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Estos “apuntes” fueron redactados en 1938 y revisados en 1956 por el propio Reyes –Monterrey, 1889 - México, 1959–quien ese año hizo 50 copias para sus amigos. En los años 80, el escritor Carlos Chimal –prologuista del libro– era becario del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y fue en la Capilla Alfonsina donde halló un cuaderno manuscrito que tenía el sugerente título La evolución de la física de A. Einstein y L. Infeld. En 2009 preparó la edición de estos textos con tres artículos más del autor dedicados al famoso físico: Einstein en Madrid, Einstein desde lejos y Góngora, Einstein y los chinos, para el Fondo de Cultura Económica (FCE) –editora estatal que ha publicado los 26 tomos de las Obras completas de Reyes–.
Además de estos documentos, la compilación reúne ocho apuntes inéditos sobre las principales tesis del científico alemán y el físico polaco Leopold Infeld (1898-1968); los escribió en Río de Janeiro mientras fungía como encargado de negocios de la embajada de México en Brasil –de la que había sido titular– y desempeñaba una comisión relacionada con la nacionalización del petróleo que le había encomendado, en 1938, el entonces presidente Lázaro Cárdenas del Río.
La importancia de este libelo radica tanto en la glosa que Reyes hace sobre las investigaciones físico-matemáticas de Einstein, como en su interés por difundirlas con explicaciones sencillas y sintéticas, así como el de ubicarlas en el contexto histórico actual y el pasado inmediato. Su repaso es puntual, incluye referencias a teorías precedentes de diversos científicos y, en varios apuntes, cita las fórmulas algebraicas y los ejemplos empleados por el físico alemán; pero siempre con el tono grácil y juguetón que caracteriza a su prosa. Sin embargo, en el artículo que reseñó sobre la presencia de Einstein en España durante 1923, Reyes hace este breve retrato del autor de la Teoría de la relatividad, que incluye la general y la especial. Su esbozo coincide en mucho con el que hoy se tiene de él alrededor del orbe:
“Con su cabellera desordenada, su sonrisa todavía juvenil, tímida y un tanto burlona, Einstein parece siempre decir: ‘señores, yo tengo la culpa de haber descubierto esto…’. Pretende explicar al pueblo su teoría, pero como hasta hoy esta teoría solo posee una realidad matemática, después de algunas consideraciones que están al alcance de todos, Einstein empieza a trazar cifras en el encerado y el público se va quedando fuera del sortilegio: se nos escapa la fórmula del abracadabra que tiene poder para transformar la danza de los astros. Y el sabio, con su aire tímido, se va quedando solo, afinando el instrumento del Cosmos, cambiando el tono a los compases de la música pitagórica, reescribiendo –con pautas nuevas– la gran sinfonía newtoniana”.
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Escrito por Ángel Trejo Raygadas
Periodista cultural