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El cine comercial, tanto el de Estados Unidos como el de Europa y otras potencias capitalistas del globo terráqueo, con su afán de obtener grandes ganancias cada vez con mayor profusión y frecuencia, inventa nuevos “géneros” cinematográficos con base en la mezcla de los ya existentes, presentándolos al público como “novísimos”. Pero este espíritu mercachifle es precisamente el que destruye toda intención de que el cine sea un arte que brinde a la sociedad obras con alto contenido estético y aliento humanitario.
El cine irracional y manipulador campea ahora en todas las naciones y los grandes realizadores cinematográficos brillan por su ausencia. Hoy en día es difícil encontrar directores, guionistas, montajistas, diseñadores de escenografía, fotógrafos, actores, etc., que sean ejemplo de belleza artística en la cinematografía. Por el contrario, la mayoría de los filmes realizados en las grandes potencias tienen como sello característico la irracionalidad y la fantasía.
En algunas ocasiones precedentes, amable lector, he comentado que muchas de estas historias irracionales, además de estar alejadas de la realidad objetiva, no solo obedecen a la mercadotecnia de los grandes intereses comerciales de la industria cinematográfica, sino que forman parte de una estrategia política e ideológica, similar a la que se aplica en otras manifestaciones artísticas (música, literatura, pintura, escultura, teatro, etc.), diseñada para manipular a las masas y afirmar el dominio de la clase burguesa e imperialista. Entre menos capacidad de reflexión sobre los grandes problemas del orbe tengamos los seres humanos –que solo se logra con la ayuda de la ciencia, el arte y la buena cultura– menos posibilidades tenemos de intentar solucionarlos, en particular los de índole social y económica.
Recientemente vi una cinta dirigida por un realizador reconocido en la que actúan grandes figuras del cine estadounidense, lo que debería ser garantía no solo de un resultado medianamente artístico, sino también de buenas ganancias. Obsesión (2019), realizada por Steven Knight e interpretada estelarmente por Matthew Mc Conaughey y Anne Hathaway, cuenta la truculenta historia de un pescador que vive en la isla de Plymouth, donde se reencuentra con quien fuera su esposa y a quien dejó atrás cuando participó en la guerra de Irak. Ella sufre la violencia física de su actual marido y le pide que lo asesine a cambio de 10 millones de dólares en efectivo, lo cual puede ocurrir mientras lo lleva a pescar en alta mar. La historia, sin embargo, no es real, sino un videojuego inventado por el hijo del pescador. El asesinato se consuma. Las fuerzas del bien y el mal se enfrentan en esta historia, pero, claro está, esa muerte no tiene ninguna trascendencia social. Ni siquiera es creíble. El viejo planteamiento de Matrix (1999), género de ciencia-ficción mezclado con un drama anodino. Pese a su gran elenco, Obsesión fue un fracaso en taquilla. Sus productores, además, no optaron por la verdadera “estrella” del cine comercial de hoy: los “efectos especiales”. La sociedad necesita un cambio. Necesitamos una sociedad que reparta mejor la riqueza social y que, por lo tanto, se preocupe por cristalizar arte de gran contenido estético y humanitario.
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Escrito por Cousteau
COLUMNISTA