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Cuando Harry S. Truman justificó la creación de la bomba de hidrógeno argumentando que había que “frenar la esclavitud comunista”, estaba aplicando la ideología supremacista yanqui basada en el Destino Manifiesto; doctrina que sostiene que esa nación tiene un destino divino, un destino que es el de dominar al mundo porque se creen portadores de la “democracia” y la “justicia”. Y para lograr el control del mundo entero, cualquier método –aun los más brutales y genocidas–, justifica su proceder. Y el documental hoy reseñado y comentado, se queda corto en cuanto a este verdadero fondo de la carrera armamentista, hoy es parecido a cuando escuchamos las bravatas de Joseph Biden y su secretario de Estado Antony Blinken, sobre la necesidad de frenar al oso ruso, de quien dicen que se quiere “engullir a Ucrania”.
El estallido de una bomba de hidrógeno es similar al de 10 bombas como las que destruyeron Hiroshima y Nagasaki; es equivalente a 10 millones toneladas de TNT y durante los primeros momentos posteriores a la explosión se produce una temperatura similar a la del núcleo del Sol (10 millones de grados centígrados). Es el horror en su máxima expresión. El proyecto de la creación de la bomba de hidrógeno fue encargado al físico nuclear Edward Teller, quien logró hacer estallar la primera en 1952. Para entonces se comenzó a hablar en la comunidad científica internacional de que se “acercaba el fin del mundo”; “si el reloj del Apocalipsis marcaba siete minutos antes de la medianoche –el fin del mundo–, con la nueva bomba, ese reloj marca ahora tres minutos antes de la medianoche”.
En ese entonces, buscando sobrevivir al fin de la humanidad, el gobierno gringo construyó refugios atómicos. Pero Robert Oppeheimer se opuso a la creación de la bomba de hidrógeno, por lo que fue perseguido y desacreditado por el gobierno gringo y se canceló su actividad científica.
Las discusiones en la opinión pública de esa época nos dicen que millones de personas comenzaron a protestar por los efectos que produciría una guerra nuclear; eran, sobre todo mujeres quienes se oponían a los ensayos nucleares, pues la radioactividad estaba envenenando el agua y el viento, que a su vez trasladaban la radioactividad a animales y plantas. Los experimentos de la creación de bombas llevaron a producir todo tipo de explosivos: que pueden ser transportados en aviones, que viajan en barcos o submarinos, que son portátiles, etc. Se calcula que en 1953 había en todo el mundo mil 100 bombas nucleares; tres décadas después había, según cálculos, cerca de 60 mil. En 1962 sobrevino la Crisis de los misiles en Cuba, algunos historiadores han señalado que nunca, como en esos momentos, había estado la humanidad en tan grave peligro de extinción. De 1945 a 1962 habían ocurrido ya más de 800 detonaciones experimentales.
La humanidad, lo advierte el documental La bomba, 70 años después, sufre el peligro de una Tercera Guerra Mundial, que sería el fin de la humanidad, pues acabaría con la agricultura y la ganadería, matando de hambre a más de dos mil millones de personas; las nubes radioactivas recorrerían al planeta entero y llegaría el “invierno nuclear” (la ceniza y el polvo cubrirían la atmósfera durante meses o años e impedirían que las plantas realizaran la fotosíntesis, el planeta se enfriaría drásticamente; la muerte vendría no solo a la especie humana sino también para la inmensa mayoría de las especies animales y vegetales).
Vale reflexionar, amigo lector: ¿hasta cuando la humanidad soportará a esos parásitos a los que no les importa que el género humano pueda desaparecer por su insaciable voracidad de ganancias y de opresión a los habitantes del planeta?
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Escrito por Cousteau
COLUMNISTA