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Hamburgo fue fundado por los fenicios: Señor Schanabelewoshi.
Maximiliano remata la historia de las Dos Noches ante su amiga María con un final feliz y triste al mismo tiempo porque después de seis años de no ver al cuarteto artístico ambulante del puente Waterloo, en una residencia aristocrática de Saint Germain de París se encuentra casualmente con Lorenza, quien para entonces es esposa de un general del Segundo Imperio, es decir, del gobierno de Luis Napoleón Bonaparte. Ésta le informa que la Madre de Negro, quien no era parienta suya, había muerto; que el enano Turlurú andaba de mendigo y que el Perro Sabio había sido expulsado de la Sorbona por canes de maestros y alumnos que no soportaban su vejez, su suciedad y sus pulgas.
En las Memorias del señor Schnabelewospki, Heine también cuenta la historia de un viejo galán que vive de recordar sus aventuras amorosas en Hamburgo y Amsterdam, así como los sucesos extravagantes o locos de sus amigos: Entre éstos se halla Sansón, un judío muy creyente de La Biblia y por la que incluso resulta herido de muerte en un duelo con sable. Invoca el canto del Caballero Vonved y la leyenda de El holandés errante. Hace alusión a posiciones políticas de contenido autobiográfico, como es el caso de su republicanismo liberal, y aun su ateísmo, como ocurre cuando el protagonista dice que “Dios no era un ser, sino un puro acontecer…solo el principio de una ordenación suprasensible del mundo…”, o dice que el “Espíritu Santo se revela en la luz y la risa”.
Heine dedica un capítulo a Hamburgo, puerto comercial que en la segunda mitad del Siglo XIX era ya uno de los más dinámicos de Europa, del que afirma que era dirigido por un Senado en el que no se hacía sentir la monarquía prusiana e informa que no fue fundado por el emperador Carlomagno en el entresiglo XVI y XVII, sino por los fenicios en la época en que “desaparecieron” Sodoma y Gomorra: “La ciudad de Hamburgo es una buena ciudad: casas fuertes y sólidas. Aquí no reina el infame Macbeth; aquí reina Baco. El espíritu de Baco reina por doquier en Hamburgo. Esta pequeña ciudad libre, cuya cabeza visible es un Senado prudente y sabio. En efecto, es una ciudad libre y en ella encontramos la mayor libertad política. Los ciudadanos pueden hacer aquí lo que quieran y el prudente y sabio Senado puede hacer asimismo lo que quiera; aquí cada uno es libre de sus actos.
“Es una república. Si Lafayette no hubiese tenido la suerte de encontrar un Luis Felipe, de seguro hubiera encomendado los franceses a los ancianos senadores de Hamburgo. Es la mejor de las repúblicas. Sus costumbres son inglesas y su comida es celestial. Es cierto que existen manjares entre Wandrahmen y Dreckwll de los que nuestros filósofos no tienen ni idea. Los hamburgueses son buena gente y comen bien. Acerca de la religión, la política y la ciencia, sus respectivas opiniones son muy diversas, pero en lo que se refiere a la comida reina la más simpática conformidad”.
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Escrito por Ángel Trejo Raygadas
Periodista cultural