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En Hernán Cortés, la espada (2013), el tercero de los cuatro libros biográficos que Christian Duverger ha dedicado al conquistador de México –Cortés (2005), La biografía más reveladora (2010), Hernán Cortés, la pluma (2013)– afirma que éste se opuso a la instalación del Santo Tribunal de la Inquisición para evitar que las religiones originales de Mesoamérica fueran reprimidas y esto impidiera su mestizaje con el catolicismo, misión que estuvo a cargo de los frailes franciscanos quienes, con la aparición de la Virgen de Guadalupe, en el cerro del Tepeyac, tuvieron su primer gran éxito evangelizador. Para Duverger, este “milagro” no fue casual, pues la Virgen de Guadalupe provino de Medellín, Extremadura, pueblo natal de Cortés.
Pero en La espada hay otra hipótesis aún más atrevida e insólita: que en el verano de 1526, cuando Cortés retornó de su desastroso viaje a Las Hibueras (Honduras) para reprimir a Pánfilo de Narváez, los pleitos políticos y económicos entre los cuatro “oficiales reales” que el rey Carlos V envió en 1524 para destruir su gobierno de facto en la Nueva España, habían creado tal ambiente de anarquía y polarización que, si aquél “hubiera proclamado la secesión, México nunca se hubiera convertido en una colonia española”. Duverger escribe que esta opción debió pasar por su cabeza porque incluso se rumoró que solicitó “secretamente la protección de Francia en la hipótesis de una ruptura con España. Es algo imposible de comprobar, pero la hipótesis es creíble”.
Además de estas interpretaciones, en la tercera parte de su saga cortesiana, Duverger incluye una aclaración no menos sorprendente: que los mexicas, incluido Montecuzoma, no confundieron a Cortés con Quetzalcóatl; que tal confusión fue en realidad de los españoles; y que la confección de este mito fue posterior a la muerte de éste en 1547. El traslape se debió a que los hispanos siempre confundieron la palabra tecutli —señor o dignatario en nahua— con teul o teotl (dios) y como Quetzalcóatl fue una deidad doblemente mítica (al parecer aludiendo al naufragio de un vikingo proveniente del norte de América) la asociaron con la figura histórica y quimérica de Cortés.
En abono de la tesis en torno a que Cortés fue el “padre fundador” del México nuevo que nació en 1521, el historiador francés advierte que este proyecto surgió en 1518, cuando escuchó hablar de “Culúa” (Anáhuac) mientras merodeaba en Yucatán. La idea habría de madurar en los siete meses en que mantuvo cautivo a Montecuzoma, lapso en cual aprendió el náhuatl en voz de Malinche, y el modo de pensar, sentir, reír, caminar y hacer de los mexicas. Fue así como se “fundió” con el paisaje de México y se convirtió en el primer mexicano moderno: un mestizo en lo étnico, ideológico y cultural.
Por ello, Duverger no entiende cómo ese “héroe nacional desconocido o negado” no cuente siquiera con un solo busto, calle, plaza pública o cátedra universitaria que lo recuerde.
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Escrito por Ángel Trejo Raygadas
Periodista cultural