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Antes de iniciar mi trabajo del día de hoy, permítaseme felicitar con admiración al semanario buzos de la noticia por haber alcanzado mil números en manos de sus lectores. En casos como éste, aprendí del pueblo una expresión muy amable: “no agraviando a lo presente” o, sencillamente, “no agraviando” y lo digo porque algunos –no muchos, pero sí muy importantes– medios de comunicación, me hacen el favor de publicar mis trabajos. Así que, no agraviando, buzos forma parte ya, por derecho propio, conquistado por su equipo luchando a brazo partido, de los grandes medios de México que defienden la libertad de prensa y exhiben clara y crudamente los problemas y los anhelos de la gente que vive de su propio esfuerzo. Vaya un abrazo cariñoso a Pedro Zapata Baqueiro, su director histórico que enfrenta los apremios económicos como todos los editores que en el mundo han sido, que vence pacientemente la indisciplina de sus colaboradores, que derrota los imponderables de la impresión y que, como asombroso gigante, trabaja y rinde resultados, haciendo caso omiso de las terribles limitaciones de la vista que le han impuesto la diabetes y la lucha social de muchos años ¡Un gran ejemplo que nos hace mejores!
Y bien, ¿qué ofrece el capital? Ofrece enriquecerse sin medida hasta perder la cuenta de lo poseído y quedar imposibilitado para gastarlo. Pero la distinción es para muy pocos. Hace 90 años, los multimillonarios de Estados Unidos eran 614, ahora son 745, su número ha aumentado en 131 personas nada más. Lo que sí ha aumentado enormemente es su riqueza. En el mes de marzo del año pasado, cuando inició la pandemia del virus SARS-COV2, la riqueza conjunta de esos multimillonarios era de tres billones de dólares, hoy en día, se calcula en cinco billones de dólares (datos de Forbes); la grosera opulencia de estas personas contrasta con los 89 millones de estadounidenses que han perdido sus empleos, con los más de 44.9 millones que han enfermado de Covid-19 y con los más de 724 mil que han muerto a causa del virus.
No se crea que estos 745 privilegiados son increíblemente ricos porque se levantan temprano, se acuestan tarde y pasan todo el día trabajando sin perder un solo minuto. Nada de eso. En el mundo hay miles de millones de seres humanos que se levantan de madrugada y se van a la cama (cuando la tienen) muy tarde en la noche, no descansan tampoco ni un minuto y no se han vuelto ricos. El trabajo de los multimillonarios es tan productivo como el trabajo de muchos seres humanos, producen o, pueden producir, en promedio, la misma cantidad de riqueza que cualquier otro trabajador del mundo. ¿Qué los vuelve entonces tan ricos? Sencillo (sencillo, después de Marx): la constante apropiación de la riqueza producida por otros, por muchos otros; al obrero le pagan lo que necesita para vivir (puesto que dura trabajando hasta 30 y 40 años), pero no le retribuyen lo que produce. No es, pues, cuestión de suerte ni cosa de magia, recordando la propaganda electoral de Clinton, es el capital estúpido.
En Estados Unidos, la catedral del capital, la riqueza de los multimillonarios durante el mismo periodo de la pandemia creció en 2.1 billones de dólares, que equivale al doble del Producto Interno Bruto de México. Los cinco billones de dólares que ahora concentran esos 745 multimillonarios estadounidenses superan los tres billones de los que dispone la mitad de los hogares en toda la Unión Americana. En esa selecta lista destacan Elon Musk, de Tesla, cuya fortuna tuvo un crecimiento de 751 por ciento, al pasar de 24.6 mil millones de dólares a 209.4 mil millones de dólares; Jeff Bezos, de Amazon, cuya fortuna asciende a 192.2 mil millones de dólares, luego de crecer 70.1 por ciento frente a marzo de 2020; y Mark Zuckerberg, el dueño de Facebook, que posee ahora una fortuna de 117.6 mil millones de dólares tras un aumento de 114.9 por ciento durante la pandemia de Covid-19.
¿Y en México? ¿Qué ha hecho el capital en nuestro país? Citemos las palabras del primer mandatario, Andrés Manuel López Obrador, publicadas en La Jornada el pasado 14 de octubre: “México ya es ejemplo ante el mundo, porque sí funciona nuestro modelo, y es muy sencillo de aplicar, por eso voy a la ONU: es cero corrupción, cero impunidad, honestidad y combate a la desigualdad social”. Veamos algunos datos del “ejemplo ante al mundo”. La tortilla de maíz ha subido un 30 por ciento en los últimos meses; el aceite, más todavía y el gas que se utiliza para cocinar nunca había estado tan caro. Según el Inegi, la inflación interanual subió un seis por ciento en septiembre y, hasta el momento, hay 24 entidades del país que ya registran mayores precios de gas LP en comparación con el 31 de julio, fecha previa a la fijación gubernamental de precios máximos; o sea, esos “precios máximos”, resultaron pura fantasía.
La revista Proceso publica el 19 de octubre lo siguiente: “La directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Kristalina Georgieva, admitió que la inflación de México está entre las siete más altas del mundo emergente”. El gas LP ha subido 20.6 por ciento; las carnes frías, 8.0 por ciento; la manzana, 25.9 por ciento; la naranja, 12.1 por ciento; el chile serrano, 54.4 por ciento; los aceites y grasas, 29.2 por ciento; la carne de ave, 9.4 por ciento; el jitomate, 32.3 por ciento; los ejotes, 50.3 por ciento; la pasta para sopa, 8.4 por ciento; el aguacate, 24.5 por ciento; la carne de cerdo, 17.4 por ciento; la calabacita, 12.6 por ciento; la carne de res, 12.10 por ciento; la cebolla, 27 por ciento y la pera, 14.3 por ciento. Claro que para los burócratas de la 4T, el pueblo bien puede prescindir de todo esto, porque es comida fifí, y limitarse a frijol y tortillas. Pero, como queda dicho, la tortilla subió 30 por ciento y el precio de garantía del frijol ascendió a 16 mil pesos por tonelada. Todo según el Inegi y, según su pronóstico, México terminará el año con una inflación anual de 7.1 por ciento.
Como remate del negro panorama para la clase trabajadora, durante la semana, se nos presentó como un gran avance la regularización de los autos ilegales que entran a México por la frontera norte. Según la nota de La Jornada del 17 de octubre, Rosa Icela Rodríguez, titular de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, quien calculó que hay en circulación unos 500 mil carros “chuecos”, dijo: “Con este decreto se atiende un tema de seguridad, pero también una problemática social añeja… porque la comunidad en la frontera norte compra estos vehículos y los usa para llevar a sus hijos a las escuelas, para su jornada laboral en el campo o para realizar otras actividades cotidianas”. Sí, en efecto, los trabajadores de la frontera de México con Estados Unidos usan estos vehículos para “llevar a sus hijos a las escuelas, para su jornada laboral en el campo o para realizar otras actividades cotidianas”, desde hace muchos años, pero no debe olvidarse, ni por un momento, que todos estos vehículos son vehículos de desecho, son artículos usados, y algunos muy usados, con los que tienen que conformarse los mexicanos modestos; una cosa grave y triste es que se tengan que comprar “pacas” de ropa de segunda y pasen a resolver ingentes necesidades de la gente pobre y otra cosa muy diferente es que, en aras de la demagogia manipuladora, se consagre su comercio como una gran conquista nacional.
No vayamos más lejos. De acuerdo con el Coneval, el número de pobres en México aumentó en 3.8 millones de personas en los meses de la pandemia; ése es “el ejemplo ante el mundo”. A estas alturas, ya muchas mujeres y hombres que viven de su trabajo deberían caer en la cuenta que el capital, definitivamente, no les puede proporcionar una vida mejor. Ni los políticos que le sirven. Su fracaso es público y notorio. Winston Churchill, el 13 de mayo de 1940, cuando tomaba posesión como primer ministro del Reino Unido, protegido con un casco en la cabeza, ante la inminencia de la Segunda Guerra Mundial provocada por los capitalistas, lo dijo con todo cinismo: “No tengo nada que ofrecer sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Y así ha sido.
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".