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El autor es anónimo y su versión más antigua se conserva en un códice de comienzos del siglo XV en la Biblioteca de El Escorial, aunque lo más probable es que fuera escrita hacia fines del siglo XIV. Esta obra pertenece a la poesía satírico-dramática y en él la muerte, a quien se atribuye personalidad y aspecto antropomórfico, entabla un diálogo con una serie de personajes que representan los estamentos sociales, a saber, el clero, la nobleza y el Estado llano, así como las profesiones y los oficios de la baja Edad Media. “La muerte avisa a todas las criaturas que paren mientes en la brevedad de su vida e que de ella mayor cabdal no sea hecho que ella meresce”, advierte la introducción en prosa a este poema, en el que la personificación de la muerte, cuya fealdad se reitera una y otra vez, va llamando a todos a comparecer, de buen grado o por fuerza, pues no hace ninguna excepción. En la muerte somos todos iguales, plantea el autor; y solo nuestras obras definirán el destino final del alma; sin embargo, detrás de esta cubierta piadosa, asoma la crítica social, pues la igualadora reprocha su principal vicio a cada uno de los personajes llamados a la macabra danza.
Compuesto por 51 estrofas de ocho versos endecasílabos, la estructura dialogada sugiere, aunque esto no haya podido probarse, que el poema pudo estar destinado a la representación callejera; no es imposible, puesto que la temática, prolija en la época, puede rastrearse en otras danzas macabras, especialmente en la vecina Francia, donde sobreviven testigos en la pintura y la arquitectura.
Primeramente llama a su danza a dos doncellas, a quienes dice:
Mas non les valdrán flores e rosas
nin las composturas que poner solían,
de mí si pudiesen partir se querrían,
mas non puede ser, que son mis esposas.
Del Padre Sancto, es decir, del Papa, dice que de nada le servirán la investidura, el “bermejo manto” y tendrá el pago por sus actos mundanos; los obispos a quienes beneficiara y el poder que detentó en vida tampoco podrán salvarlo.
Non vos enojedes, señor padre sancto,
de andar en mi dança que tengo ordenada,
non vos valdrá el bermejo manto,
de lo que fezistes habredes soldada.
Non vos aprovecha echar la cruzada,
proveer de obispos nin dar beneficios.
Al emperador lo acusa directamente de codicioso y le recuerda que irremediablemente tendrá que abandonar esas grandes riquezas que acumulara despojando a pueblos enteros.
Emperador muy grande en el mundo potente,
non vos cuitedes, ca non es tiempo tal
que librar vos pueda imperio nin gente,
oro nin plata, nin otro metal.
Aquí perderedes el vuestro cabdal
que atesoraste con grand tiranía,
faciendo batallas de noche e de día.
Al cardenal lo acusa de arribista y le dice que en este mundo ya no alcanzará la meta de llegar a ser Papa; y contra el Rey, que a estas alturas es claro que simboliza a toda la monarquía, endereza una crítica feroz, tildándolo de injusto, codicioso y ladrón:
¡Rey fuerte, tirano que siempre robastes
todo vuestro reyno o fenchistes el arca!
De facer justicia muy poco curastes
según es notorio por vuestra comarca.
Venit para mí, que yo so monarca
que prenderé a vos e a otro más alto,
llegad a la dança cortés en un salto.
Al Patriarca le dice que tampoco escapará del castigo por el pecado original y que la cruz dorada, que representa su dignidad eclesiástica, no tiene el poder para exentarlo de morir. Al Duque, lo acusa de emborracharse constantemente y al Arzobispo de no saber gobernar al clero y a los feligreses y de haberse entregado al pecado de la gula.
Señor Arzobispo, pues tan mal registes
vuestros súbditos e clerecía,
gostad amargura por lo que comiste
manjares diversos con grand golosía.
Estar non podredes en Sancta María
con palo romano en pontifical,
venid a mi dança, pues soes mortal.
Pase el condestable por otra tal vía.
La muerte va llamando sucesivamente al Condestable y a los representantes de las profesiones y oficios de la época: comerciantes, abogados, físicos (médicos), labradores, usureros, contadores, recaudadores de impuestos, rabinos, alfaquíes y remata con todos aquellos a los que no nos alcanzó a nombrar, para que estemos ciertos que tarde o temprano vendrá por nosotros.
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.