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En torno a que el hombre es un ser social —me refiero al ser humano, aunque por licencia estilística prefiero respetar la versión más difundida de tal sentencia— tiene una dimensión, antes que filosófica o política, meramente fisiológica.
La versión humana de lo animal emergió de la noche de los tiempos en forma de grupos, manadas o colectividades. El ser humano es un animal que ha evolucionado acompañado siempre por sus semejantes. Debido a una cuestión de estricta supervivencia, la colectividad era la vida; el individuo aislado significaba, literal y directamente la muerte.
No hay poder capaz de suprimir de un plumazo este destino milenario. Es ya un lugar común: el ascenso del individuo aislado como la unidad central de la sociedad actual es el producto más refinado de la sociedad burguesa. En el capitalismo, el individuo aislado es el non plus ultra, la célula suprema, indivisible e inviolable.
A esta meta teórica final se dirigen todos los esfuerzos de los círculos intelectuales tradicionales, desde el Renacimiento hasta hoy; desde los albores de la sociedad capitalista hasta lo que haríamos bien en considerar su fase tardía, o sea, nuestros tiempos actuales. El individuo aislado como punto de partida, como ruta de tránsito y como punto de llegada.
Solo que, como apunto al principio de este texto, esto es antinatural. El individuo aislado contradice, desde la perspectiva estrictamente biológica, la naturaleza de lo humano. Carlos Marx afirma que, alcanzada cierta fase de la producción capitalista, las formas de apropiación, principalmente privadas, entran en contradicción con las nuevas formas de producción que ella misma ha engendrado, que son esencialmente colectivas.
Lo mismo habría que acotar sobre la concepción del individuo aislado. Alcanzada cierta fase en la aplicación del concepto burgués de individuo —burgués no en el sentido peyorativo del término, sino en su dimensión histórica— el ser humano aislado colapsa, “revienta”.
El capitalismo tardío provoca en el individuo la aversión hacia las multitudes, lo colectivo, hacia lo masivo; pero esto contradice directamente la naturaleza esencial de lo humano, socava su dimensión más inmediatamente biológica: la de ser colectivo.
Igual que con el resto de los postulados teóricos del capitalismo, la idea del individuo aislado —con todas sus implicaciones prácticas— se tornará en su contrario en cualquiera que sea la forma poscapitalista de organizar la sociedad. El individuo volverá a ser entonces estrictamente colectivo y la sociedad de los millones de individuos aislados inaugurará a la sociedad de las multitudes.
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Escrito por Aquiles Lázaro
Licenciado en Composición Musical por la UNAM. Estudiante de la maestría en composición musical en la Universidad de Música de Viena, Australia.