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El 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón llegó a las Antillas y en unos días más desembarcó en Haití. ¿Qué movió a Colón y a sus acompañantes a aventurarse en altamar? La imperante necesidad de encontrar nuevas rutas comerciales. Antes, como ahora, las especias de oriente eran un atractivo negocio. Colón conocía la historia de Marco Polo y España, cuyos reyes avizoraban la decadencia, tenía comerciantes que empezaban a cobrar importancia y poseían “el germen” del capitalismo.
El objetivo de Colón era La India; no obstante, para evitar los territorios inhóspitos habitados por los grupos bárbaros con que lidió Marco Polo, trazó otra ruta. Con ello llegó, sin saberlo, a un nuevo continente; y tras él vendrían hordas de españoles y europeos con la ambición desmedida de enriquecerse con los recursos y los tesoros de estas tierras. Los americanos pronto testimoniaron la llegada de gente rara con dioses extraños y una cultura que privilegiaba el valor del oro sobre el del trabajo. A partir del 12 de octubre, los extranjeros iniciaron un proceso de extinción contra los dueños originales de estas tierras y el despojo de sus riquezas.
Las noticias en Europa sobre las oportunidades que ofrecía el nuevo mundo lo convirtieron en el centro de atracción de masas empobrecidas que aquí buscaron enriquecerse e iniciaron así el sueño americano; en muy poco tiempo no quedó un solo espacio sin colonizar. Y lo que son las cosas: los habitantes de estas tierras pasaron de dueños originales a ser los extraños. La prosperidad de las colonias españolas requirió mucha mano de obra, esclavizó a los indios y, en los territorios donde el exterminio de éstos fue absoluto, fueron sustituidos con negros capturados en el también recién descubierto continente africano.
Durante el periodo colonial, más de 11 millones de negros fueron traídos a América, suceso histórico en el que puede verse que para los grandes latifundistas que necesitaban mano de obra para producir intensivamente, no importaba traerla del otro lado del mar ni mucho menos considerar si era éticamente correcto esclavizar a grupos sociales con menor desarrollo. En América, el mestizaje forzado inició con la llegada de los diferentes grupos europeos y africanos; desde entonces hasta nuestros días, el color de la piel fue determinante para conocer el rol social de cada individuo.
Este breve repaso histórico nos lleva a la reflexión sobre los motivos que los miles de migrantes latinoamericanos tienen para viajar al territorio de Estados Unidos (EE. UU.). Entre los más numerosos figuran hondureños, salvadoreños, haitianos y mexicanos. Cristóbal Colón llegó a las Antillas y Haití; estos fueron los primeros países en sufrir el sometimiento y la extinción de su población original, que fue reemplazada por la africana. Esa nación, como buena parte de los pueblos originarios de América, padeció primero el yugo español y después el saqueo del imperialismo estadounidense, el cual ha provocado que millones de ellos anden errantes y extraños en otros países.
Todo fenómeno social tiene consecuencias: la riqueza llevada a EE. UU. lo convirtió, desde hace muchos años, en un foco de atracción para los habitantes empobrecidos del continente. El imperio, cuyo desarrollo requería mano de obra, fomentó la migración legal e ilegal; pero en épocas críticas como la actual, el desplazamiento masivo y desesperado de miles de parias ha vertido en un verdadero problema para el imperio de la Unión Americana.
En México, la migración laboral ha traído también lamentables consecuencias: sus fronteras norte y sur están militarizadas y se ha dado la orden de no dejar que los migrantes avancen por territorio mexicano. El maltrato y los golpes que estos latinoamericanos sufren en México, cuyas fotos han dado la vuelta al mundo, solo son equiparables con las imágenes de los haitianos que el gobierno estadounidense deporta desde Texas con el uso de la fuerza bruta. Frente a esta interminable historia de xenofobia y deshumanización, ha llegado el momento de preguntar: ¿no habrá forma de que los seres humanos ya no sean extraños en su propia tierra?
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Escrito por Capitán Nemo
COLUMNISTA