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Tristan Corbiére
Poeta francés. Prácticamente ignorado en vida, su fama póstuma se inició cuando Paul Verlaine comentó su obra. A partir de entonces sería apreciado como un destacado representante del simbolismo, junto a Rimbaud, Lautréamont o el propio Verlaine.
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Nació el 18 de julio de 1845 en Finisterre, Francia. Poeta francés. Prácticamente ignorado en vida, su fama póstuma se inició cuando Paul Verlaine comentó su obra en Los poetas malditos (1884); a partir de entonces sería apreciado como un destacado representante del simbolismo, junto a figuras como Rimbaud, Lautréamont, Mallarmé o el mismo Verlaine. En su único volumen de versos, Los amores amarillos (1873), hace una reseña sarcástica hacia la vida que lo deforma miserablemente y lo lleva a cansarse de todo.

En 1857 ingresó al colegio de Saint-Brieuc, pero volvió a su casa al cabo de treinta meses debido a su precaria salud. A los dieciséis años tuvo una crisis de reumatismo articular que lo dejó deforme para siempre y le obligó a renunciar definitivamente a los estudios. Era aficionado a los paseos marítimos y a la compañía de pintores, que alentaron su pasión de dibujante y caricaturista. En París llevó una vida miserable y poco adecuada a su quebrantada salud, colaboró en algunos periódicos; a fines de 1873, poco después de Los amores amarillos, proyectó un segundo tomo de versos: Mirlitons. Murió el 1º de marzo de 1875, en Gran Bretaña.

 

Paria

¡Que se las arreglen con las repúblicas,

hombres libres! –Picota al cuello–

¡Que pueblen sus nidos domésticos..!

–Yo soy el frágil cuclillo.

–Yo corazón eunuco, desprovisto

de todo éxtasis y vibración…

¿Qué me canta su libertad,

a mí? Siempre solo. Siempre libre.

–Mi patria… está en el mundo;

y, puesto que el planeta es redondo,

No temo ver el fin…

Mi patria está donde yo la planto…

Tierra o mar, ella está bajo la planta

de mis pies –cuando estoy de pie–.

–Cuando estoy acostado: mi patria

es el lecho solo y moribundo

sobre el que quiero forzar en mis brazos

mi otra mitad, como yo sin alma;

y mi otra mitad es una mujer…

Una mujer que no poseo.

–Mi ideal es un sueño

hueco; mi horizonte –lo imprevisto–

y la nostalgia me roe…

De un país que yo no he visto.

Mi bandera sobre mí ondea,

tiene al cielo por corona,

es la brisa en mi cabellos…

Y sin importar la lengua,

puedo sufrir una arenga;

y callarme si así quiero.

Mi pensamiento es aliento yermo,

es el aire. Por doquier el aire es mío.

Y mi palabra es el eco vacío

que nada dice –y nada más–.

Mi pasado es lo que olvido.

Lo único que me ata

es mi mano en mi otra mano.

Mi recuerdo –Nada– es mi huella.

Mi presente, es todo lo que pasa.

Mi futuro, mañana… mañana.

No conozco a mi semejante;

yo soy lo que me hago.

–El yo humano es detestable…

–Ni me amo ni me odio.

–¡Venga! La vida es una joven

que por placer me ha cogido…

El mío, es: reducir a harapos,

y prostituirla sin deseo.

–¿Los dioses?… –Por casualidad nací;

tal vez algunos existan, por azar…

Ellos, si desean conocerme,

me hallarán en cualquier parte.

Donde yo muera, mi patria

se abrirá bien, sin suplicarlo,

suficiente para mi mortaja…

¿Y para qué una mortaja…?

Ya que mi patria está en la tierra

mis huesos allí se irán solos…

 

A una camarada

¿Qué estás buscando en mí, mujer tres veces ninfa?...

¡Y yo que te creía una niña tan buena!

–¿El amor?... –Adelante: ¡busca, coge, saquea!

¡Quererme tú también!... ¡yo que tanto te amé!

 

¡Oh, sí, te quise como... el lagarto que muda

quiere al rayo de sol que caldea su sueño!...

Entre tú y yo el amor parece alicaído:

–¡Eh! ¡Delante de mí que se aparte mi sol!

 

Este amor que es el mío, no quiere que lo quieran;

mendigo, tiene miedo de que alguien lo escuche...

Es un pobre andrajoso, es, en fin, un bohemio

que solo se alimenta de ayuno y libertad.

 

¿Acaso menudencia, bibelot o capricho?...

Es posible: él es raro –y es su único bien–

pero un bibelot roto se puede reparar;

¡en cambio él, despegado, ningún valor tendrá!...

 

¡Vete, no derribemos la puerta entreabierta

hacia un paraíso fatigado en exceso!

Guardémosle a la verde manzana de otros tiempos

su piel, bajo el disfraz de fruta prohibida.

 

¿Pero qué nos hicimos el uno al otro, dime?...

–No nos hicimos nada... –Quizá sea por eso;

–¿quién fue el que comenzó? –Yo no, ¡soy un bendito!

Más tarde, quién dirá: ¡Ya se acabó!– eso es todo.

 

Los dos, sin duda... –Y tú puedes estar segura

de que soy todavía el más equivocado:

ya que si, por error, o por casualidad

no me engañases tú... yo me habría engañado.

 

A esto lo llamaremos una amistad tranquila;

Puesto que el amor quiere decir su último adiós.

No confiemos mucho, oh cara malquerida...

–¡Son siempre demasiado ciertas esas mentiras!...

 

Podríamos, al menos, dejar de maldecirnos

–Si te parece bien– diez minutos después.

Morir de esto sería para caerse de risa...

¡Ah, tu risa tan tierna, la que yo tanto amé!

 

Epitafio

Se extinguió de entusiasmo y murió de pereza;

si vive es por olvido; no ser en una pieza

él mismo y su querida fue su única tristeza.

 

No nació de ningún modo;

va donde el viento le deja;

es cual bazofia compleja,

mezcla adúltera de todo.

 

Hecho de “qué se yo”. Un lince

en cuanto a vista. Oro y poco dinero.

muchos alimentos y... un esguince

si el brío ha de ser duradero.

 

Un alma inmensa para quien no tiene violón.

Demasiado amor para un mal garañón.

Muchos hombres y ninguna demostración.

 

Sin empaque. Solo engreído

por lo único. Cínico y bobo.

Creyendo a todos, descreído.

Gustó el hastío con arrobo.

 

Alma seca, beoda mollera.

Tan suyo, que a sí mismo era

fuerza el poderse tolerar;

murió mirándose vivir...

 

Y por no saber acabar

vivió dejándose morir.

Aquí yace este corazón...

Flor de fracaso y perfección.

 

A la eterna señora

Ideal maniquí, comodín del señuelo,

¡Eterno femenino!... plancha tus pañoletas:

siéntate en mis rodillas cuando lo ordene y dime

qué artimañas usáis, ángeles degradados.

 

Sé perversa y alégranos la hora desdichada,

piafa con pie ligero los senderos abruptos.

¡Arde, ídolo puro!, ¡y ríe!, ¡y canta!, ¡y llora,

querida!, ¡y de amor muere!... en los ratos perdidos.

 

¡Ninfa de mármol!, ¡vamos!, sé soñadora, ¡y frívola!

Amante, ¡carne mía!, hazte virgen, lasciva...

Feroz y santa y torpe, buscando un corazón...

 

Sé la hembra del hombre, mujer, sirve de Musa

Cuando el poeta brama, ¡en Alma, Espada y Llama!

Y después –cuando ronque– ¡besa a tu Vencedor!


Escrito por Redacción


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