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La vieja guerra de clases
Como integrante de la LXXIV Legislatura del Honorable Congreso del estado de Michoacán, participé en la Sesión Solemne que se celebró
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Como integrante de la LXXIV Legislatura del Honorable Congreso del estado de Michoacán, participé en la Sesión Solemne que se celebró en la ciudad de Apatzingán el pasado lunes 22 de octubre con motivo de los 104 años de la Sanción del Decreto Constitucional para la libertad de la América Mexicana. En esa importante ciudad de la tierra caliente michoacana, todos los años en ese día tiene lugar un acto cívico, la mencionada Sesión Solemne, en la que, en esta ocasión, se le entregó al Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas la medalla “Constitución de Apatzingán” y un importante desfile. Asiste el gobernador del estado –esta vez, por razones de salud, lo representó el secretario de gobierno– y un representante del Gobierno Federal que fue ahora la delegada de la Secretaría de Educación Pública. Es la fiesta cívica más importante del año en la ciudad.

La Constitución de Apatzingán, publicada cuatro años después del grito libertario de Dolores, fue el primer intento de dotar a nuestro país de una ley de observancia nacional y un gobierno propio y fue, además, salvo porque no recogió la libertad de cultos que ya se pregonaba en otras partes del mundo en esa época, un documento progresista que, en buena medida, imitaba a la Constitución de las Cortes de Cádiz. La guerra había hecho emigrar al Congreso de Chilpancingo en el que se leyó el Acta Solemne de la Declaración de Independencia de la América Septentrional en la cual ya no se aceptaba la soberanía de Fernando VII y se postulaba de forma radical la separación de la autoridad española, el colectivo errante llegó hasta Tiripetío en donde, mediante una proclama, se ofreció al pueblo una constitución provisional.

Con grandes dificulttades, el Congreso se movió hacia la tierra caliente. Los diputados corrían muchos riesgos, rara vez se les pagaban cinco o seis pesos, comían lo mismo que los soldados de su escolta que iban muy mal armados, se alojaban en chozas y sesionaban bajo los árboles, como sucedió en la Hacienda La Zanja (hoy Lombardía), como consta en documentos. La mencionada proclama de Tiripetío tenía como propósito inmediato hacer frente a las calumnias acerca de una supuesta discordia surgida en las filas insurgentes, por esos días, Morelos, siempre fiel a su convicción, escribió: “Digan cuanto quieran los malvados; muevan todos los resortes de la malignidad; yo jamás variaré del sistema que justamente he jurado, ni entraré en una discordia de que tantas veces he huido”. Y sigue la cita de las palabras de José María Morelos que consigno porque tienen que ver con la proclama que dio lugar a la Constitución de Apatzingán y, también, porque tienen para nosotros los antorchistas, como parte insignificante de los defendidos de Morelos, una gran actualidad y, por tanto, un gran valor: “Las obras acreditarán estas verdades y no tardará mucho tiempo en descubrirse los impostores, nada hay escondido que no se halle, ni oculto que no se sepa, con lo que el pueblo quedará plenamente satisfecho”. Los ataques del poder.

Dos días después de su aprobación, la Constitución de Apatzingán fue publicada. Al principio mereció poca atención pero, poco a poco fue calando en el ánimo de los mexicanos y, algunos meses después, llegó a conocimiento del Virrey, quien ordenó que el 24 de mayo del año de 1815, el texto de la Constitución de Apatzingán fuera quemado “por mano de verdugo en la plaza mayor” y lo mismo se hiciera en todas las capitales de provincia. Así era el odio que concitaban los acuerdos de los héroes que nos dieron patria. Ellos mismos, en adelante, no deberían ser llamados por el adjetivo común de “insurgentes”, en el mismo bando del Virrey, se ordenó que en adelante se les desiganse a ellos y a su actividad verbalmente y por escrito como “rebelión, traición, traidores y rebeldes”.

El mismo día de la conmemoración en Apatzingán, aparecía en el diario Reforma, en su primera página, por lo menos en la primera página de su edición electrónica, una nota cabeceada así: “Urbaniza Antorcha en reserva natural”; al pie, una fotografía con un camión de volteo, unos montones de cascajo y, al fondo, no muy lejos, las construcciones de una población. La nota, firmada por un tal Ivan Sosa, comenzaba diciendo: El predio de 150 hectáreas, los Tlateles, donado en el 2016 por la administración del presidente Enrique Peña al municipio mexiquense de Chimalhuacán, controlado por el grupo de choque priista Antorcha Campesina, comenzó a ser urbanizado”. Aseguro nuevamente que ni Iván Sosa ni ninguna otra persona ha demostrado jamás, de ninguna manera, que Antorcha sea o haya sido nunca un grupo de choque, estamos ante un insulto vulgar, un adjetivo para desinformar al lector desprevenido, simple gato por liebre.

La nota de Sosa continúa refriteando las declaraciones, nunca demostradas tampoco, de José Luis Luege: “Era un predio de reserva de la Comisión Nacional del Agua, en el área ecológica del Lago Nabor Carrillo y está claro que es el negocio de un grupo político”. Tan claro está el “negocio de un grupo político” que el tal José Luis Luege nunca ha respondido a nuestra petición de pruebas, se hace el que no oye o finge –como otros– que no vale la pena contestarnos; ¿en qué quedamos, Antorcha es importante o no es importante, vale o no vale la pena vencerla ideológicamente? Pero ¿qué intereses defienden Luege Tamargo y adláteres? ¿Qué les duele? ¿La pura ecología? Pero veamos qué más añade Iván Sosa: “El límite territorial del municipio de Chimalhuacán llegaba hasta el circuito exterior y, con la cesión de las 150 mil hectáreas, el lindero se recorrió hacia el canal Chimalhuacán Uno, recién construido y el cual corre en paralelo al tramo sur del Lago Nabor Carrillo”. ¡Ojo, lectores! No pierdan de vista a Iván Sosa, su rabia ya convirtió las 150 hectáreas en 150 mil hectáreas, un aproximado de diez lagos de Texcoco con lo que el límite territorial del municipio de Chimalhuacán estaría llegando poco más o menos que hasta la Pirámide del Sol en Teotihuacán. ¿Es de tomar en serio esa escrupulosidad para informar?

La verdad es que a Antorcha no le dio nadie nada ni la organización va a hacer ningún negocio. Los terrenos del llamado “Moño” en los que se levantará el Centro Estratégico de Recuperación Ambiental del Oriente (CERAO), fueron cedidos al ayuntamiento de Chimalhuacán con el fin de llevar a cabo un proyecto regional consistente en la construcción y operación de un parque tecnológico y de servicios, un centro deportivo y la Universidad Politécnica de Chimalhuacán (que funciona actualmente en las instalaciones prestadas y cuenta con una matrícula de 600 alumnos).

La Universidad Politécnica de Chimalhuacán es la única obra que tiene ya un avance, se construyó por parte del gobierno del Estado de México un edificio de laboratorios que está terminado al 100 por ciento y se está construyendo un edificio de aulas que está actualmente en obra negra; este semestre, los alumnos están comenzando a utilizar los laboratorios, pues en las instalaciones prestadas no cuentan con los necesarios para sus estudios. Finalmente, Antorcha no “urbaniza” nada: los movimientos de material que dice haber visto Iván Sosa no los está haciendo Antorcha, se trata de cascajo que saca la Comisión Nacional del Agua de sus obras en las lagunas de regulación y no lo está aplanando ni con maquinaria pesada ni con nada, como lo puede constatar cualquier lector que se de una vuelta por el sitio o simplemente se detenga a observar la foto publicada en la que aparecen los “desechos de la construcción” sin aplanar; miente otra vez Iván Sosa. La guerra de clases está vieja pero goza de cabal salud. No lo olvidemos.


Escrito por Omar Carreón Abud

Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".


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