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Nació el 13 de febrero de 1912, en el seno de una familia muy rica de Milán: su madre, Lina Cavagna Sangiuliani, una mujer bastante culta y refinada, tenía el título de condesa y era sobrina del poeta y escritor italiano Tommaso Grossi; su padre estaba considerado como uno de los más importantes abogados de Milán. Criada en una elegante casa, recibiendo una educación esmerada, recta y bastante dura. En la escuela secundaria mantiene una relación muy profunda con su profesor de latín y griego, Antonio María Cervi, que se convirtió en el mayor amor de su vida, pero que fue cortada radicalmente por la intervención de su padre. La pérdida de la persona amada y la consiguiente incapacidad para tener un hijo de él, marcó para siempre la vida de la poetisa. En 1930 se matriculó en la Universidad de Milán, en la Facultad de Filología, donde se interesó especialmente por la filosofía, la literatura y el lenguaje, entablando gran amistad con el poeta Vittorio Sereni y otros como Luciano Anceschi, Gian Luigi Manzi, con quienes asistía a las lecciones del profesor de estética Antonio Banfi. Más tarde viaja por toda Europa y en el verano de 1938, en una carta que escribió a su abuela, le informaba de su intención de escribir una novela histórica sobre Lombardía. Las cartas de este periodo muestran un gran entusiasmo por el proyecto que se prolongará hasta el otoño de ese año. En otra carta fechada el 23 de octubre, sin embargo, el estado de Antonia parecía haber cambiado radicalmente. Las leyes raciales contra los judíos provocaron la salida de algunos de sus más cercanos y queridos amigos, y la chica, entonces con veintiséis años, se sorprendió por la evolución de los acontecimientos a los cuales no pudo resistir. El 1º de diciembre, Antonia decidió mudarse a su casa de Claraval, para escapar del avance de la guerra, desde donde escribió a sus padres y en sus palabras se intuía su triste final. Al día siguiente, un agricultor la encuentra tumbada sobre el césped y con síntomas de haber ingerido bastantes barbitúricos, tras llamar a una ambulancia, fue llevada a un hospital de Milán, en donde murió alrededor de las 19 horas del tres de diciembre de 1938, cuando contaba solamente con 26 años. Sus obras, poemas y diarios, fueron publicados póstumamente por su padre, quien, con la misma rigidez que ejerció sobre su vida, controló todos sus escritos después de su muerte, cortando todas las referencias a sus relaciones amorosas y en especial a las concernientes a su antiguo profesor y amante. Pero posteriormente, en sucesivas ediciones, se pudo rescatar el sentido original de su creación, la cual, a pesar de la brevedad de su vida, consta de más de 300 poemas, cartas y diarios, estos últimos lamentablemente bastante dañados por la censura paterna, y cerca de tres mil fotografías. Antonia Pozzi se volcó en una obra poética en que dejó reflejada toda su pasión amorosa y su profunda soledad, además del desarraigo de una sociedad viciada y cruel a la que no quiso sobrevivir.
GRITO
No tener un Dios,
no tener una tumba,
no tener nada firme,
tan solo cosas vivas que se escapan;
vivir sin ayer,
vivir sin futuro,
y cegarse en la nada
(socorro)
a causa de la miseria
que no tiene fin.
PRADOS
Tal vez ni siquiera es verdad
lo que en tu corazón oyes gritar a veces:
que esta vida es nada
para tu ser
y lo que conocemos como luz
es un deslumbramiento,
deslumbramiento último
de tus dolientes ojos.
Acaso solo es la vida
lo que el saber en días jóvenes:
anhelo eterno que busca,
de cielo en cielo,
quién sabe qué horizonte.
Somos como la hierba de los prados
que siente sobre sí soplar el viento
y canta plena en el viento
y vive siempre en el viento
y sin embargo no supo crecer
de forma que aquietase aquel vuelo supremo
ni levantarse de la tierra
para anegarse en él.
LÍMITES
Cuánto me acuerdo
de mi cartera escolar,
manoseada, gris,
que toda yo estrechaba con mis libros
en un único abrazo
seguro.
No conocía entonces
este acezante trascender,
este desbordamiento estéril,
este perderse
que todavía no es morir.
Cuántas veces me apeno, pensando
en mi cartera escolar.
LUZ BLANCA
Entré, al alba,
en un pequeño cementerio.
Fue en un país lejano,
al pie de una torre grisácea,
huérfana ya de voces
de campanas,
mientras aún la niebla
plateaba
las encinas oscuras,
los altos setos,
los brezos
violeta.
En el pequeño cementerio,
las lápidas,
dirigidas a Oriente,
como en blanca sonrisa,
rostros de ciego parecían
que, alineados, marchasen
al encuentro del sol.
RIBERAS PERDIDAS
No junto a claros ríos
sino a orillas de tristes ciénagas
descansábamos;
sumergir la mano
era perderla
en el cieno
corrompido del fondo.
Y el verde de los olmos
lucía
en la calígine;
estaban frescas las flores
del prado;
y de otras flores se nutría
valiente
el corazón.
Pero el agua fangosa atravesaba
el camino;
aquel olor corrupto deshacía
el doliente latir de la ternura;
era imposible sofocar
la misteriosa voz
gimiente.
Estábamos perdidos.
PLEGARIA A LA POESÍA
Oh, tu don cómo rige
mi alma, poesía:
tú, que, si fallo y me pierdo,
lo sabes, te me niegas,
y callas.
A ti sola, poesía, te confieso
que eres mi voz más honda:
caminé sobre el prado de oro
que fue mi corazón,
hollé la hierba,
destruida ya la tierra,
poesía, aquella tierra
donde tú me dijiste
el más piadoso de tus cantos;
donde por vez primera una mañana
vi aletear en el azul la alondra
y con los ojos intenté ascender.
Poesía, poesía, tú que alientas
mi hondo remordimiento,
ayúdame a encontrar
mi alta patria abandonada.
Poesía que te das solamente
a quien con llanto en los ojos se busca,
hazme otra vez digna de ti,
oh, poesía, que aún me miras.
HUBIERA SIDO
Anuncio hubiera sido de lo que no fuimos.
De lo que no fuimos y ya no somos más.
La poesía amada por nosotros y nunca del corazón separada
Tú la habrías cantado con tus gritos de niño.
La única espiga eras tú
el tallo de nuestra inocencia bajo el sol…
Mas te quedaste allá con los muertos
con aquellos que no nacieron
con las aguas sepultadas
apagado amanecer a la lumbre de las últimas estrellas.
No ocupa ahora tierra sino solo corazón
tu invisible ataúd
alma
y tú has entrado en el camino del morir.
FUNERAL SIN TRISTEZA
Esto no es estar muertos.
Esto es volver al pueblo, a la cama.
Claro está el día
como la sonrisa de una madre que había esperado
Campos de escarcha
árboles de plata
crisantemos rubios
las niñas vestidas de blanco con velos color de aljófar
voz del color del agua aún viva entre de tierra.
Las llamas de las velas desmayadas en la luz matutina
dicen lo que es este desvanecer de las cosas terrenas.
Dulces, este volver de los humanos por puentes aéreos de cielo
por cándidas crestas de montes soñados
a la otra orilla
a los prados del sol.
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Escrito por Redacción