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El nacimiento del pueblo en armas
Dos elementos lo hicieron posible: un servicio militar universal obligatorio y una propaganda ideológica efectiva.
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El levantamiento popular de la Revolución Francesa de 1789, que involucró a buena parte de los franceses medios y pobres, pronto derivó en la formación de ejércitos que permitieron, de la mano de Napoleón Bonaparte, la extensión de ese proceso revolucionario a toda Europa. Dos elementos lo hicieron posible: un servicio militar universal obligatorio y una propaganda ideológica efectiva.

Anteriormente, los ejércitos europeos eran por “comisión”, es decir, estaban formados con cuerpos militares que se integraban mediante sorteos –o algún otro mecanismo arbitrario de selección– realizados entre la población masculina con edades de 16 a 40 años, quienes eran obligados a prestar servicio de armas. Por lo general eran trabajadores sin letras que debían convertirse en soldados bajo el fuego del enemigo en los campos de batalla. La oficialidad, en cambio, estaba compuesta por nobles o propietarios ricos que, aunque mejor educados, tampoco poseían conocimientos sobre la guerra. Sus grados de oficiales fueron adquiridos por derechos de sangre o porque formaban batallones o regimientos con trabajadores de sus propiedades o vagos desprevenidos, etc., que debían pagar con buenas sumas de dinero de su propio peculio.

Una vez destronado Luis XVI, el rey de Francia, la clase política revolucionaria amplió los límites de reclutamiento de hombres para defender la República. Así, en 1791, a la par de que advirtió a la opinión pública nacional de la posibilidad de una guerra europea, el gobierno incorporó al ejército a 100 mil ciudadanos voluntarios que brindarían un servicio militar anual. En abril de 1792, la Asamblea Nacional declaró la guerra a Francisco II de Austria. En el primer encontronazo que las fuerzas revolucionarias tuvieron con el ejército astro-prusiano, comandado por el duque de Brunswick, los reclutas franceses salieron derrotados y huyeron corriendo. Pero el gobierno francés formó otro gran cuerpo de voluntarios que, dotado con experiencia e impulsado por un ideal patriótico infundido por el Estado revolucionario, venció a Brunswick en la batalla de Valmy (septiembre, 1792).

En 1793, en unión con los británicos, los austriacos y prusianos contraatacaron. Ante esta amenaza, en agosto de ese año, la República francesa dictó una ley de levée en masse que dispuso que “todos los franceses se hallan a disposición continua del servicio en el ejército”. Con esto, y con la Ley Jourdan (1798, que estableció un servicio militar obligatorio de seis años), las fuerzas revolucionarias, educadas para la defensa de los ideales republicanos, se hicieron imparables. Fue un ejército de dimensiones inmensas, puesto que potencialmente contó con la participación de toda la población francesa (29 millones de habitantes) y sus soldados y oficiales estaban convencidos de la obligación de defender la Revolución Francesa. Ya no era un ejército que comisionaba a campesinos y nobles en la defensa de los intereses de un rey, sino un ejército de ciudadanos integrado con soldados y oficiales que defendían a su nación.

Cuando Napoleón llegó al poder, el reclutamiento militar aumentó, toda vez que puso al servicio de las armas francesas a miembros de las poblaciones de países conquistados o aliados, como Italia (que entonces tenía 6.5 millones de habitantes), la Confederación del Rin (con 14 millones) y el Ducado de Varsovia (con 3.8 millones). Esto se debió a que la dirección de la guerra había cambiado radicalmente, pues Napoleón aspiraba a lograr el dominio imperial sobre Europa. De esa manera, los cientos de miles de soldados franceses, empapados por un gran sentimiento patriótico, fueron a la guerra defendiendo no a la República, sino al Imperio. Solo el invierno ruso, la estrategia del jefe ruso Barclay de Tolly y la preparación de otro gran ejército ruso en coalición con los alemanes, los ingleses y las desgastantes guerrillas españolas, pudieron someter al pueblo en armas que la Revolución y Napoleón heredaron a Francia.


Escrito por Anaximandro Pérez

Columnista


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