feuerbach, Marx expone que es incorrecto analizar un objeto como objeto mismo, es decir presuponiendo que está solamente determinado por circunstancias relacionadas consigo mismo, cuando en realidad el hombre juega un papel muy importante en el conocimiento de dicho objeto.
Visto el objeto así, separado del sujeto que busca interpretarlo, se vuelve estático e inalcanzable, no se puede conocer, pues no hay manera de que conozcamos nada que no pase por el filtro de nuestros sentidos. Por otro lado, la pura interpretación subjetiva de los fenómenos reales tampoco es provechosa, pues pierde de vista la actividad humana y su importancia para la transformación de la realidad. De esta forma, vemos que la salida que Marx da al problema de la supremacía entre el objeto y el sujeto es una relación dialéctica en donde las dos partes deben ser entendidas en su relación y contradicción constantes. Ninguna de las partes es suficiente, completa, ambas necesitan de algún modo de su contrario, que hace que cada una de ellas cobre sentido. Esta relación es la que nos puede aclarar la teoría del arte.
Podemos iniciar nuestra investigación del arte con la siguiente pregunta: ¿cuál es el objeto del arte? Y las respuestas, por muy variadas que sean, nos ayudarán a ver la relación objeto-sujeto de la que ya hablamos. Podríamos decir que, de manera muy general, el objeto del arte es el hombre y las preocupaciones espirituales que éste tiene, pero en muchas ocasiones no se representa solamente esta temática en las obras de arte, la correspondiente a las frustraciones y anhelos de las personas, por ejemplo. En ocasiones, el objeto es la naturaleza misma, no la del hombre, sino lo que hemos nombrado como naturaleza exterior: paisajes, animales, comestibles, etcétera.
Pero cualquiera que sea el objeto del arte, no importa si es la naturaleza o el hombre, nos damos cuenta de que cualquier movimiento artístico no está nunca separado de los objetos y de las percepciones que el hombre tiene de éstos. Cuando el pintor retrata las cosas naturales, por ejemplo, lo que hace no es retratar a la naturaleza en sí, sino tal y como la percibe; retrata lo que significa para él la naturaleza, es decir que por muy objetivo que el artista pretenda ser, aunque trate de serle fiel a los objetos materiales y no poner nada de su cosecha en su lienzo, las cosas que retratará son aquellas que cobran sentido con las percepciones de los hombres.
Por el otro lado, es imposible que el artista plasme en su arte cosas puramente subjetivas, pasiones del hombre o situaciones tan elevadas que se despeguen de las cosas terrenales. Todo lo que el hombre pueda imaginar tiene referente en los objetos, conceptos, ideas; incluso lo que pueda inventar, imaginar, tiene referencia en el objeto, sin él es imposible que pueda pensar en algo.
Vemos como en el objeto del arte se nota la unión entre estas dos partes que nos parecen tan distintas y contrarias una de la otra. Dicho objeto no es el hombre solo, ni los objetos exteriores al hombre. Existe un choque permanente entre estas dos partes que hacen posible el universo de sentido que llamamos arte.
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Escrito por Alan Luna
Maestro en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).