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El problema de la relación entre práctica y teoría tiene una importancia fundamental. Pero casi siempre se zanja con énfasis en su separación y contraste. Muy rara vez se considera el lazo recíproco y la asociación de ambas. Se separan y contrastan, por ejemplo, verdad y política, arguyendo que la esencia misma de la verdad consiste en ser incurablemente impotente, y la de la política está en ser irremediablemente falsa. Se concluye entonces que la política excluye a la verdad y, viceversa, que la verdad excluye a la política. La verdad es esencialmente contemplativa y la política es de suyo mendaz. Sanseacabó. Y esta opinión, tan difundida como arraigada, constituye el sustratum de dos de los estereotipos que resultan más comunes y hasta naturales en la mayor parte del mundo: el del intelectual “avinagrado” por su propia incapacidad de obrar y el del político incapaz de pensar, como si para pensar fuera preciso no actuar y para actuar fuera menester no pensar, sino únicamente “aventarse” o “atreverse”.
Desde este punto de vista, la práctica y la teoría son tan excluyentes e incompatibles entre sí como la política y la verdad, como el político (el individuo práctico) y el científico (el individuo teórico). Éste se cuece en el “jugo” de un intelectualismo o teoricismo pedante y árido: la práctica y la política le parecen groseras y prosaicas, incluso hieren su delicada sensibilidad; aquél se regodea en su capacidad práctica: la teoría le parece vana y superflua. Si uno tiende al economicismo y al espontaneísmo, el otro se estanca en la esterilidad de “sesudísimas” cavilaciones y se enfanga en discusiones bizantinas.
Práctica y teoría son tratadas como conceptos que se excluyen mutuamente, que consideran, muy en general, que la práctica no es teoría y recíprocamente: que lo que es teoría no es práctica. Desde esta perspectiva se asume que práctica y teoría no son solo y meramente dos mundos “distintos”, sino abiertamente opuestos. Se acepta, sin cortapisas, que la práctica no tiene nada que ver con la teoría y que la teoría no tiene ni la mínima relación con la práctica. Que son dos sustancias distintas que no tienen nada en común o nada “idéntico” entre sí; y que no pueden tocarse una con otra: tanto así que la práctica no puede interactuar con la teoría, ni la teoría con la práctica. Y consiguientemente se reafirma el doble prejuicio de que la política es una cuestión de pura voluntad (de acción pura y dura, de pantalones) y que el conocimiento es contemplativo por naturaleza (intraducible a la práctica). Quienes se consideran a sí mismos como individuos única y exclusivamente prácticos rechazan, de antemano, todo lo que despida hasta el más mínimo tufo de teoría o estudio; quienes se asumen como espíritus única y exclusivamente teóricos reniegan o huyen de cualquier tipo de práctica que los coloque en la terrible encrucijada por concretar una sola de sus grandiosas y abstrusas ideas.
Pero no se trata, en realidad, de encontrar una suerte de punto de equilibrio o de justo medio entre ambos extremos. Debemos reconocer la unidad indisoluble y la dependencia recíproca de práctica y teoría como dos momentos igualmente necesarios, justo como la relación entre el cuerpo y el pensamiento. ¿Alguien ha visto, acaso, un cuerpo privado de pensamiento? ¿Y un pensamiento privado de cuerpo? ¿Por qué? Por la simple y sencilla razón de que cuerpo y pensamiento no representan dos objetos opuestos o principios distintos y contrarios de investigación, sino un único objeto: el cuerpo pensante del hombre vivo. “Deus sive natura” (Dios o la naturaleza), dice Baruch Spinoza; “Aut deus aut natura” (O Dios o la naturaleza), corrige Ludwig Feuerbach: quien piensa no es un ser o yo abstracto, sino un ser real, un yo material, cuyo cuerpo es precisamente su verdadera entidad. Por tanto, pensamiento y cuerpo no son dos sustancias u objetos especiales que existan separadamente uno de otro, sino solo dos atributos o propiedades de una y la misma “sustancia”: la Natura naturans de Spinoza, la naturaleza que se produce o crea a sí misma. Práctica y teoría tampoco pueden existir aislada e independientemente una de otra. Son solo dos aspectos distintos de la existencia, dos formas de manifestación de lo mismo. Representan la indisolubilidad del hacer y del conocer, del transformar y del entender, la unidad entre la acción y el pensamiento.
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Escrito por Miguel Alejandro Pérez
Maestro en Historia por la UNAM.