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El origen del arte
El arte nació impregnado de concepciones e ideas de las clases dominantes. Es por eso que hasta la fecha, y de una forma más instintiva que analítica, tales élites siguen considerándolo como su propiedad exclusiva.
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Una aclaración preliminar. Un tema tan general como el título de este texto debe ser delimitado desde el principio. Ambos sustantivos admiten discusiones conceptuales ¿Cuándo se dio el origen? ¿Cuándo concluyó su maduración? Más escabroso aún: ¿qué debemos entender por arte? 

Este texto no tiene como objeto discutir tales límites, sino desarrollar una opinión partiendo de un marco conceptual previamente establecido. Asumo tanto las limitantes como las ventajas de este procedimiento. 

Delimito el concepto de arte como lo que tradicionalmente se entiende por arte académico; es decir, el arte de las academias. Se trata de una práctica que, por regla general, está regulada por círculos especializados y por instituciones de un alto valor simbólico para la sociedad. 

Aquí podría comenzar el debate, pero insisto en que no es el objeto de este escrito. En todo caso, la adjetivación del sustantivo arte a través de conceptos como arte popular, arte religioso, street art y otros que intentan arrancar del término “arte” ese halo de elitismo. Demuestran de algún modo que, cuando se dice “arte” a secas, se refiere al arte del que hablo.

Este tipo de prácticas no aparecen espontáneamente. Las primeras formas de expresión estuvieron siempre ligadas a una finalidad práctica destinada a resolver necesidades inmediatas en la sociedad: la producción de la vida material, la reproducción biológica, etc.

Ése es el origen de la danza ritual, de la pintura rupestre que tuvo funciones mágicas, de los cantos ligados al trabajo o a la invocación mística. Sin embargo, todas estas formas de creatividad pueden ser calificadas como preartísticas, gérmenes, sí, pero anteriores al nacimiento del arte propiamente dicho. 

¿Por qué? Porque el arte nació como superación y negación de las formas preartísticas de la creatividad y, por tanto, en su propio origen lleva implícita la consigna del arte como medio y fin en sí mismo; del arte por el arte como oposición a las prácticas ligadas a un fin particular. (Por supuesto, estar de acuerdo o no con este último postulado en la actualidad es un tema absolutamente distinto).

En su origen mismo, el arte es elitista. Sus lenguajes no se complicaron en el romanticismo, en la Edad Media o con el arte contemporáneo; sus lenguajes son, desde su nacimiento, reservados a los iniciados. ¿Acaso se recitaba la Epopeya de Gilgamesh en las aldeas de Mesopotamia? ¿Había tragedias de Esquilo para los esclavos de Atenas? 

Igual que la filosofía, el derecho, las ciencias naturales o el pensamiento económico, el arte consiste en la sistematización rigurosa de actividades que nacieron de forma espontánea en el seno de la actividad productiva de la sociedad. ¿Se puede nombrar filosofía a la reflexión espontánea del cazador sobre el origen de un mamut? ¿Se puede llamar química al descubrimiento del fuego?

Me parece que no hay nada de escandaloso en sostener que, igual que todos los productos de la superestructura, el arte nació impregnado de concepciones e ideas de las clases dominantes. Es por eso que hasta la fecha, y de una forma más instintiva que analítica, tales élites siguen considerándolo como su propiedad exclusiva. 

¿Cómo revertir esta situación? ¿Dejará el arte de ser arte (al menos como lo entendemos ahora) cuando llegue a ser verdaderamente masivo? ¿Se “extinguirá” algún día lejano, como afirma Federico Engels con relación al Estado? No lo sabemos; pero las respuestas son más una cuestión de la práctica artística misma que de artículos y formulaciones teóricas.


Escrito por Aquiles Lázaro

Columnista de cultura


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