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Vestigios, de Gerardo Almaraz. La voz colectiva
Almaraz mira la ciudad con los ojos del campesino migrante chilanguizado, del vendedor ambulante o del pasajero de la última combi nocturna. Su voz es una más en el desfile colectivo, y no la de quien mira altivamente el desfile.
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El poema es una unidad de estructura extremadamente delicada. Se le construye despacio, matemáticamente, y una sílaba, o apenas una letra desafortunada, tropieza y arruina el conjunto. De ahí la vieja palabra, común a todas las artes: composición. Desde el punto de vista estrictamente técnico, el poema es una organización estructurada de elementos.

Pienso que una obra artística merece como crítica un comentario desde lo artístico, es decir lo técnico, como complemento necesario de la crítica política o social. Vestigios (Editorial Estentor, 2022) de Gerardo Almaraz, propone poesía social, pero en un lenguaje muy particular: un balance bien logrado entre la fórmula política pseudopoética y la oscuridad de lo enigmático. Cualquiera puede hablar de la violencia, las desapariciones, la migración forzada; el tema, en poesía, es cómo se hace. Dicho esto, insisto: no creo que las limitaciones o los méritos de un trabajo poético deban medirse exclusivamente con el criterio de la ausencia o presencia de temas sociales.

El lenguaje poético de Gerardo Almaraz (Oaxaca, 1996) es todavía débil, pero es; y eso es lo más importante. Desconozco la gestación del poemario, pero me atrevo a suponer que los poemas fueron compuestos a lo largo de algunos años, pues la calidad de ciertas piezas es verdaderamente contrastante; asimismo, ignoro qué criterio siguió para ordenar los poemas. Curiosamente, las composiciones más sólidas se encuentran hacia la mitad del libro: Restos, Cuerpo, Post mortem, Picnic, Dolor de ombligo.

Una limitación inherente a las voces jóvenes es la curiosidad formal, forma primitiva y espontánea de la exploración formal sistemática. Almaraz rasca aquí y allá, “curioseando”, las posibilidades formales de la prosa, la crónica o el catálogo terminológico, comprometiendo con esto, quizá conscientemente, la cohesión estructural del poemario como unidad. Esta limitación relativa, no obstante, es también un síntoma de madurez: la joven voz ha tomado ya autoconsciencia del oficio poético, y esquiva sistemáticamente la fórmula estandarizada y el lugar común. La imitación directa, forma vulgar de la admiración, es el único estado de la creación artística que no merece ser tomado en serio. Por fortuna, Almaraz pisa ya terreno firme.

El principal eje estructural del libro es precisamente el temático: violencia, desapariciones, migración forzada, temas no del todo nuevos en la poesía mexicana, que son revisitados por Almaraz desde una perspectiva sutil de originalidad destacable: la voz de la ciudad provinciana, la mirada de la periferia rural. Como centro temático en la literatura mexicana, tienen larga historia tanto la miseria urbana (Efraín Huerta, José Revueltas) como la rural (Elena Garro, Juan Rulfo, Rosario Castellanos). También es cierto que la Ciudad de México ejerce siempre su embrujo sobre cada nueva generación de poetas; solo que se perciben siempre en estas voces ciertos elementos homogeneizadores que, precisamente por homogéneos, restan personalidad a cada poeta individual. ¿Será la típica perspectiva chilanga clasemediera a la manera de José Agustín? ¿La amable mirada desde el privilegio de un Fernando del Paso? ¿El olor a café del profesor universitario David Huerta? ¿O incluso la culta vulgaridad de Armando Ramírez?

Almaraz escapa a estas viejas escuelas y lo mira todo con ojos distintos. Si mira la ciudad, es con los ojos del campesino migrante chilanguizado, del vendedor ambulante o del pasajero de la última combi nocturna. Su voz es una más en el desfile colectivo, y no la de quien mira altivamente el desfile desde la mesa de honor. La línea personal se profundiza más todavía al descentralizar a la capital del país como epicentro temático: los poemas viajan por Zacatecas, Guanajuato, Oaxaca, Baja California, para reivindicar al doble marginado, social y geográfico.

Esta sensibilidad original y sutil es, sin duda, la aportación más valiosa de Vestigios, a pesar de que el continente formal de tal sensibilidad aparece todavía como un trabajo en construcción. A Almaraz se le debe clasificar no ya como un principiante que ensaya, sino como un poeta legítimo, aunque joven, cuya forma de expresión habrá de recorrer todavía algunos años de trabajo tenaz para labrar un lenguaje verdaderamente personal. Pero Vestigios es, me parece, un excelente punto de partida: en la creación artística los primeros pasos son, a la vez que los más inseguros, los más decisivos.


Escrito por Aquiles Lázaro

Columnista de cultura


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