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Sam Mendes es un realizador británico cuya carrera cinematográfica ha tenido logros importantes en Gran Bretaña y Estados Unidos (EE. UU.). No es un director que transmita, de forma simple y directa, sus críticas a la sociedad que le ha tocado vivir. Más bien, como ocurre con los buenos artistas, sus críticas son esenciales y, por lo mismo, exigen un esfuerzo intelectual de mayor calado para adentrase en ellas. Por ejemplo, en su opera prima Belleza americana (1999), Mendes profundiza su análisis en las familias de la clase media estadounidense, la american way of life, en los periodos emocionales y críticos de los cuarentones, etc. Pero en su filme más reciente, la mirada de Mendes no se limita a criticar los valores individuales más comunes de la sociedad capitalista contemporánea, sino que aborda la descomposición no de algunos personajes, sino la descomposición de la atmósfera asfixiante de la sociedad occidental, en particular la de su país y de EE. UU. La vida de Burham Lester (Kevin Spacey) es la vida de un fracasado que vive en una comunidad deshumanizada que, en sí misma, representa un fracaso.
En Carretera Revolución, Sam Mendes había criticado con acuciosidad a la sociedad estadounidense actual, porque centra su relato en la vida del matrimonio Wheelers (interpretado por Leonardo Di Caprio y Kate Winslet), descrito como el matrimonio “perfecto” según las tradicionales mentes “puritanas” de la sociedad gringa; pero en cuya atmósfera interior prevalece la terrible y decadente miseria moral propiciada por los valores propios del capitalismo. Esta misma forma de captar la realidad, aunque no se aprecia a simple vista, es con la que Sam Mendes compitió en las categorías más importantes de la última edición de los premios Oscar (Mejor director, Mejor cinta, Mejor guion original, Mejor fotografía). En este filme, Mendes cuenta la historia de los soldados británicos Schofield y Blake (George McKay y Dean Charles Chapman) que participan en la Primera Guerra Mundial. A ambos se les encomienda la misión de llevar un mensaje al comandante que dirige una operación militar contra los alemanes, cuyas tropas se han retirado de la línea Hindemburg, por obediencia a la Operación Alberich. El mensaje dice, con toda claridad, que, meses antes, los germanos planearon simular esa retirada para que los más de mil 600 soldados británicos caigan en una trampa militar. Schofield y Blake emprenden la misión y la cámara de Roger Deakins en prácticamente una sola secuencia y un encuadre magistral –más los efectos especiales– logra crear un retrato de la desolación, la desesperanza, la crueldad y la terrible soledad que caracterizan a todo conflicto bélico.
Mendes no hizo, como dicen los críticos superficiales, una cinta “bélica”, sino un filme antibélico; una cinta que rinde homenaje a otras obras cinematográficas como Sendero de gloria, de Stanley Kubrick o Salvando al soldado Ryan, de Steven Spielberg. En el soldado Schofield, quien sobrevive a la peligrosa misión, Mendes no muestra a un héroe de batalla, sino a un soldado que cumple con una orden y que, además, salva la vida del hermano de su compañero Blake, quien previamente había muerto a manos de un aviador alemán al que ambos habían rescatado tras la caída de su avión sobre una granja. El hermano de Blake, oficial al mando de la unidad militar a punto de ser entrampada, después de verificar la autenticidad del mensaje, de cancelar la orden para el avance de los soldados británicos y de contener las lágrimas, cuando se entera de la muerte de su hermano, en un gesto de agradecimiento invita a Schofield para que vaya a comer. En 1917 nos muestra, de una manera muy bella, la terrible fealdad de la guerra.
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Escrito por Cousteau
COLUMNISTA