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El ruiseñor de Latinoamérica, Mercedes Sosa, interpretaba, con profundo y delicioso sentimiento poético, una canción que incluía estas hermosas frases dedicadas a la mujer: “cuando la belleza pase, / será bella tu mirada, / será bella tu sonrisa, / y las noches serán claras”. Los poetas no se equivocan cuando escriben loas a la mujer; y estos versos no se refieren a la belleza física, que el tiempo y la muerte arrebatan como advirtió Víctor Hugo, sino a la belleza espiritual, que es la más sublime, que prevalece cuando la mujer deja atrás la juventud y la etapa reproductiva.
El tiempo deja marca y todos avanzamos en el proceso natural de la vida. Cuando los años pasan, los hijos crecen y la mayor parte de ellos forman sus familias. Llegar a la tercera edad trae consigo algunos problemas, el cuerpo (como una maquinaria viva) comienza a resentir el peso de los años, las enfermedades son más frecuentes y letales. Hombres y mujeres reflexionan sobre los años vividos y por vivir. Esto puede provocar algunos conflictos existenciales, pero relájese, porque aún pueden hacerse aportaciones valiosas mediante la trasmisión de enseñanzas profundas y sabias, ahora que las limitantes de la pasión de la juventud, los celos o las envidias ya no estorban. Es la edad adecuada para hallar la paz interior y comprender que todas las cosas son pasajeras y producto de la voluntad.
La preocupación aumenta a medida que envejecemos, sobre todo en nuestro país, porque pasamos precariamente gran parte de la vida; siempre renunciando a todo, siempre sobrellevando limitaciones; porque la sociedad moderna se mueve a través del dinero y no todos podemos tener ingresos suficientes para asegurarnos una vida decorosa. Por ello es normal que las preocupaciones aumenten conforme pasan los años. En la juventud, contar con un empleo seguro es un privilegio de pocos; los empleos y los indicadores sociales se redujeron en los 30 años de neoliberalismo y hoy más de 30 millones de personas de la Población Económicamente Activa (PEA) no tiene trabajo asegurado.
La incorporación de las mujeres a las actividades productivas fuera de sus casas las liberó relativamente de las labores del hogar, pero no de la explotación. Ésta es hoy más cruel porque ahora, cuando el trabajo del varón no basta para sostener a una familia, la mujer y los hijos deben completar los gastos, porque los salarios son raquíticos y los empleos son escasos. Por ello, los adultos mayores no la pasan nada bien. La aparente atención hacia ellos actualmente se debe a que, con el cambio de la pirámide poblacional, representan una buena proporción de votos. Los adultos mayores rebasan los 12 millones, por ello, en vez de valorar capacidad y trabajo, el sistema político los usa como carne de cañón en los procesos electorales; por eso, en el Presupuesto Federal 2020, aumentó dos veces el monto del Programa a Adultos Mayores.
Pero lo que los adultos requieren no es el apoyo condicionado o una despensa, sino una política que les garantice una vida de calidad en la vejez y en eso ni el gobierno ni el sector privado los considera. Son millones las mujeres que no tienen seguridad social, ya sea porque siempre fueron amas de casa o porque la mayoría trabajó en el sector informal; y aunque muchas son pensionadas, lo que reciben es muy poco y las obliga a seguir trabajando después de cumplir 70 años. Las mujeres tienen una esperanza de vida mayor que la de los hombres, por esta razón padecen durante más tiempo los agobios de la deshumanización del modelo neoliberal.
Sin embargo, debemos celebrar que algunas mujeres no se han conformado con ser una pieza más en el engranaje capitalista y han luchado, junto a sus parejas, con el pueblo, no solo para hacer más justa su vida, sino para cambiarla radicalmente. A estas mujeres no les preocupa la llegada de los años, ni les importa lo efímero de la vida, porque saben que cuando aquellos pasen, su obra será heredada a sus hijos y fructificará en una generación de hombres buenos. Para las mujeres luchadoras, estar del lado del pueblo es la belleza más grande.
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Escrito por Capitán Nemo
COLUMNISTA