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La historia de los pueblos, sus luchas, avances o retrocesos, siempre ha sido la fuente en que abrevan los grandes poetas para crear bellas obras al servicio de una idea superior; y la lucha libertaria de los pueblos latinoamericanos en la segunda mitad del Siglo XX inspiró a varias generaciones de poetas populares que, entendiendo la necesidad de poner su sensibilidad y talento al servicio de una causa justa, hicieron de la pluma arma de combate político. Éste es el caso del poeta y ensayista Raúl Leiva (Guatemala, 1916 – México, 1974). Fue miembro destacado de la Generación del 40, fundador del Grupo Acento y director de la revista del mismo nombre; formó parte del Consejo Directivo de la Revista de Guatemala y participó en la fundación del Grupo Saker-Ti. Con su trabajo periodístico y literario contribuyó a la revitalización cultural de su patria durante la Revolución Guatemalteca (1944-1954). A raíz del golpe de Estado contra Jacobo Árbenz se exilió en México, donde trabó amistad con escritores como Enrique González Rojo Arthur y Eduardo Lizalde, contribuyendo a la difusión de la obra de muchos de sus coterráneos, refugiados –como él mismo– para salvar la vida ante la persecución contra intelectuales y artistas revolucionarios desatada en su país. Su interés por el ambiente literario mexicano puede constatarse en su obra ensayística.
Cuando Mundo Indígena (Ediciones Saker-Ti, 1953) vio la luz, Raúl Leiva había publicado ya media docena de poemarios y no era un desconocido en la escena literaria de su país. El pasado común de Guatemala y México, la gran herencia maya y el sufrimiento de las comunidades indígenas es la materia prima de este libro. “Raúl Leiva (…) supo conjugar lo universal y lo americano (…) no es un simple espectador en el oscuro drama de nuestro indigenismo: consciente de su mestizaje, de su mayoritaria sangre americana, contribuye a dilucidar su misterio desde el plano de la obra de poesía, hablándonos con cálido aliento de sus propias e intransferibles experiencias”, se lee en la solapa de este importante fragmento de la historia poética de dos naciones hermanas.
Tecum Umán Magnífico es el poema que hoy compartimos con nuestro lectores; en él se invoca a los dos máximos héroes de la antigüedad de ambas naciones, Tecum Umán y Cuauhtémoc, para que desde su mítica altura se conviertan en guía de sus pueblos que, adormecidos, parecen haber olvidado su pasado grandioso, pero que tarde o temprano despertarán y, juntos, irán hacia un futuro luminoso.
Tecum-Umán magnífico,
en mí palpita tu fulgor de estrella,
tu deseo voraz, tu pesadumbre:
te siento vivo y alto por mi sangre
de indígena orgulloso;
coloras mi semblante acanelado,
alimentas mi amor y mi alegría
y también mi nostálgica esperanza.
Haces crecer mis odios,
tuya es mi rebeldía;
cada paso que doy sobre la tierra
recuerda el tum lejano y sollozante
de tu partido corazón en llamas.
No olvido yo tu nombre,
no olvido yo tu muerte,
héroe adolescente.
De la dormida historia emerges puro,
batallador y fiero,
caminando al encuentro de la muerte,
tú también, cual Cuauhtémoc
“único héroe a la altura del arte”.
Lección de rebeldía hoy olvidada
por torpes muchedumbres incoloras
que respiran la dura servidumbre
de una tierra rendida, zozobrante.
¿Qué vale ya tu muerte, héroe joven,
si no escuchan tu voz, si no interesa
tu vegetal y térreo grito herido
ante los falsos que tu nombre hieren?
Juventudes imbéciles te niegan
aunque el oscuro rostro les delate
la exacta procedencia de tu sangre.
El alto honor de perpetuarte tengo
en mi indígena sangre americana,
sedienta, ardiente, denodada, amarga,
que en lo profundo de mi ser te exalta.
Abuelo victorioso de la muerte,
no mueres ya: caminas lentamente
en la sangre de ciegas muchedumbres
que al fin te han de encontrar en el futuro.
Desde mi joven voz tu sombra crece
y crece y crece hasta llegar al cielo:
al cielo de la gloria, al cielo maya
que rásgase en crepúsculo y quetzales.
Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.