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La Amazonia supone solo el cuatro por ciento de la superficie de la Tierra pero es el bosque tropical más grande del globo terráqueo; abarca nueve países, cobija el río más largo del mundo (recientemente se descubrió que el Amazonas excede con 100 kilómetros al río Nilo) y proporciona alrededor del 20 por ciento del oxígeno que se produce en el planeta. Alberga más de 40 mil especies vegetales y 2.5 millones de animales. Gracias a su excepcional y colosal diversidad natural; la Amazonia funciona como el pulmón de la Tierra y constituye también su gran farmacia, ya que prácticamente en todos los laboratorios farmacéuticos del mundo se han producido medicinas con sus plantas.
Por poseer tales riquezas, la Amazonia ha sufrido una rapiña milenaria que data de la primera mitad del siglo XVI, cuando diversas expediciones europeas se internaron en sus selvas en busca de El Dorado, un territorio en el que se creía que abundaba el oro. En 1542, el explorador español Francisco de Orellana encontró la desembocadura del río conocido por los indígenas como Paraguanasu y, poco después, el padre Gaspar de Carvajal, que viajaba en la embarcación, lo bautizó con el nombre de El Amazonas, en alusión a las míticas amazonas de las leyendas griegas y a la presencia de mujeres guerreras en la lucha de resistencia de la tribu nativa que intentó frenar el avance de los invasores.
Desde entonces, el llamado pulmón del mundo ha venido perdiendo extensión debido a la ambición económica de los hombres, pero no de los pequeños grupos nativos que habitan la selva amazónica, quienes utilizan los recursos naturales para sobrevivir y obtener ingresos que no amenazan la disponibilidad de los mismos (porque lo hacen a pequeña escala y con base en creencias y prácticas tradicionales), sino de aquellos que pertenecen a las corporaciones que saquean recursos forestales, agrícolas y minerales en las mayores extensiones de la región tropical del planeta: la propia Amazonia, El Congo e Indonesia.
En 2018, la organización no gubernamental británica Programa Global del Dosel reveló una lista de 500 empresas responsables del 70 por ciento de la deforestación global (Forest 500), entre las que destacan las que controlan las cadenas globales de suministro de materias primas de mayor demanda y mayor impacto forestal negativo (madera, papel, aceite de palma, soya, ganadería): Colgate-Palmolive, Hershey, Nestle, Kellogg´s, Grupo Bimbo, Pepsico, McDonals, Walmart y Adidas. La mayoría de estas compañías, asegura la misma fuente, cuenta con políticas de inversión sostenible insuficientemente desarrolladas pero las mismas no abarcan la protección vital de los bosques.
Según un estudio publicado por la organización Forest Trends (Bienes de Consumo y Deforestación), el 90 por ciento de la deforestación en Brasil, de 2000 a 2012, fue ilegal debido a que en las plantaciones de gran escala para pastura y producción de aceite de palma y soya no se conservó el porcentaje de bosque natural que exige la ley brasileña, y a que imperan la explotación y comercialización ilegal de maderas preciosas y minerales. De acuerdo con datos publicados, en 2017, por la Universidad de Maryland en el Global Forest Watch, los trópicos experimentaron una pérdida de cobertura arbórea equivalente a la apertura de 40 campos de futbol por minuto en todo un año.
Las consecuencias de la deforestación en el cambio climático son muchas y su impacto es igual de grave en todos los seres vivos, incluidos los humanos. Entre sus efectos de mayor impacto resaltan los fenómenos meteorológicos extremos que propician inundaciones y sequías severas; las aguas contaminadas con tóxicos; la escasez de alimentos, el incremento de precios y las enfermedades de difusión epidémica. El usufructo de los recursos naturales debería beneficiar a todos los humanos, ya que esta especie forma parte del mundo natural y es obra de un proceso de desarrollo genérico y no únicamente de las actividades de los dueños millonarios de las trasnacionales, engendros del sistema de producción capitalista. Eduardo Galeano, en Las venas abiertas de Latinoamérica, dice que éste “envenena el agua, la tierra y el aire, además del alma de la gente”.
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Escrito por Philias
columna de ciencia