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EFRAÍN HUERTA. (1914-1982) Nació en Silao, Guanajuato, en 1914, y murió en la ciudad de México, en 1982. Hizo estudios inconclusos de leyes y se dedicó de lleno a la literatura y al periodismo. Junto con Octavio Paz, Rafael Solana y Neftalí Beltrán, entre otros, perteneció a la generación que animó la revista Taller (1938-1941). Colaboró en la mayoría de los periódicos de la capital del país con reseñas, poemas y críticas cinematográficas. Entre sus más significativos libros de poesía están Absoluto amor (1935), Línea del Alba (1936), La rosa primitiva (1950), Estrella en alto (1956), Poemas prohibidos y de amor (1973), Los eróticos y otros poemas (1974), Circuito interior (1977), 50 poemínimos (1978), Amor, patria mía (1980) y Dispersión total (1986). Transa poética, una antología personal, se publicó en 1980 y se ha reeditado en varias ocasiones. Su Poesía (1935-1968) se publicó en 1968; su Poesía completa, compilada por Martí Soler y prologada por David Huerta, vio la luz en 1988 y se reeditó en 1995.
SANTA JUANA DE ASBAJE
... en plumas de oro vuela...
GÓNGORA
Celestemente dueña de la forma y del vuelo
–la forma de la orquídea, el vuelo en la paloma–,
maravillosamente gentil y maliciosa
doncella de las nubes.
Transparente de nieve,
ángel de pensamientos que perduran
como la roca viva o el mármol sosegado.
Ágiles aires dieron a tus ojos el brillo
de pétalos que abrasan al ojo que los mira,
y en un millón de versos tu inspiración fluía
como clara corriente de penetrante acento.
Hiciste el verso santo junto al verso de amor
–la forma de la lágrima, el vuelo de la fe–,
y en un siglo de luces que se caían de secas
asombró tu magnífica condición estelar.
Estrella en el bautismo y estrella en la madura
soledad de la celda.
¿Cómo no amar tus voces
y no beber tu aliento donde rosas anidan?
Celestemente extraña, inusitado y tierno
prodigio de fervor: milagro entre milagros.
Como un ángel de bella sonoridad, como un
mensaje sin destino, más destinado a todos,
vino a la tierra el sueño de tu grata presencia
y la soberbia lira resonó como un coro.
¿Cómo no amar tus voces de purísima estirpe
y no admirar la espada del soneto perfecto?
De tu sabia palabra y de tu esbelta rima
en valles y volcanes se inmortaliza el eco.
Brilladora entre nieblas, estremecido cisne,
candor que no se nombra, magia, pluma y aroma:
tuya es la bugambilia del altiplano y tuyo
el cálido perfume de jerónimas rosas.
No hay espejo a la altura de tu impecable sombra,
piedra que no te viva, verso que no te sueñe.
¿Qué música decirte sin perturbar la música
que en tus alas reposa y en tus pupilas duerme?
Duerme y vive, señora, tu gracia y tu belleza.
Y que duerman tus manos o azucenas de oro.
Matices virginales de retóricas albas
divinizan tu suave contacto con el polvo.
Pero tu corazón, como ave bendecida,
es luz insobornable, estilo de tu huella.
Guárdanos en tu reino de serena pureza,
oh clavel, fresca dalia, bugambilia y estrella.
13-14 de noviembre de 1961
BREVE ELEGÍA A BLANCA ESTELA PAVÓN
Ahora y en la hora de nuestra muerte, amor, ahora y siempre,
bajo la consigna de la angustia y a la sombra del sueño,
te espero, te esperamos, paloma de nostalgia, suave alondra.
Un sueño es una perla que se deshace al vuelo.
La angustia es un misterio detenido en su muerte.
Decir: una paloma, es ver que una esperanza se nos va, gota a gota.
Estoy entre tu muerte y estoy entre tu vida.
Bajo tu clara sombra, al pie de la agonía.
Soy el pequeño árbol que no seca su llanto
soy sombra de mí mismo, alcohol martirizado.
Soy frágil, varonil, soy maltrecha nostalgia.
Soy sombra de tu muerte y perfil de tu vida,
el vaso de tu sangre, rosa de tus cenizas,
estatua de tu polvo, violencia de tu seda.
Soy tu sollozo y soy la herida de tu vuelo.
Ahora y en la hora de nuestra muerte, amor,
soy mármol en tu lecho, clavel entre tu tierra,
el oro en tu ataúd y el ciprés en tu tumba.
Ahora soy un hombre con el luto en los hombros.
Soy tu luto, tu negro, enronquecido y ciego
Ir y venir, morir, nacer y estar muriendo.
Tú fuiste la paloma del más perfecto vuelo.
Yo invento la tristeza e invento la agonía.
Estoy junto a tu muerte, que es mi propio veneno.
Estás junto a mi muerte y yo soy tu elegía.
BUENOS DÍAS A DIANA CAZADORA
Muy buenos días, laurel, muy buenos días, metal, bruma y silencio.
Desde el alba te veo, grandiosa espiga, persiguiendo a la niebla,
y eres, en mi memoria, esencia de horizonte, frágil sueño.
Olaguíbel te dio la perfección del vuelo y el inefable encanto de estar quieta,
serena, rodilla al aire y senos hacia siempre, como pétalos
que se hubiesen caído, mansamente, de la espléndida rosa de toda adolescencia.
Muy buenos días, oh selva, laguna de lujuria, helénica y ansiosa.
Buenos días en tu bronce de violetas broncíneas, y buenos días, amiga,
para tu vientre o playa donde nacen deseos de espinosa violencia.
¡Buenos días, cazadora, flechadora del alba, diosa de los crepúsculos!
Dejo a tus pies un poco de anhelo juvenil y en tus hombros, apenas,
abandono las alas rotas de este poema.
LA PALOMA Y EL SUEÑO
Tú no veías el árbol, ni la nube ni el aire.
Ya tus ojos la tierra se los había bebido
y en tu boca de seda sólo un poco de gracia
fugitiva de rosas, y un lejano suspiro.
No veías ni mi boca que se moría de pena
ni tocabas mis manos huecas, deshabitadas.
Espeso polvo en torno daba un sabor a muerte
al solemne vivir la vida más amarga.
Había sed en tus ojos. Suave sudor tu frente
recordaba los ríos de suave, lenta infancia.
Yo no podía con mi alma. Mi alma ya no podía
con mi cuerpo tan roto de rotas esperanzas.
Tus palabras sonaban a olas de frágil vuelo.
Tus palabras tan raras, tan jóvenes, tan fieles.
Una estrella miraba cómo brilla tu vida.
Una rosa de fuego reposaba en tu frente.
Y no veías los árboles, ni la nube ni el aire.
Parecías desmayarte bajo el beso y su llama.
Parecías la paloma extraviada en su vuelo:
la paloma del ansia, la paloma que ama.
Te dije que te amaba, y un temblor de misterio
asomó a tus pupilas. Luego miraste, en sueños,
los árboles, la nube y el aire estremecido,
y en tus húmedos ojos hubo un aire de reto.
No parecías la misma de otras horas sin horas.
Ya sueñas, o ya vuelas y ni vuelas ni sueñas.
Te fatigan los brazos que te abrazan, paloma,
y, al sollozar, a un lirio desmayado recuerdas.
Ya sé que estoy perdido, pero siempre ganado.
Perdido entre tu sombra, ganado para nunca.
Mil besos son mil pétalos protegiendo tu piel
y tu piel es la lámpara que mis ojos alumbra.
¡Oh geografía del ansia, geografía de tu cuerpo!
Voy a llorar las lágrimas más amargas del mundo.
Voy a besar tu sombra y a vivir tu recuerdo.
Voy a vivir muriendo. Soy el que nunca estuvo.
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Escrito por Redacción